domingo, 14 de octubre de 2007

Una noche en esta puta ciudad

Odio la Noche...
¡Qué triste suena decir esto! La noche, refugio de sueños, alegrías, tristezas, cúmulo de sentimientos que se ahogan entre hielos de copas tomadas en algún garito de Elvira. La noche en esta puta Graná muestra una cara de esa amante que se disfraza, engañándote por completo, y mostrando la peor de sus virtudes, la peor de sus traiciones.
Al salir esta noche, mi primera y triste visión es la de una legión de borregos con su bolsas cargadas de alcohol. No soy una persona que esté en contra del botellón; al revés, creo que una persona es libre de consumir e invertir su dinero y tiempo como le dé la gana (antes de pagarle a los mafiosos de los pubs, con sus altos precios y sus adulterados alcoholes etílicos de 96º en botellas de ron Bacardi).
Me molesta que el botellón se ponga de moda, que la gente para “existir” deba ir a la chiquera de turno. ¡Chiquera!, creo que cualquiera estaría más limpia, pues me molesta pasear mientras mis botas se pegan en los orines de la gente, alcohol derramado y viendo como la gente olvida su pudor y vergüenza y recurre a este tipo de actividad para fomentar sus represiones mentales en sus mediocres relaciones sociales/sexuales. ¡¿Qué dirá ese padre que se desloma de sol a sol para pagar unos estudios mientras sus hijos invierten en las acciones de los cartones de vino, o en graffitear en pros de frases ilegibles e ininteligibles el inmobiliario urbano?!
Siguiendo mi peregrinación por las calles de la ciudad no faltan los conductores suicidas, esos que van a mas de 100 en calles limitadas a los 50 km/h, esos “Alonsitos” de tres al cuarto que presumen mientras aprietan a fondo el pedal del acelerador mientras bombardean acústicamente a todos aquellos que se encuentran a su alrededor e intentan ¿esquivarlos?.
La noche se ha convertido en un putrefacto mercado de inmundicias carnosas, donde si no te vendes como mercancía estética no existes. Este es el poder de la suciedad capitalista...
Muchas veces desde la Torre de la Vela veo una ciudad, que se destruye al caer el sol. Esta es la triste realidad.
Al volver a casa, una persona de traje y corbata micciona en mi puerta. Le hubiese invitado a fregarlo con la lengua, pero es inútil. Es la ausencia al respeto de lo ajeno -sobre todo lo que debiera ser de todos: la res pública- que todos los días se nos hace aprender desde nuestros envidiables medios de deformación ideológica de masas aborregadas.
Muchos de nosotros deberíamos tener claro cuál es el verdadero significado de la libertad, lejos de la publicidad que nos invade todos los días desde los medios de incomunicación; quizás, tal vez, ese día la noche pueda volver a ser esa amante que incita a perderse entre sus brazos y piernas, saborear cada unas de las caricias y desear entre sus besos parar el tiempo para que no llegue el día.
Tal vez llegue ese día, pero no ahora en esta puta y hedionda Graná.

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