Necesitaríamos bastante espacio para justificar el nombre de nuestro cuaderno de bitácora. Nace de una manera particular de hablar de las gentes de la tierra de la malafollá. Esa expresión es hija de un despecho. De estar hartos de ver cómo nuestra Graná se va disolviendo a diario en nubes tóxicas de gases irrespirables. Graná es una ciudad muy pequeña que podría caminarse de punta a punta en menos de dos horas. Pero desde la invasión del coche ya ni dios la patea. Sólo pequeñas distancias.
Caminar o ir en bici debería ser además de un placer una necesidad cotidiana; pero, sin embargo, se han convertido en tareas de alto riesgo, son un peligro para la salud. Desde hace unas cuantas décadas nos ha invadido una plaga motorizada que ni camina ni pasea. Y lo peor es que se nos quieren confundir los valores de la ciudad con los valores crematíticos de la contaminación económica. Parece que la libertad sólo tiene que ver con los derechos asfálticos de los automóviles. La automoción ha dejado arrinconados todos y cada uno de los presupuestos de una ética ciudadana. Sólo la anomia, el anonimato que da la posesión de un vehículo motorizado hablan de veras a los sujetos dependientes del consumo pornocapitalista. Y Graná es una ciudad que se resiente por ello.
Graná no tiene más sector económico que su respaldo burocrático. Ni ya queda agricultura pese a que la Vega de Granada fue diseñada con venerable amor por el arte sano y saludable. Ni posee un tejido industrial que pudiera ser corresponsable del subdesarrollo insostenible que padece nuestra ciudad. En Graná la Universidad deja mucho que desear. Es una institución que sólo tiene prestigio desde el punto de vista de la caótica retórica del turismo docente. Es, por tanto, una institución radicalmente obsoleta e inútil donde jamás hubo ningún atisbo de que pudiera ser comparada ni con la Academia platónica ni con el Liceo aristotélico ni con los hedonistas jardines de Epicuro y menos aún con las subversivas intenciones de la AIT como Academia Internacional de Put@s.
Por esas y por muchas otras razones nuestro latiguillo, Puta Graná, sale disparado una y mil veces a lo largo del día.
En ese odesorden de las cosas no entendemos cómo se puede seguir navegando entre las fantasmagorías de una ciudad que sólo se vende como humo. Humo pestilente y muy contaminado.
Caminar o ir en bici debería ser además de un placer una necesidad cotidiana; pero, sin embargo, se han convertido en tareas de alto riesgo, son un peligro para la salud. Desde hace unas cuantas décadas nos ha invadido una plaga motorizada que ni camina ni pasea. Y lo peor es que se nos quieren confundir los valores de la ciudad con los valores crematíticos de la contaminación económica. Parece que la libertad sólo tiene que ver con los derechos asfálticos de los automóviles. La automoción ha dejado arrinconados todos y cada uno de los presupuestos de una ética ciudadana. Sólo la anomia, el anonimato que da la posesión de un vehículo motorizado hablan de veras a los sujetos dependientes del consumo pornocapitalista. Y Graná es una ciudad que se resiente por ello.
Graná no tiene más sector económico que su respaldo burocrático. Ni ya queda agricultura pese a que la Vega de Granada fue diseñada con venerable amor por el arte sano y saludable. Ni posee un tejido industrial que pudiera ser corresponsable del subdesarrollo insostenible que padece nuestra ciudad. En Graná la Universidad deja mucho que desear. Es una institución que sólo tiene prestigio desde el punto de vista de la caótica retórica del turismo docente. Es, por tanto, una institución radicalmente obsoleta e inútil donde jamás hubo ningún atisbo de que pudiera ser comparada ni con la Academia platónica ni con el Liceo aristotélico ni con los hedonistas jardines de Epicuro y menos aún con las subversivas intenciones de la AIT como Academia Internacional de Put@s.
Por esas y por muchas otras razones nuestro latiguillo, Puta Graná, sale disparado una y mil veces a lo largo del día.
En ese odesorden de las cosas no entendemos cómo se puede seguir navegando entre las fantasmagorías de una ciudad que sólo se vende como humo. Humo pestilente y muy contaminado.
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