miércoles, 3 de octubre de 2007

La Zubia y sus "Fiestas"

Para pensar y actuar más allá de las Fiestas de san Pedro en La Zubia

El presente escrito es fruto de unas reflexiones entre los vecinos que nos solemos reunir por las noches en la Plaza de Las Marinas y nos vamos a dirigir a nuestro Ayuntamiento para que tenga en cuenta para próximos años el cambio de sitio de la celebración de las Fiestas del Barrio de San Pedro.

Podría ser interesante comentar cuando hace más de 50 años nacieron las Fiestas en el Barrio de San Pedro de La Zubia. En la década de la mitad del siglo XX salíamos de los duros años de la posguerra, queríamos dejar atrás, sin necesidad de olvidar, las atrocidades de la mal llamada guerra incivil. La población de nuestro pueblo era eminentemente rural. El campesinado agrícola era mayoritario. Las tradicionales fiestas de junio venían de antiguo. Sería muy difícil para nosotros precisar desde cuándo.

Por oídas de personas más sabias y por lecturas que hemos ido haciendo, seguramente, la tradición fuese pagana. Las diferentes formas de monoteísmo religioso que se asentaron en la península Ibérica tras el ocaso del Imperio romano no tuvieron más remedio que convivir con esas fiestas que celebraban la época de la recolección agrícola de los trigales. El tiempo de la cosecha iba acompañado de que nuestro pueblo precisamente en esas fechas aumentaba su población. Venían gentes de otros lugares a trabajar y así poderse llevar o dinero o, como antes se hacía en la economía del trueque, mercancías en especie.

Ese tiempo era próspero en intercambios. Se abrían de par en par los cortijos. En aquel tiempo se dormía en cualquier sitio. No era extraño ver a los jóvenes gañanes echando una cabezadita en el mismo pajar donde descansaban las bestias. Venían a ganarse el pan con el sudor de su frente. De ahí que aquellas gentes se tomaran a bien el que alguien los llamara ganapanes. Hoy hay quien usa esa expresión como insulto: ¡como si fuera una deshonra ganarse el pan trabajando! (Quizás muchos políticos de hoy en día tengan alguna culpa en ello: ¡pues hay que ver la forma de llevarse los dineros públicos alcaldes, concejales, diputados provinciales diciendo encima que ellos lo hacen por altruismo!).

En aquel entonces las viviendas en La Zubia eran de otra manera. Bien diferente a la de hoy era también la convivencia. Algunos por tildar a aquellos tiempos con los epítetos de la dictadura de Franco no piensan que hay que ser cuidadoso y no meterlo todo en el mismo saco de manera caótica. Cuando se baña a un niño en un barreño no hace falta cambiar el agua dejando al niño dentro. Sin las perversidades e infamias de aquel régimen criminal y tiránico tendríamos que apostar por una convivencia distinta a la que hoy nos imponen los modos absurdos de la muerte en vida yanqui. En este camino hacia la muerte –american way of death – se hace creyendo que modernidad equivale a motorizar las mentes y asfaltar los hábitos de movilidad diaria de las gentes.

En aquel entonces las Huertas Grandes de La Zubia pertenecían a los terratenientes: ¿han pensado alguna vez el significado real de esta palabra? Si lo han hecho no hará falta explicarles el método tan criminal de conseguir la tierra que tuvo la nobleza aristocrática española a base de pillajes, saqueos, violaciones, en definitivas: guerras.. Pues bien en esas fincas tan Grandes las tapias ocultaban a los súbditos de las Coronas españolas lo que se cocía por dentro. Las jerarquías organizaban sus feudos de manera harto estricta. Sólo en períodos de Carnaval, de fiestas estivales las puertas se abrían de par en par. Era una forma paternalista de convivencia social lo que se exponía a la vista de todos los forasteros que en aquellos días venían a trabajar en las tierras de los señoritos.

Cada Huerta tenía sus columpios, sus mercedores – merceores, que dirían los lugareños–. En cada Casa Grande se cocía una comida en común que se compartía. Había poco progreso industrial comparativamente hablando. Piénsese que la sociedad española tuvo poco acceso a avances tecnológicos y científicos hasta hace bien poco tiempo. La dictadura franquista hundió su ideología de clase en la escolástica más obtusa, ceporrina y medieval. Y ha sido tradición desde, al menos, el concilio de Trento poner salfumá contra todo tipo de expresión liberal, moderna o atea de lo social. Quién puede olvidar la condena que hiciera la Iglesia católica contra el liberalismo como moral atea y anticristiana. Todavía es bastante común que las mentes confusas de las previsibles elites de los mandamases del populacho manifiesten su ira contra toda forma elemental de enseñanza radicalmente liberal y subversiva. Lo que le pasó a un profesor de Filosofía en el Trevenque en fechas aún muy recientes no es más que una prueba de la incultura e intolerancia que tan bien asentadas están en nuestro solar patrio. Habrá que sacar a relucir en cualquier momento la actuación de algunas damiselas de compañía de alcaldes y otros tunantes en esas cofradías progres de la moral de orden, ley y tientetieso. ¡¡¡Cuánto analfabetismo literario se invoca para la práctica diaria de la censura!!!

En aquellas casas grandes los campesinos se informaban de los aconteceres de su tiempo gracias a la palabra oral bien recitada de pregoneros, bufones u hombres –y mujeres públicas– del teatro popular. El tiempo se vivía de otra manera. Y el analfabetismo, por desgracia, anidaba en casi la totalidad de las pobres mentes del pueblo trabajador: así de espléndidas fueron las elites gobernantes con la clase obrera y campesina española. Las fiestas eran motivo de jolgorio. En ellas se exponían adelantos científicos para incrédulos. El escritor colombiano Gabriel García Márquez lo narra espléndidamente en su magistral libro Cien años de soledad. Cuenta, entre otras muchísimas cosas, la primera vez que el gitano Melquíades llevó hielo a las latitudes tropicales de Macondo: los vecinos se quedaban estupefactos. Admirados. Su admiración era muy fácilmente manipulable. No estaba ni está tan lejos La Zubia de Macondo. Ni antes ni ahora. No se ha avanzado tanto como los ingenios tecnocientíficos le pueden hacer creer a cualquier observador ingenuo.

Las fiestas se disfrutaban en aquel tiempo de otra manera. La copla vivía en el alma campesina de cualquier gañán andaluz. El flamenco no estaba profesionalizado por comparsas empresariales foráneas. Y cualquiera que hubiera trabajado en las campiñas de Jerez o en los puertos de Málaga se arrancaba con alguna soleá. Era pertinente imitar con la propia voz lo que se había aprendido trabajando codo con codo en los mismos tajos de los sabios maestros del cante jondo en la Baja Andalucía.

No era extraño entre los trigales ver unos buenos revolcones de los jornaleros foráneos con las buenas mozas del pueblo. Se cambiaba así de caldos y se le daban nuevos aires a los vestidos recién estrenados para la ocasión. Se sacudían así bastante bien los polvos de los caminos. No todo era amor, había refriegas también. Se encrespaban los jovenzuelos del terreno como los imponderables gallos de pelea. Los jóvenes se ponían bravos cual toros de lidia. Se cuerneaba con frecuencia en aquellos fastos y no era nada fácil poner paz entre gentes tan irascibles y viscerales, que previamente habían sido deformadas moralmente a imagen y semejanza de sus mediocres elites gobernantes. Imitaban a sus Mayores, repetían los gestos de sus Mayorales. Más que de ética en casos como estos cabría mejor hablar de etología.

El percaz fue cambiando. En los años 50 del siglo pasado los yanquis no deseaban que en España hubiera algo parecido a la democracia. Los yanquis se quisieron creer el cuento más atroz de los falangistas de Franco; a saber: que su guerra se había hecho contra el comunismo internacional. Los yanquis tuvieron –como siempre– miedo a la democracia . Si aquello que contaban los fascistas españoles hubiera sido cierto entonces opinaron que podría nacer en España una democracia popular o una república democrática al estilo soviético. Así que prefirieron desde aquella época reforzar los lazos con el criminal régimen del Generalísimo matarife Franco. Aquí nunca hubo un verdadero Plan Marshall, pero sí hubo instalación de bases militares yanquis. A cambio la gente se conformó con un poquito de queso y leche en polvo distribuidos a granel. Y desde entonces lo de la soberanía nacional –pese a la retórica nacionalista de la derecha paleopolítica franquista– se fue al carajo. Eso permitió ir dando pasos de gigante en la venta de España a las multinazionales áraboyanquis. Los terratenientes fueron los que salieron ganando. Pues trasvasaron sus negocios de la agricultura de secano a las efímeras y rentables economías fiscales del ocio. No sólo fue playa, sol y toros. En el ínterin España se forjó como puente trasatlántico de las economías sumergidas más potentes del pornocapitalismo: el narcotráfico, la prostitución y las armas de guerra. La entrada y consolidación de la colonia española en la OTAN – Organización del Terrorismo desde América del Norte – fue una necesidad inherente al sumiso papel que a la Península Ibérica le tocó jugar. Las familias de Bin Laden y Bush desde entonces planificaron sus rentables guerras petrolíferas en base a sus podridos intereses de economía crematística. Como las avionetas imperialistas yanquis pasearon con total descaro por Vietnam: la muerte es nuestro negocio; y el negocio funciona .

Hubo grandes flujos de dinero. Las multinazionales del turismo hicieron algo más que su agosto. Pusieron las bases de la suciedad básica en la que hoy estamos fatalmente asentados. Y nuestras calles se llenaron de súbditos del imperialismo yanqui atiborrados de hamburguesas, música folklórica y sucédaneos motorizados del petróleo.

Hoy ya las fiestas sólo producen ruido, dolores, inconvenientes. Mantener un ferial en medio de un barrio habitado por gentes enfermas, ancianas y bebés es una actividad algo más que vergonzante y criminal. Pedimos que retiren el ferial de nuestras calles. Que se lo lleven a un sitio más específico y que el vecindario no tengamos que soportar el pestilente olor a orines, el furibundo ruido que provocan las horteras casetas de los feriantes y el incesante tráfico de motores de gasolina que son conducidos por personajes clonados de los estrellados holliwodenses para no llevar a ninguna parte. En La Zubia hay un sitio específico: la Huerta Iberos, y sino que se lo lleven a los pinos, a las Malvinas o donde sea pero que no se nos moleste.




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