Vaya circo que está hecho nuestro estadio de derechas -a los burrocrátas les gusta hablar pomposamente de él como Estado de Derecho-. Un violador -condenado a varias centenas de siglos de cárcel- más anda suelto. Quién puede entender los cálculos irracionales de las matemáticas jurídicas. Es una veraz radiografía de las inutilidades profesionales que salen de las obsoletas jaulas universitarias hispánicas. Ni jueces ni sus adláteres saben bien lo que hacen. Carecen del juicio reflexionante necesario como para poder pronunciarse con conocimiento real de causa sobre los miles de expedientes que su puta ignorancia de manera periódica sanciona.
Un sujeto que después de pasarse una quincena de años entre rejas penitenciarias declara que el único error que cometió fue el no haber asesinado a sus violadas víctimas es un sujeto atroz y repugnante. Y, sin embargo, hete aquí que cientos de años de condena se le pasan en un abrir y cerrar de ojos.
Si no hubiera tanta indecencia en este Reino de los Bribones borbónicos no estaría nada mal que luchásemos porque la Universidad, al menos -aunque sería mejor que fuera el sistema educativo completo ¡y no sólo!- se hiciera eco de la paciencia dialéctica que la Academia platónica practicaba como un espacio dialógico de conocimiento filosófico. Se podría entonces aprender a aplicar la Idea de una eutanasia procesal para sujetos horrendos que se jactan con la práctica de actos criminales. Y como aprendiéramos de Robespierre, Saint Just o Babeuf comenzaríamos por implantar esa eutanasia procesal en la ignominiosa cabeza monárquica de este imbécil Estadio de derechas. Para dar un excelente ejemplo de que quien la hace la paga, como nos recordara hace unos días en uno de sus infames canales televisivos el ubicuo señoritingo Diego López Garrido.
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