miércoles, 24 de octubre de 2007

¿Síndrome de Diógenes o de Adam Smith? Sobre las acumulaciones de miserias y penas capitales sobre nuestras lamentables cabezas




Nos piden que aclaremos por qué le llaman síndrome Diógenes a esa enfermiza discapacidad de acumular miserias que presentan algunos idiotas -en un sentido radicalmente etimológico- de nuestra putrefacta suciedad de hiperconsumo pletórico.
Desde hace poco tiempo hasta en la sopa sale el tema. Clínicas psiquiátricas, anuncios de publicidad de coches, artículos sensacionalistas de periodistas aznarfabetos le echan al pobre Diógenes de Sínope un montón de miseria encima. Él no la acumulaba. Cuentan que cierto día, por poner un ejemplo, vió a un niño beber agua con sus propias manos de un manantial y él tras verlo lanzó la escudilla que usaba para comer lejos de sí después de decir: he ahí una buena enseñanza de conducta ejemplar de la que convendria aprender moralmente.
Frente a Diógenes de Sínope se debería conocer a ese afán por acumular miserias como el síndrome de Adam Smith. Pues éste sí que fue un apóstol de la acumulación de miserias. Desde su cátedra de Ética -tuvo su ocio bien cubierto y protegido en los claustros de la universidad de su tiempo- él habló de la moral de los negocios de bandidos, piratas y corsarios. Realizó una investigación sobre el comercio y ensalzó la conducta criminal de los blancos europeos en la conquista bélica de los otros continentes sin importarle ni los modos violentos de las expropiaciones forzosas ni las violaciones -¿conquistas eróticas?- que sufrían las mujeres, fuesen niñas o viejas. Algunos ignorantes lo han nombrado el apóstol del liberalismo, pero olvidan que él en su planteamiento clasista de la riqueza de las naciones olvida el origen de la acumulación de capital. Hasta borra las huellas para que nadie pueda señalar los indicios de tanta crueldad y de tanto robo. Ensalzó el egoísmo como si éste fuese el principio -y no el resultado- de la economía de los motivos morales de la conducta más humana y civilizada.
Muchos psiquiatras reniegan de conocer y tomar conciencia de las sangrantes relaciones de explotación en sus escritos y en sus prácticas clínicas diarias. Ellos colocan etiquetas a fenómenos que les parecen evidentes pero que no lo son. Si estudiaran con más paciencia podrían ver en esos síntomas la penosa vida que han arrastrado las personas que los sufren. Algunas de ellas acumulan miserias con cierta esperanza. Saben esas desgraciadas criaturas que habrá tiempos aún peores que los que ahora arrastran y que algo de ese desenfrenado hiperconsumo de la hambrienta suciedad capitalista les podría ayudar y servir como reserva energética en un futuro próximo. Ellos no son el problema, sólo un síntoma de una deformación social radicalmente enferma.

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