jueves, 23 de julio de 2009

Sobre la puta necesidad de transformar subversivamente la suciedad de explotación nuclear


"La habitación de Pascal", de Jorge Riechmann
Por un humanismo no antropocéntrico del ser humano incompleto

Salvador López Arnal
El Viejo Topo, nº 257, junio de 2009, pp. 88-89.
Con bastante correcciones de LPGr, pues el texto original estaba lleno de gazapos.

Jorge Riechmann, La habitación de Pascal. Ensayos para fundamentar éticas de suficiencia y políticas de autocontención. Los libros de la Catarata, Madrid, 2009, 317 páginas. (PVP: 18 €).



El autor resume lo esencial de la situación abordada en ésta, su última publicación, en el haiku 29 del Epílogo.

En 2006, The Lancet publicó un estudio de investigadores norteamericanos y daneses. Algunas de sus conclusiones: millones de niños en todo el mundo podrían haber sufrido, pueden seguir sufriendo, daños cerebrales por efecto de la contaminación industrial. El artículo denunciaba la existencia de una pandemia silenciosa de trastornos en el desarrollo neurológico –autismo, retraso mental, parálisis cerebral, déficits de atención– causados por productos químicos tóxicos vertidos en el ambiente. El efecto es real aunque muy difícil de calibrar, de medir con exactitud. Los autores del estudio identificaron unos 200 productos químicos industriales potencialmente perjudiciales para el cerebro humano. Eran, por otra parte, sólo la punta del iceberg. Se sabe actualmente que hay más de 1.000 productos químicos que son neurotóxicos en animales. Los investigadores en cuestión alertaban que era probable que también lo fueran para los seres humanos. Funciones tan básicas para los seres humanos como la respiración, la reproducción, el normal funcionamiento cerebral se ven crecientemente amenazados. Y a eso, aunque generalmente se oculte, se le suele llamar progreso, desarrollo industrial, y se entonan marchas triunfales para celebrar nuestros éxitos. Es la visión fáustica de la tecnociencia contemporánea y de nuestra civilización imprudente. Aquilatar y denunciar esta cosmovisión es uno de los motivos para recomendar, esta vez sin contención, la lectura y estudio del nuevo libro de Jorge Riechmann.


Las razones se agolpan para ello: el propio título, la temática, las citas elegidas, las referencias poliéticas del autor (Pasolini, Castoriadis, Russell, Jungk), la argumentación desplegada, la enorme erudición, las fuentes de documentación, el saber científico acumulado por el autor, la filosofía y belleza que inspiran su escritura, la esencialidad del tema investigado, la prudente relación entre conocimiento, análisis y posición poliética.


Estamos ante un nuevo y excelente libro del poeta, traductor, ensayista, profesor y destacado activista Jorge Riechmann. Su temática básica es apuntada en la contraportada del volumen: la dimensión de la crisis ecológico-social, la gradación de la cual no deja aumentar día tras otro, nos obliga a pensar nuevamente, a repensar si queremos en circunstancias muy distintas de las tradicionales, la condición humana y el encuentro con los otros, en circunstancias, las nuestras, de un “mundo lleno”.


La habitación de Pascal, este es el hermoso título del libro comentado, es la última pieza del Pentateuco ecosocial del autor (la broma-ocurrencia es del librero Francisco Puche). La inicial trilogía de la autocontención se ha acabado convirtiendo, señala Riechmann, en una pentalogía. Por ahora, añado. Esta sería su ordenación ideal: Un mundo vulnerable, Biomímesis, Gente que no quiere ir a Marte, La habitación de Pascal y Todos los animales somos hermanos. En el libro que comentamos se reflexiona sobre cómo encauzar, modelar o ralentizar el ímpetu de autotrascendencia del ser humano, peligrosa e interesadamente magnificado se señala, por una tecnociencia ciertamente prometeica. Componen La habitación de Pascal una introducción (que no deberían dejar de leer), once capítulos (especialmente destacable es, en mi opinión, el segundo, el dedicado a la racionalidad ecológica, un final) y un epílogo poético: “Oikos & Jaikus. Penúltimas reflexiones sobre la crisis ecosocial”. Un ejemplo de estas reflexiones que cierran el volumen.


Desde comienzos de los ’70 del siglo XX y a pesar de todos los esfuerzos de ecoeficiencia, la demanda europea de recursos naturales ha aumentado en un 70%. Cada europeo precisa de promedio 4,9 Ha de tierra productiva para mantener su estilo de vida. El promedio mundial es de 2,2 Ha. El estilo de vida chino exige 1,5 Ha y el norteamericano 9,5 Ha, casi cinco veces el promedio mundial. Conclusión: el desarrollo sostenible, tal como apuntan Ernest García y Lovelock –señala Riechmann–, hubiera sido una excelente idea hace doscientos años, o incluso hace menos tiempo. Hoy, en cambio, de lo que se trata realmente, apunta el autor, es de organizar una retirada sostenible. Retirarnos, pues, de un camino que, según todos los indicios contrastados, conduce a nuestra autodestrucción. Modelar, pues, prudentemente nuestro ímpetu de trascendencia.


Y para ello, en ocasiones, para señalar tareas y apuntar caminos, el humor es buen compañero. Estos tres ejemplos que Jorge Riechmann anuncia con serio sentido del humor son un ejemplo: principio de las proporciones mandelianas: por cada Mandela hay doscientos Bush (I ó II, como prefieran); de acuerdo, pero Mandela existe; principio de las probabilidades improbables: si Grecia pudo ganar la Eurocopa de 2004, o incluso España, si me apuran, la de 2008 (excusen los ejemplos futbolísticos), entonces podemos colmar el abismo Norte/Sur y detener el desastre ecológico. Finalmente, el principio de la autocontención: rechazar el fanatismo, reconocer la ignorancia, los límites del mundo y del ser humano, el rostro amado… Esta es la cuestión. Camus dixit.


Riechmann argumenta y alerta a lo largo del volumen sobre la gravedad de nuestro momento histórico: ante nosotros se despliega, señala (p. 101), una disyuntiva excluyente: o bien adaptamos la tecnoesfera al medio natural (la técnica biomimética que él defiende y sobre la que ya ha escrito documentadamente) o bien adaptamos el organismo humano, los organismos vivientes en general, y el medio natural a la tecnoesfera, la tecnociencia sintética. Riechmann despliega multitud de razones que abonan la primera vivía, aunque, sin duda, por miedo, por pereza, por intereses creados y alimentados, seguimos transitando por el segundo camino suicida. Urge cambiar nuestro rumbo.


La tarea señalada por el autor, siendo, como es, la tarea de la hora, una de las grandes tareas de nuestro tiempo, no es en ningún caso tarea fácil. Una cita de Berger, que encabeza el Epílogo, pone el dedo en la llaga, que diría el malogrado maestro Javier Ortiz: no sólo se están extinguiendo actualmente especies vegetales y animales sino necesidades humanas, prioridades humanas que se ven diaria y sistemáticamente rociadas de eticidas: agentes que matan cualquier idea de historia y de justicia. Especialmente atacadas, recuerda Berger y apunta Riechmann, son aquellas de nuestras prioridades que proceden de la necesidad humana de compartir, legar, consolar, "condolerse" -¿con arroz o sin ella en plan Obama?- y tener esperanza.


Vale la pena remarcarlo: prioridades que proceden de necesidades. Porque, como señala Riechmann, una de las mayores dificultades para hacer frente a la crisis ecológico-social reside en que no conseguimos hacernos cargo colectivamente en serio de la gravedad de la misma, de su terrible excepcionalidad.


Pero la gravedad y la excepcionalidad de la situación no son simples quimeras, no son ensoñaciones alarmistas de cuatro irresponsables. Reconocer lo que somos, lo que tenemos que ser, como señaló Camus, basta para llenar nuestras vidas y ocupar nuestros esfuerzos.
Es un magnífico plan de trabajo para superar todo nihilismo paralizador.

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Nota de LPGr: Desde hace tiempo hemos compartido algunas cosas con Jorge Riechmann, pero siempre que nos cae alguna de sus obras en nuestras manos, nos sentimos bastante defraudados tras su lectura. Algún día deberíamos exponer esas sensaciones de manera más crítica y paciente. No obstante, para aquellos y aquellas que aún no han desarrollado una visión crítica contra la suciedad de explotación nuclear, creemos que sí que es necesario difundir su obra. Aunque sería importante reflexionar sobre quién puede comprar en el Reino FrancoBourbónico de los Bribones una pentalogía tan voluminosa y, en gran parte, tan cara. Este volumen sale por 18 eurazos (3 mil pesetas de las de antes del cuponazi eurofeo). ¿No sabe nada Riechmann de que muchas de sus obras podrían tener mejor acogida crítica si las editase gratuitamente en una página web o en un blog de internet? Si lo sabe ¿por qué no lo hace? ¿No ahorraría con ello mucha demagogia a las editoriales que abusan de una retórica ecologista y nos mienten cuando dicen que sus procedimientos industriales no afectan al medio ambiente?

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