viernes, 10 de julio de 2009

El Puto fascismo franquista sí que implantó un criminal régimen de TERROR: nazional y católico


Nunca, ni en mis dieciséis años como maestro de Saleres ni en mis más de cuarenta años, hasta mi retirada del deporte, como secretario de la Sociedad de Cazadores de El Valle, había hecho anteriormente mención alguna al respecto porque lo considero como una de las acciones más execrables y vergonzosas de la Historia de España, como el tramo final de nuestro larguísimo ciclo decadente. Siempre he estado rodeado por personas sencillas, honestas y de una humanidad tal que, en cualquier momento en el que yo les hubiera hecho el menor comentario, me hubieran dado pelos y señales de las personas que causaron esos asesinatos tan inclementes de tantas criaturas indefensas como perdieron la vida en El Valle de Lecrín durante aquellos vesánicos días, cuando la ira y el odio se imponían a la cordura y a la razón. Y la verdad es que, en aquellos crímenes, pudo haber, de hecho los hubo, algunas personas, una o dos, cuatro o cinco cuando más, entre los asesinos que, a sangre fría, le robaron la vida y le negaron cuartel a personas indefensas, a las que asesinaron sin saber con seguridad si eran de derechas o de izquierdas, porque les bastó con saber que eran prófugos de una Málaga que acababa de caer bajo la férula derechista. Y con la suposición de que huían porque algo temían fue suficiente para que los masacraran vilmente, sin otorgarles ningún derecho.

No voy a erigirme en juez de nadie, sino en simple transmisor de unos hechos, hoy quizá desconocidos, que no van a acusar ni a defender, ni a humillar ni ensalzar a nadie porque, en aquellos días, las primeras víctimas fueron las que moralmente se conocen como virtudes humanas y que las personas virtuosas nunca o casi nunca fueron escuchadas.

Eran los días del reventón de Málaga, cuando tantísimas personas de izquierdas, al ver la llegada de los falangistas y de los militares, optaron por la huida hacia el levante, donde todavía se mantenían con fuerza los destacamentos republicanos; pero entre la zona serrana de La Axarquía, Bentomiz, La Alminara y la Sierra de Tejeda o de Las Albuñuelas, entre Málaga y Sierra Nevada, donde se parapetaban los izquierdistas o republicanos, existía y existe una falla enorme, una gran falla, derechista a la sazón, que era el Valle del Río Guadalfeo Menor o Río del Margen, o río de La Laguna del Padul, donde se aposentaba una gran cantidad de falangistas y de regulares, porque eran el baluarte que impedía que se unieran el levante con el poniente izquierdista del principal coloso granadino, que es la cordillera penibética. Y los huidos de Málaga, donde habían sido asesinadas también muchas personas inocentes, como mi primo José García Molina, hermano jesuita, a sus 25 años, lo fue en Los Martiricos, hubieron de cruzar, con distintas suertes, las líneas derechistas.

Hubo fugados que siguieron la entonces inacabada carretera de Almuñécar (hoy, de forma absurda, conocida como la de La Cabra) aunque su recorrido era muy largo, pues habrían de atravesar todos los altiplanos de El Padul, donde la guardia civil los podría detectar. Pero muchísimos la cruzaron en la noche, y algunos en el día, sin que nadie los detectara. Sin embargo, algunos fueron detectados ya en Sierra Nevada y masacrados sin clemencia. Al día siguiente, por imperativo político, IDEAL dio la noticia: Un grupo de valientes falangistas exterminan a una numerosa expedición de milicianos escapados de Málaga. Los izquierdistas murieron todos; de los falangistas, ni un herido siquiera. O sea, que machacaron sin clemencia a una expedición de ancianos, de mujeres y de niños, en su inofensiva huida.

Por aquellos días, una expedición de huidos de Málaga aterrizó en la localidad de Murchas, donde fueron asistidos por el vecindario, que les dio ropa, comida y alojamiento; al día siguiente, el mismo vecindario impidió que se los llevaran los derechistas y los acompañaron a un camino de carboneros, por donde, quizá por la Rinconá, se dieron a la sierra.

Fue en aquellos días cuando otro grupo, perdido en los desfiladeros del los ríos de La Laguna y de Dúrcal, remansaron en Cónchar, donde los vecinos repitieron con ellos la misma acción humanitaria. Pero la guardia civil se presentó en el pueblo y se los llevó a la estación del tranvía de Marchena, donde posiblemente vieron por última vez los primeros farallones de nuestra sierra.

Por aquellos días, una mañana temprano, se presentaron en el cementerio de El Padul dos camionetas cargadas con gente menuda: eran muchachos todavía lampiños, algunos ni siquiera habían echado el bozo, posiblemente militantes de las juventudes de algún partido de izquierdas, que fueron obligados por los falangistas a abrir una gran fosa. Al momento, los falangistas, que eran foráneos, reforzados por El Verdugo, que tampoco era del Padul, y por El Terrible, asesinaron a los ochenta. El teniente coronel Maldonado, Chacho Pico, alcalde del Padul, a la sazón y a la fuerza, partió en dos la vara de alcalde de El Padul ante el teniente coronel del Campo, en su despacho de alcalde del ayuntamiento de Granada.

Cuando, con sentimientos triunfalistas, los criminales se fumaban un cigarro tras su proeza, un muchacho, de unos trece o catorce años, salió malherido de la fosa y pidió que lo confesaran. El párroco, que andaba por allí de forma casual, le dio la confesión. Cuando hubo concluido, se dirigió a los héroes del yugo y la flechas:

-¿Por qué no le perdonáis la vida, no veis que es un buen muchacho?
Y el jefe falangista le presentó sus disculpas:
-Lo sentimos pero tenemos la orden de no dejar testigos.
Y lo remataron sin piedad.

Esta fosa se halla exactamente debajo del columbario donde se dio sepultura a las víctimas del accidente de Lozoyuela y donde ya hay bastantes más difuntos en su reposo eterno. Estos hechos los tengo recogidos en mi novela "Los días de la ira", que es la segunda parte de "Y se fue con el viento de arriba", y no los había recogido antes por la pena que sentía por las víctimas y por la repugnancia que sentía y siento por los autores, tanto de la muerte de estos muchachos como por los asesinos de mi primo José El Catira y de tantas criaturas inocentes que murieron de forma tan absurda e innecesaria como ellos, como unos y otros.

En su día, cuando parecía que el proyecto de "La Memoria Histórica" iba a ser una idea sensata, le ofrecí todos los datos y documentos que poseo a dos cargos socialistas, pero, tras conocer la censura que sufro por mi militancia en la Plataforma Por Andalucía Oriental, para segregar el Reino de Granada de Andalucía, el PSOE y la Junta de Sevilla carecen de dinero para compensarme, porque prefiero quemarlos. Sí les puedo decir que hay algunas fosas comunes más, esparcidas y olvidadas por nuestras sierras.

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