martes, 14 de julio de 2009

El primer artículo de Morán en LV fue una ácida e irónica crónica sobre la Puta Filodoxía funcionarial del Reino FrancoBourbónico de los Bribones



Cita en Cáceres con la filosofía
La ciudad extremeña acogió el XXV Congreso de Filósofos Jóvenes


Gregorio MORÁN
La Vanguardia, sábado 9 de abril de 1988



Por espacio de cuatro días, acaba de celebrarse en la localidad extremeña de Cáceres el XXV Congreso de Filósofos Jóvenes. Bajo el lema “Filosofía y Política”, desfilaron por la tribuna de oradores docenas de filósofos profesionales, una especie que parece amenazada de extinción desde hace ya más de un siglo, pero que es aún prolífica en nuestro país. Fue una reunión con sus encantos y también con sus lagunas, meritoria, aunque sombreada por el lunar de unas ausencias significativas: las protagonizadas por los filósofos diputados.



Los filósofos diputados —no confundir con los diputados filosóficos— tienen larga tradición en España, desde el inefable profesor de Metafísica don Nicolás Salmerón, efímero presidente de la 1ª República, hasta don Julián Besteiro, pasando por Ortega y Gasset. Incluso el franquismo gozó del privilegio de adornar sus Cortes con filósofos, del Derecho, como Corts Grau, de la historia como Torcuato Fernández Miranda, e incluso una variedad tan rara romo la del agustinismo falangista de Adolfo Muñoz Alonso. Donde hay tradición . no hay plagio y la democracia puso en un brete a un grupo selecto de talentos: o seguir buscando el Sur de las cosas o llamar directamente a los electores para que les liberaran de la frustración. Así, por procedimiento tan lógico y formal, abandonaron las actividades del espíritu que, como es sabido, rezuman los departamentos de filosofía españoles. Se lanzaron a la vorágine de la pelea política. Eso explica porqué fluyeron hacia el Partido Socialista algunos filósofos académicos, primero gota a gota y luego a borbotones. Hoy el PSOE cuenta con un capital de profesionales de la Filosofía que han pedido la excedencia en la búsqueda de la Verdad y se dedican a la contemplación del Espíritu Puro, que es un Gobierno con mayoría absoluta. Ni la derecha conservadora, ni el comunismo hispano han tenido semejante suerte. Excuso decir los nacionalismos.

Por estas razones categonialmente de primer orden, el XXVº Congreso de Filósofos Jóvenes nacía ya con un defecto y asumía ante la historia una grave responsabilidad; la de tener en sus manos la posibilidad de confirmar una tesis de Platón y hacerlo además con un ejemplo práctico, hecho excepcional en el mundo del platonismo. A saber: que en España la política es llevada, al menos en parte, por algunos filósofos. El ideal platónico. Experiencias como la de Rubert de Ventós o Miguel Angel Quintanilla, entre otros, fueron desaprovechadas. Ni siquiera podían argüir la disculpa de que ya no eran jóvenes, porque la edad de los ponentes se situó en esa convención histórica denominada “generación del 68” y que se refiere a quienes por razones obvias no lo vivimos. Se malogró la oportunidad de demostrar en vivo algo que una exmilitante de izquierda expresó con gracejo: “nosotros hemos perdido pero han ganado los nuestros”.


Muestra del estamento


Las cuatro jornadas trascurrieron en un clima más suave en el terreno de las ideas que en el del clima, que fue borrascoso. La ciudad hermosa, con las siete puertas de su muralla abiertas hacia el saber, como dijo en la sesión de apertura el teniente alcalde Cardaguaillet, única autoridad que pisó el congreso hasta la sesión de clausura. Cuatro temas fueron los platos fuertes, uno por día: Ética y Política, Justificación de la democracia, Nacionalismo frente a Universalismo, y la Filosofía española a lo largo de los XXIV Congresos procedentes. Se evitó cuidadosamente la vulgaridad de meter la realidad hispana como elemento de debate, si exceptuamos algunas intervenciones de la última jornada, como la del catedrático Isidoro Reguera (Cáceres), que bien podía haberse titulado “Sobre la miseria de la condición filosófica en España”; la profesora Galcerán (Madrid) describió la espasmódica evolución de dos filósofos del PSOE —Quintanilla y Paramio— desde los dogmas estalinianos de la “ciencia proletaria” al paraíso posmarxista del estado de bienestar. Y Antoni Doménech (Barcelona) actualizó algunas réplicas a un cabeza dura que se negaba a entender las evidencias de la relación entre política y mercado; hubo de convencérsele en base a ejemplos.

El estamento estuvo representado en las diversas gamas que constituyen el gremio filosófico, con algunas ausencias significativas y de penúltima hora como las de los esperadísimos Emilio Lledó y Javier Muguerza. Estaban los brillantes profesores que han superado aquel viejo dilema que recorrió durante décadas la filosofía española: o se era de formación germánica o sencillamente vaticana. Ahora, aunque una buena parte haya pasado por seminarios y puedan hacer malabares con aquello del bárbara-celaron-dario- ferio, ya no tienen la conciencia escindida, al menos por eso, y pueden afirmarse al unísono de formación germánica y anglosajona, por más que en algunos parezca posgermámca y preanglosajona. Las intervenciones de Carlos Thiebaut (Madrid) —“La ética del presente”—, Antoni Doménech (Barcelona) —“Democracia y racionalidad colectiva”— y Jesús Mosterín (Barcelona) —‘Quiebra de la noción o nación y necesidad de una nueva filosofía política”—, consiguieron algo tan valioso como responder exactamente a lo que su título indicaba.

Estaba la gama de los exóticos, aquellos que defienden algo tan infrecuente como la actualidad del pensamiento de Merleau-Ponty, como el profesor Norbert Bilbeny (Barcelona), o el espíritu del 68, Eduardo Bello (Murcia) .O ensayan con vehemencia demostrar que “el terrorismo y el nazismo son las cimas del romanticismo”, como José Luis Villacañas (Murcia).

Y para que la representación fuera genuina y no aparente había los patéticos. Aquellos que hacen pasar a los oyentes por momentos de tan profunda desazón, que bien pueden considerarse patéticos, porque tales son sus esfuerzos por convencernos de que no sólo tienen algo que decir sino que además son originales. Por respeto a la institución excuso dar nombres. La cima la alcanzó un catedrático por la universidad isleña de La Laguna. Una intervención tan indescriptible que mereció el aplauso de un personal regocijado por tanta desfachatez como improvisar sobre Platón, la cibernética, el comportamiento de los animales y el lenguaje de la filosofía. Bien merecía el título de mayor rostro pálido que ha pisado el XXV Congreso.

La más curiosa de las presencias fue la de los ausentes. Una velada referencia de un oyente a Manuel Sacristán generó una cascada de reconocimientos en artículo mortis al que fuera mentor del marxismo autóctóno. Pronto se enterró su recuerdo con una expresión cuya brutalidad quedará magnificada al ser expuesta por uno de sus sedicentes discípulos, hoy en la universidad de Valencia: “Sacristán cumplió su destino”. El gran ausente, el ausente por antonomasia habría de ser no obstante el filósofo germano Jürgen Habermas. Fue citado con reiteración y no sin cierta alevosía, textualmente y al bies. Su supuesto albacea en España, Agapito Maestre (Madrid), pronunció la frase definitiva que nos dejó con un pálpito: “Habermas es el centro secreto de la izquierda europea”.

La gente no parece haber escarmentado después de lo que nos pasó hace ya muchos años con un tal Karl Krause, de quien muchos pensaron que era la fuente del progresismo y resultó un grifo averiado... A lo mejor nuestro destino intelectual es el de montar en el vagón del último tren; ayer un kantiano ínfimo y hoy un superviviente de la Escuela de Francfort.


Impunidad

Hay un rasgo que trasciende el mundo de la filosofía académica y que importa a la sociedad en su conjunto. Y es que durante la transición política había estamentos sobre los que era impertinente hablar, amén de arriesgado: el Ejército, La Judicatura, la Medicina, incluso la iglesia. Con el tiempo la gente pudo ir opinando poco a poco sobre cuerpos tan excelsos sin ser tachado de intrusismo profesional, por más que el asunto pudiera tener sus consecuencias penales. El estamento de la filosofía académica es quizá el único que no permite aún el tránsito a los gentiles. Sólo los filósofos profesionales pueden opinar sobre la filosofía. Escasos son los que subvierten este principio. Ahora bien, esto sería coherente si los del gremio filosófico fueran cuidadosos con los temas ajenos... Así se evitarían el bochorno de sesiones como la de “Nacionalismo y Universalismo”, en las que ilustres profesores dijeron tal sarta de simplezas sobre el Nacionalismo que convirtieron el asunto en charla de casino.

Después de XXV Congreso de Jóvenes Filósofos el siguiente tendrá lugar en Plasencia y tratará sobre “Filosofía y Literatura’, quizá por aquella frase de Cocteau de que “nuestro siglo está podrido de literatura’. Los jóvenes han dejado de serlo y los protagonistas quizá han madurado más que sus filosofías.

La vieja polémica entre marxistas y lógicos han dejado paso a esa consideración expresada por un ponente, según la cual hoy se es marxista en la misma medida que se es kantiano. O, como diría el catedrático Isidoro Reguera, del heroísmo se ha pasado a la melancolía, un tránsito que es posible que haya dejado más huella en las instituciones parlamentarias que en las universitarias. Ya que no han de pedir perdón a los estudiantes por haberles hecho comulgar con ruedas de molino, al menos que repitan cien veces los amargos versos de Nietzsche: “No te enojes conmigo, melancolía, porque tomo la pluma para alabarte y, alabándote, incline la cabeza”.


GREGORIO MORAN


Y en la misma página de La Vanguardia también colaba un breve e irónico texto sobre el uso que el vicepresidente del gobierno socialfascista de Felipe González, un tal tahúr y mediocre Alfonso Guerra, hacía de los aviones del Ejército español para desplazarse "gratuitamente" de Sevilla a Madrid en tiempos de la paganísima Semana de Crucifixión andaluza:



Consideraciones a propósito del Mystére del Domingo de Gloria



La oposición es poco sensible a las consecuencias que puede tener la denuncia contra Alfonso Guerra por haberse saltado una cola. En primer lugar, a partir de ahora los ministras nos saldrán más caros porque viajarán en avión, de tal modo que no sólo evitarán los atascos, sino incluso que los vean. Luego habrá que abrir un debate parlamentario para definir los límites entre lo público y lo privado en la actividad de un alto cargo. Si aquel ministro y hoy eurodiputado, Enrique Barón, ya dijo que los ministros eran “un bien de Estado” habrá que considerar que incluso cuando descansan es el Estado quien sestea. Y el Estado podrá dormir pero no puede quedarse parado haciendo cola como si se tratara de un cualquiera.

Creo que el gasto del vicepresidente es un acto coherente que debe ser abordado desde otra perspectiva. ¿No se ha repetido hasta la saciedad que éste era un Gobierno ilustrado? Pues en aplicación de un principio de la ilustración, una cosa es civilizar al pueblo y otra sufrirlo.

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