lunes, 13 de julio de 2009

Sobre gustos y nuestros putos disgustos no se cansa nadie de escribir a diario: una contribución particular a debates personales


Paraguay, Barrett y las gallinas


Gregorio MORÁN
La Vanguardia, Barcelona,
sábado 3 de mayo de 2008, página 22


Admito que estoy del señor Obama y de la señora Clinton hasta la coronilla. Debemos ser uno de los países punteros en el seguimiento de la campaña electoral norteamericana y la verdad sea dicha que no encuentro razón alguna para hacerlo. No logro dar con la pasión electoral de los ciudadanos españoles en los caucus o las primarias, en Wisconsin o Pensilvania. Sé que habré de sufrir desgraciadamente las consecuencias de cualquiera que sea presidente de EE.UU. y que preferiría a un negro a esa señora frígida o al anciano reaccionario lleno de medallas, pero no entiendo muy bien ese furor paleto por algo que no depende de nosotros en ninguna medida y con el añadido de que la inmensa mayoría de lectores no tiene ni zorra idea ni de dónde cae el estado de Vermont, no digamos ya Wyoming.

Lo que son las cosas; aún estoy esperando el resultado de las elecciones en Paraguay una vez escrutado el cien por cien. Y lo que es más llamativo, que alguien me explique algo sobre los siete partidos que al parecer forman la coalición Alianza Patriótica por el Cambio (APC) que ha llevado a la victoria a un tipo tan singular como el obispo católico Fernando Lugo, en un país donde hay minorías religiosas que controlan buena parte de su economía; la esposa del presidente saliente, el ultraconservador Duarte, pertenece a una de ellas.

No es que compare el humildísimo Paraguay con la primera potencia del mundo, pero desde que los diarios escritos han empezado a hacerse para gente con pretensiones me siento como parroquiano de un casino de provincias. No es grano de anís haber roto con siglos de corrupción y vasallaje político. No se trata sólo, que ya es mucho, con retirar del poder al Partido Colorado tras 61 años de monopolio, incluida la dictadura del generalísimo Alfredo Stroessner (1954-1989), sino que rebuscando en la historia de ese país, con escasa población pero casi tan grande como la España peninsular, no creo que haya posibilidad de encontrar un gobierno decente, simplemente decente, en toda su historia moderna. Al fin aparece uno, o el proyecto de uno, y no lo consideramos como el milagro democrático que es. Encajonado entre dos grandes países, como Argentina y Brasil, que lo sablearon a modo desde que dejamos de hacerlo los españoles, ha pasado por todo. Y nada bueno. Siento hacia Paraguay una querencia, no sé si malsana, desde que un día me despedí de unos amigos en Buenos Aires que aún no daban crédito a qué se me había perdido a mí en Asunción. El desdén, por no decir el desprecio, de los argentinos en general y de los porteños en particular hacia Paraguay y los paraguayos es algo que quizá esté enraizado en la historia y la leyenda. No creo que existan países con suerte, porque las sociedades son lo que son y están formadas siempre por un puñado de afortunados y un montón de gente sin fortuna, pero sí considero que hay pueblos con mala suerte: aquellos que siempre les ha tocado el lado malo de la historia. Paraguay podría considerarse un paradigma. Ni siquiera de la diáspora de la inteligencia española, que sucedió a la guerra civil y que regó con éxito toda la América de habla hispana, el único país que no recibió nada, lo que se dice nada, fue Paraguay. Hasta la República Dominicana del asesino Leónidas Trujillo tuvo egregios emigrados españoles. En el Paraguay la única huella española notable y digna en el campo de la cultura lo constituyó una mujer, la tan ninguneada Josefina Pla, que había llegado al país antes de la guerra y gracias a su matrimonio con el artista paraguayo Julián de la Herrería. Para mayor sarcasmo, Franco envió como representante de la inteligencia hispana a uno de los golfos más notables de nuestra singular fauna cultural, Ernesto Giménez Caballero, un pirata verborreico que tuvo la fortuna de sobrevivir a todos los gobernantes a los que aduló del modo más lacayuno, desde Primo de Rivera padre, Primode Rivera hijo, Azaña, Mussolini, Franco, Hitler, Franco de nuevo y muchas veces, Stroessner, y me olvido premeditadamente de un puñado.

La gran aportación española a la cultura paraguaya fue la de un personaje singular, apenas conocido en España hasta fechas muy recientes, que llegó a Paraguay el 24 de diciembre de 1904, tras una azarosa peripecia en Madrid que le llevó al destierro voluntario. En apenas cinco años se convertiría en la principal figura de las letras paraguayas –Roa Bastos dijo de él que había enseñado a escribir a los literatos paraguayos–.


Me estoy refiriendo a Rafael Barrett (1876-1910), en mi opinión el escritor de artículos más importante de nuestra literatura, después de Larra. Yo descubrí a Barrett poco antes de descubrir Paraguay donde no había estado en mi vida y del que apenas había oído hablar más allá de las aventuras jesuíticas. Lo conté en una sabatina hace ahora cinco años. Y lo hice a propósito de una antología de artículos que acababa de aparecer en una modesta editorial –La Dinamo– con el brillante título A partir de ahora el combate será libre, con un prólogo voluntarioso de Santiago Alba Rico.

Ahí empecé una aventura que me llevó varios años y que habría de tener varias consecuencias. La primera, gozosa, un librito que publicó Anagrama el año pasado –Asombro y búsqueda de Rafael Barrett– que hasta el día de la fecha ha tenido esa acogida común que se reserva a los libros en España cuando uno tiene la reiterada costumbre de ir haciendo amigos en cada página que escribe. O lo que es lo mismo, sorprendido por algunos artículos entusiastas de personas a las que respeto, y también cachazudo ante el imperturbable y correoso mundo de los críticos de oficio, ese silencio rumoroso al que uno se acostumbra –“¡de Morán, en este suplemento, ni una línea!”, como afirmó la responsable cultural de un diario capitalino, liberal por supuesto. “No viene de un día”, como dirían en Catalunya si fuera posible traducir la expresión.



El intento más ambicioso



Aparecido en España sobre Barrett era obra de un licenciado adscrito hace años a la embajada española en Paraguay, Francisco Corral, que descubrió en Asunción al autor español. A él dedicaría su tesis doctoral, aparecida luego en forma de libro –El pensamiento cautivo de R. Barrett (1994)–. Representante genuino del filisteísmo académico, Corral convierte a Barrett en una parodia de sí mismo, confirmando el principio de Peter de la inteligencia, según el cual “todo mediocre deteriora lo que asume, hasta hacerlo irreconocible”. A él se deben tres volúmenes de Obras Completas que constituyen una tortura para cualquier lector, a causa del criterio atrabiliario e infantil del compilador, actual director del Cervantes de Río de Janeiro. Desde la aparición de mi libro sobre Barrett este energúmeno ha enviado denuncias contra mi persona y mi libro a las más variadas publicaciones, impresas y electrónicas, de España y Latinoamérica –¡ha escrito hasta al director de La Vanguardia, insultándome!– con la intención, imagino, de que nadie descubra el conjunto de perlas que yo describo de este pobre tipo, al que ni conozco ni tengo nada contra él, salvo denunciar su desfachatez de convertir a Rafael Barrett en lo que este más hubiera despreciado: ser pasto de funcionarios con trienios. Pero esto es anécdota. Lo fundamental está en la singularidad de nuestra cultura y de nuestro manejo de la información.

Ningún país de nuestra área tiene las lagunas que nosotros aún mantenemos. ¿Alguien se imagina la incorporación de Rafael Barrett a los manuales de nuestra literatura, o de nuestro periodismo, o de nuestra cultura general? ¿Sería posible mostrar que para nosotros es tan importante, o más, la información sobre Latinoamérica que la campaña electoral de EE. UU.? Ahí está la vinculación entre los dos fenómenos sobre los que merece la pena detenerse, Paraguay y Barrett. Porque van en el mismo lote. El desdén por lo real y la pasión por el espectáculo.

¿Y las gallinas? Nadie describió el instinto de propiedad del nuevo rico como Rafael Barrett en un brevísimo relato, prodigioso en su sencillez. Se titula Gallinas y es tan actual que podría considerarse una provocación. Somos consumidores de basura a precio de oro.*

1 comentario:

la Puta Graná dijo...

Pese a quien pese sí que hemos leído el librito de Gregorio MORÁN dedicado a Barrett. Y lo defendemos como una peculiar incursión en la literatura de este gran desconocido.
Ciertamente en el libro no deja bien parado a Santiago ALBA RICO. Y qué. Tampoco Santiago ALBA deja bien parada a mucha gente que él critica sin piedad. Morán le critica el prólogo que Santiago escribió para la antología de ediciones La dinamo. Creemos que está en su derecho el ponerlo a caer de un burro. Pero, curiosamente, gracias a esa antología el propio Morán dedicó tiempo, paciencia y bastante esfuerzo en buscar las pistas de Rafael Barrett en Uruguay y Paraguay. Es cierto que en su libro descalifica a muchos de los que han hecho algo así como una especie de coto privado con los textos del escritor de Torrelavega, haciendo desconocidísima su vida literaria para los demás y negando así que se pueda comparar, por ejemplo, la literatura de Barrett con la hecha por Alejandro Sawa -¿quién? el desconocidísimo autor al que Valle Inclán intentaría inmortalizar en su genial "Luces de Bohemia"-, y, pues: pensamos que es un gran mérito de Gregorio Morán el escribir con cierta soltura de las Putas Gallinas o hacerse las preguntas jocosísimas que se hace en su obra para hacerle a sus lectores más llevadera su Odisea sudamericana en búsqueda de un autor fascinante. No entendemos porqué motivo la crítica literaria ha de estar acotada o ser sinónimo de doctas y, las más de las veces, soporíferas tesis doctorales universitarias. Cualquier lector -o lectora- inteligente se da cuenta de las barrabasadas que Morán introduce amenamente en su texto. No hace falta que ni las gallinas de Corral ni Verónicas taurinas malgasten su tiempo confundiendo la crítica literaria con teología catequética de admonición para depauperados lectores.
Pero: no olvidemos una cuestión central de toda esta historia, a qué viene todo esto.
A un artículo formidable dedicado por Gregorio MORÁN en La Vanguardia al excelente poeta comunista Javier EGEA. Quizá Morán no tenga que embarcarse hacia otro continente para ver cómo muy cerquita de su residencia de trabajo hay gentes que intentan por todos los medios que se divulgue el fascinante trabajo poético del más extraordinario poeta en español de los últimos siglos. Tal vez se tema que le pueda dedicar un libro y que se pueda divulgar una gran verdad: Javier EGEA merece trascender el espacio provinciano granadino que lo tiene reducido a un poeta local, borracho, maldito y cierrabares. Quizá tanta mierda contra Morán tenga su objetivo. Un objetivo bastante miserable, por cierto.