lunes, 3 de diciembre de 2007

Sobre el Puto arrollador maleficio de las jodidas multinazionales energéticas

El poder del fósil: los monopolios energéticos se ciscan en la protección del clima
Eltmar Alvatler
Sin los combustibles fósiles, nos helaríamos y no andarían los automóviles. Las luces se apagan, si nos quedamos sin corriente. El bienestar y la vida agradable dependen de que el suministro de energía funcione a la perfección, leemos en la publicidad de las cuatro grandes compañías suministradoras de fluido eléctrico: E.on, RWE, EnBW y Vattenfall. Gozan de una robusta posición que les proporciona beneficios milmillonarios, soldada recibida, por así decirlo, a trueque de las comodidades que facilitan al consumidor. Se han repartido regionalmente el suministro de energía, de modo que cada compañía dispone de un ámbito en régimen de monopolio, y están, encima, enseñoreadas de las redes. Las cuatro grandes, pues, han incrementado el precio del gas desde 2000 en un 76%, y el de la electricidad, en un 46%. Puesto que tampoco quieren, en lo venidero, echar en falta los pingües beneficios, los hogares tienen que pagar en 2007 cerca de 200 euros más que en 2006. Una parte de las ganancias procede, por cierto, del comercio de emisiones. Pues las compañías se han limitado a cargar en la factura de los consumidores, con un cálculo de costes de 30 euros por tonelada [de CO2 emitida], los derechos de emisión que les han sido asignados a ellas sin costes. Esos llamados windfall profits [beneficios inesperados, caídos del cielo] los ha lanzado la política en las arcas de las compañías.

El suministro de energía es complicado, porque la energía primaria de origen fósil procede en Alemania de muchas regiones del planeta, señaladamente de Rusia (43%), de los países de la OPEP (21%) y de las refinerías del Mar del Norte (31%). Las cadenas logísticas son vulnerables; por eso la seguridad energética goza de gran prioridad, tanto en la política interior como en política exterior. Sin embargo, ni en Alemania ni en Europa hay, de hecho, regulación alguna del mercado energético en salvaguardia del interés de los ciudadanos.

La codicia de beneficios de los monopolistas energéticos ha levantado la alerta de la Comisión Europea. La cual responde con su mantra neoliberal: es necesaria más competencia. Eso podría lograrse, si la producción y la distribución de energía estuvieran separadas, es decir, si las redes eléctricas de los suministradores de energía se vendieran a otras empresas. Los ministros alemanes autonómicos de economía se han mostrado recientemente de acuerdo al respecto. "En caso de necesidad", las compañías energéticas monopolísticas deberían ser "desmembradas". Pues –según el ministro de economía del Estado de Hese— el "bien común" tiene primacía sobre el interés en los beneficios de las compañías monopolistas. Hace ya mucho que un político de la CDU [Unión Democristiana] apeló a los artículos 14 y 15 de la Ley Fundamental de la RFA, es decir, a los deberes sociales de la propiedad.

Si producción y redes llegaran a separarse, entonces las redes deberían desprivatizarse, es decir, o municipalizarse o estatalizarse, y no transferirse a otras empresas privadas. Es de un candor digno de mejor causa esperar más competencia y una bajada de los precios energéticos, cuando los grandes suministradores de corriente dominan cuatro quintas partes del mercado. No otra cosa ocurre con el gas y con la gasolina.

La privatización del suministro energético no sólo ha traído bonitos beneficios consigo; las grandes compañías determinan también la política energética venidera. Es verdad que se mostraron dispuestas a "mezclar" con la gasolina un poco de alcohol agrícola procedente de la biomasa; pero las estructuras técnicas y económicas, lo mismo que la distribución de poder, siguen intactas. El capital fijo invertido en el pasado tiene que ser valorizado también en el futuro en interés del inversor privado, a ser posible a coste nulo, como en el caso de las centrales nucleares, de las cuales algunas han sido ya amortizadas al 100%. Aun si quisieran, las direcciones de esas compañías, prisioneras de esa "guarida de servidumbre"//1 que ellas mismas se han construido, no pueden de ninguna manera hacer lo que, por razones ecológicas, deberían hacer.

Ello es, entonces, que las compañías energéticas ponen proa en Alemania hacia nuevas centrales nucleares y, contra todo objetivo de defensa del clima, planean de la forma más conservadora hasta 26 nuevas centrales térmicas de carbón, entre ellas algunas que deberían funcionar con lignito. Eso sólo está en condiciones de defenderlo quien se cisca en la protección del clima, por mucho que se prometan nuevas tecnologías de almacenamiento del CO2 en tierra.
Sabemos que los portadores fósiles de energía tocan a su fin (peakoil). Los disparados precios del petróleo y del gas son signo inconfundible de una acrecida escasez a la vista de una demanda imparablemente creciente. Conocemos también el escenario de horror que, a cuenta de la catástrofe climática, ha dibujado el pasado noviembre el secretario general de la ONU Ban Ki Moon, secundado por la Comisión sobre el clima de la ONU. Sabemos también que una reforma fiscal orientada hacia fuentes energéticas regenerables es la única opción que tenemos. Una remodelación radical de la producción de energía y un cambio en nuestro modo de vida son de todo punto ineludibles. Los monopolios energéticos impiden los pasos adaptativos necesarios. La "autonomía energética" (Hermann Scheer) sólo es posible con pequeñas unidades y con procedimientos democráticos habilitadores de la autodeterminación político-energética.

NOTA DE LA TRADUCTORA: //1 Altvater apela aquí a la célebre expresión de Max Weber "Gehäuse der Hörigkeit", literalmente: "concha de servidumbre" (en alusión a la concha, construida por él mismo, que aprisiona al molusco, a la par que le sirve de guarida) . Aquí se traduce como "guarida de servidumbre", corrigiendo la habitual –e incomprensible— traducción al castellano de esa expresión weberiana como "jaula de hierro".

Elmar Altvater es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Su último libro traducido al castellano: E. Altvater y B. Mahnkopf, Las Limitaciones de la globalización. Economía, ecología y política de la globalización, Siglo XXI editores, México, D.F., 2002.

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