No estamos preparados para asumir el socialismo
José Sant Roz
Aporrea/inSurGente
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Lo confieso: me asquea el comercio que se desata en el mes de diciembre. Comprar, vender, comprar, vender… En lo que se vende no hay productos venezolanos, y la locura por lo extraño, por la novedad, por lo cuchi, “mono”, “bello” ocupa todas las expresiones y todas las bocas. He visto enjambres cargados como burriquitas con docenas de aparatos y juguetes. El sucedáneo, el aliciente, el consuelo de una vida que tiene pocas cosas en las cuales creer, a las cuales amar con devoción sincera, porque el pensar se hace escaso y lo “humano” sólo existe en cuentos de telenovelas, en las películas que también se compran para ir matando el tiempo. La vida no va con nosotros; le tenemos miedo, la esquivamos, la olvidamos.
En ese mar de compradores sin descanso, estresados, agobiados porque nunca darán en el blanco de lo que buscan y quieren para los demás, vemos a nuestros queridos chavistas como cualquier otro escuálido. No se distinguen, son iguales comprando, vendiendo. Es la vida que aprendimos, que nos enseñaron, que nos dieron, con la que nos trajeron a este mundo. Ese es el mundo del capital, de la oferta y la demanda. Yo visitaba un supermercado y pensaba que si nosotros por una razón suprema de lucha por lo nuestro nos negásemos a traer de afuera las exquisiteces con las que nos hemos habituado a convivir en la clase media y alta (y a la cual ahora se incorpora vorazmente la clase pobre), el gobierno se vería en un serio aprieto, y seguramente perdería muchos puntos. Las navidades que “gozamos” desde hace siglos, son navidades importadas con sus símbolos del imbécil San Nicolás, la navidad de la música gringa.
Ayer en una cola, una señora hablaba horrores contra el gobierno, y le dije: “Dé gracias a Dios, señora, que hoy usted tiene más dinero que nunca antes lo tuvo en su vida.” La señora me miró sorprendida de que alguien tuviera el atrevimiento de oponerse a lo que ella sostenía con tanta vehemencia, y me respondió: “Nadie, me lo da yo me he ganado”. Le sugerí que todo el mundo se merece lo que se gana, pero que antes comparativamente era muy poco lo que recibíamos por lo mismo que se hace ahora. Luego le dije: “el crecimiento económico de Venezuela es de los mayores del mundo, y aunque no le guste, es gracias al Presidente Chávez”. ¡Dios mío!, estalló Troya, la señora me dijo que yo no era venezolano, que Chávez andaba regalando el petróleo a todo el mundo. Le pregunté: “¿Cómo le consta a usted que Chávez anda regalando nuestro petróleo?”, y de inmediato saltó: “El mismo Chávez lo anda diciendo por todas partes”. Le respondí que Chávez no era un imbécil para decir tal ridiculez, y que cuando Chávez nos deje de gobernar Estados Unidos volverá a gozar de un barril a 10 o 15 dólares. La señora contestó: “Prefiero mil veces un barril a ese precio a que Chávez lo siga regalando…”
Yo me fui pensando como el poeta Schiller: “Contra la estupidez ni los mismos dioses pueden”. ¿Será el espíritu de la navidad que las pone así, a las escuálidas?
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