Pocas mujeres lo practican, y muchas menos lo admitirán. Sin embargo, en las atrevidas memorias íntimas de la neoyorkina Toni Bentley, tituladas La rendición, la autora levanta el velo sobre una práctica sexual prohibida por la Biblia y celebra «el goce que se halla más allá de las convenciones, con sus riesgos y sus pasiones». Nos referimos a la sodomía, un acto que «no es tabú... pero sí lo es», afirma Bentley.
Pero esta mujer de hoy, moderna, que vive como muchas otras mujeres de nuestros días, no teme contar abiertamente su «rendición», tras ser iniciada por un amante en este placer radical e inesperado, para abordar todos los aspectos de ese acto «sagrado» en el que ella se siente renacer. Un acto que implica abandono y confianza, que colma ciertos deseos de sometimiento, unos anhelos que, por paradójico que parezca, acaban haciéndola dueña de sí misma y de su placer. El camino hacia esa liberación cobra, por una parte, visos espirituales, y por otra, gracias a la franqueza con que cuenta sus experiencias, nos acerca vívidamente una realidad raras veces descrita.
La rendición, traducida ya a varias lenguas y muy bien acogida por la crítica, es la exploración de una obsesión que sin duda obligará a los lectores a cuestionarse sus propios deseos.
Las memorias íntimas de Toni Bentley nos ayudan a comprender la teología erótica de nuestro tiempo hipermoderno. El sexo se ha convertido en una actividad que le da sentido pleno a la existencia absurda de las metrópolis yanquis.
La autora diviniza el sexo anal. Ofrece un curso literario de PsicoANAL(l)isis. Hay que sacarle jugo literalmente a lo que de suyo lleva implícito esa palabreja. Una psique urbanita preocupada por romperse la psique en busca del sentido anal de su existencia.
Freud seguramente se habría escandalizado del uso que se le da al psicoanálisis en la suciedad de sexplotación yanqui. Pero Georg Groddeck o Wilhelm Reich verían con cierta satisfacción el fenómeno.
El ateismo familiar paterno no satisfizo a la pequeña Bentley. Se dedicará a forjar de manera masoca su anatomía en enfermizas clases de danza. Su vida se le destrozará después de un matrimonio fallido. Le intentará buscar sentido. Y lo encontrará en sucesos familiares ocurridos a la edad de cuatro años. De ellos responsabilizará a su Puto padre. Las boberías freudianas se dejan sentir en las estúpidas interpretaciones de la autora. Forman parte de la culturilla burguesa yanqui que va por la vida con aires de suficiencia intelectualoide.
Ella querrá creer en algún dios. Su familia no se lo aporta. Después del matrimonio un buen amante la introducirá en los placeres del sexo anal. Su trasera compenetración le harán comulgar con experiencias místicas de intenso erotismo anal. Son dignas de leer las páginas más arrebatadas de su misticismo erótico. En un momento de compenetración triádica encuentra una fórmula digna de exégesis teológica como si del mismo Génesis bíblico se tratase: El es yo es ella es nosotr@s.
Lo más interesante de la obra que comentamos quizá pase por hacer de la experiencia sodomita algo sexualmente normalizado socialmente hablando. En otras épocas y en otras latitudes esta deliciosa obra habría tenido y aún hoy tendrá serios problemas. Es de agradecer que de ser tratados como pacientes en penales o en psiquiátricos la escritora neoyorquina nos invite a compartir con paciencia dialéctica lo que va más allá de una propuesta literaria de clínica terapéutica.
Se nota que la autora conoce bien a los pioneros que trazaron líneas magistrales abriendo caminos que tuvieron más de un recodo tortuoso. James Joyce fue uno de ellos y nos ofreció un sendero literario que nos conduce más allá de la tinta impresa: a una concepción libertaria de la república postplatónica de la Academia erótica. No habría que olvidar que su Ulises -el que literaturizara su compenetración anal con la campesina Nora- pasaría sus fuertes encontronazos con la censura putisanta yanqui.
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