ARISTÓFANES
LA ASAMBLEA DE LAS MUJERES
Adaptación de Carlos Alcalde Martín, Raúl Caballero Sánchez y Juan Francisco Martos Montiel
Recreación de los coros y canciones por Juan Francisco Martos Montiel
PERSONAJES
PRAXÁGORA, heroína de la pieza
MUJER A, MUJER B
BLÉPIRO, marido de Praxágora
VECINO, marido de la mujer A
CREMES
HOMBRE A, HOMBRE B
MUJER HERALDO
VIEJA 1, VIEJA 2, VIEJA 3
LA JOVEN, EL JOVEN
SIRVIENTA
CORO DE MUJERES
PERSONAJES MUDOS: FLAUTISTA, SICÓN Y PARMENÓN (esclavos del HOMBRE A), BAILARINAS.
PRIMERA PARTE
(La escena representa una plaza de Atenas con dos casas: la de BLÉPIRO y la de su VECINO.)
I
PRAXÁGORA. (Sale sola ante su casa, con su candil; aún es de noche. Va vestida de hombre, con bastón y sandalias laconías; bajo el brazo, lleva una barba postiza. Declama dirigiéndose al candil.)
Ojo brillante del candil trabajado por el torno, hallazgo el más hermoso de inventores certeros, lanza la señal convenida de tu llama. Pues sólo a ti te lo explicamos: con razón, pues también cuando nos entregamos, dentro de nuestra alcoba, a los meneos de Afrodita, nos acompañas allí cerca, y a tu ojo que vigila los cuerpos nuestros que se arquean nadie lo echa de su casa. De nuestros muslos en los secretos ángulos tú solo echas tu luz mientras chamuscas el vello que florece allí; y cuando abrimos a hurtadillas las despensas llenas de grano y de licor de Baco, estás a nuestro lado: y haciendo esto con nosotras, no se lo cuentas al vecino. Por esto, vas a enterarte de nuestros planes de hoy, los que han acordado mis amigas en la fiesta de las Esciras. (Pausa.) Pero no está ninguna de las que tenían que venir. Y eso que ya está casi amaneciendo y la Asamblea va a ser ahora mismo y debemos ocupar los asientos y hacer que nuestras cosas no se nos vean al sentarnos. (Pausa.) ¿Qué habrá pasado? ¿No tienen bien cosidas las barbas que se les dijo que tuvieran? ¿O después de coger la ropa del marido les ha sido difícil salir a escondidas? Pero veo que aquí se acerca ya un candil. Emprenderé la retirada, no vaya a ser un hombre el que se acerca.
(Entran el CORIFEO, con un primer grupo de mujeres del CORO, también con candil y ataviadas igual que PRAXÁGORA.)
CORIFEO. Ya es hora de ir, hace un momento que el heraldo lanzó el segundo quiquiriquí.
PRAXÁGORA. Esperándoos me he pasado sin dormir toda la noche. Venga, voy a llamar a la vecina dando a su puerta un toquecito, porque debe escaparse sin que se entere su marido. (Llama.)
MUJER A. (La MUJER A sale de su casa.) Ya oí el golpear de tus nudillos mientras me abrochaba las sandalias, no dormía. Es que, querida, mi marido –que es de Salamina– toda la noche me ha estado dando con el remo entre las mantas, así que hace un instante que le cogí el vestido.
PRAXÁGORA. Veo también que se acercan otras muchas mujeres, toda la flor y nata de la ciudad. (Entra la mujer B y con ella el segundo grupo del Coro.)
MUJER B. Con qué trabajito, queridísima, me he escurrido de la cama. Toda la noche ha estado con arcadas mi marido por un atracón de boquerones que se dio ayer tarde.
PRAXÁGORA. Sentaos, que voy a preguntaros, ahora que estamos reunidas, si habéis hecho lo que acordamos en las Esciras. (Se sientan, formando un semicírculo, enfrente de Praxágora.)
MUJER A. Yo sí. Lo primero, tengo los sobacos más espesos que un matorral, como quedó acordado. Y luego, cada vez que mi hombre salía a la plaza, me frotaba de aceite todo el cuerpo y me bronceaba, plantada todo el día al sol.
MUJER B. Yo también. Y lo primero que hice fue tirar la navaja por la ventana, para ponerme toda peluda y no parecerme ya nada a una mujer.
PRAXÁGORA. ¿Y tenéis las barbas que dijimos que había que traer?
MUJER A. Sí, por Hécate, mira qué hermosa es ésta.
MUJER B. Pues yo tengo una mucho más hermosa que la de Epícrates.
PRAXÁGORA. (A las demás mujeres) ¿Y qué decís vosotras?
MUJER A. Dicen que sí con la cabeza.
PRAXÁGORA. Lo demás, veo que lo habéis hecho. Tenéis sandalias de Laconia, bastones y vestidos de hombre, como dijimos. (Pausa.) Bueno, vamos a hacer ya lo que viene después, mientras hay todavía estrellas en el cielo. La Asamblea a la que estamos dispuestas a ir será al amanecer.
MUJER A. Sí, por Zeus, debes coger asiento al pie de la tribuna, enfrente de los prítanis.
MUJER B. Yo me he traído esta cosita (Muestra un cesto con lana y peine de cardar y al mismo tiempo hace un gesto obsceno con el peine) para cardar un poco mientras se llena la Asamblea.
PRAXÁGORA. ¿Mientras se llena, desgraciada?
MUJER B. Sí, por Ártemis. ¿Es que iba a oír peor mientras cardaba? Mis niñitos están desnudos.
PRAXÁGORA. ¡Cardar! ¡Anda ya! ¿No te enteras de que no debes enseñar nada del cuerpo a los que asisten? Menuda gracia tendría si estuviera ya todo el mundo sentado y una, saltando entre las filas, se arremangara la falda y enseñara el chou-chou. Ahora, si nos sentamos las primeras, no notarán nada cuando nos recojamos el vestido; y con la barba que nos vamos a atar, ¿quién dejará de creernos hombres en cuanto nos vea? Por eso, ¡por el día que ahora empieza!, tengamos lo que hay que tener (Gesto varonil.), a ver si podemos apoderarnos de los asuntos públicos para hacer un bien a la ciudad. Porque lo que es ahora, no navegamos ni a vela ni a remo.
MUJER A. ¿Y cómo va a hablar en la Asamblea un corro de marujas?
PRAXÁGORA. ¡A las mil maravillas! Los jovencitos ésos, a los que más les dan (gesto obsceno), dicen que son los más sutiles para hablar: pues a nosotras, mira qué coincidencia, nos pasa lo mismo.
MUJER A. No sé. Lo terrible es la falta de experiencia.
PRAXÁGORA. Pues por eso mismo nos hemos reunido aquí primero, para ensayar lo que hay que decir allí. Venga, átate la barba y lo mismo las demás, vosotras que tenéis tanta práctica en charlar.
MUJER B. (A la mujer A) ¿A quién de nosotras, so desgraciada, no se le da bien charlar?
PRAXÁGORA. Vamos, tú, sujétate la barba y hazte hombre enseguida. (Pone la corona en el suelo.) Yo también voy a atarme la barba con vosotras, por si decido hablar.
MUJER B. ¡Praxágora, encanto! ¡Pobre de mí! Mira qué cosa más ridícula.
PRAXÁGORA. ¿Cómo que ridícula?
MUJER B. Es como atarse la barba con jibias a la plancha.
(Ensayo de Asamblea.)
PRAXÁGORA. Purificador de la Asamblea. Hay que dar la vuelta al ruedo con el gato. ¡Vamos, adelante! Arífrades, deja de hablar. Pasa y siéntate. ¿Quién quiere tomar la palabra?
MUJER A. Yo. (Se pone la corona.)
PRAXÁGORA. Puedes hablar.
MUJER A. ¿No voy a beber antes de hablar?
PRAXÁGORA. ¡Sí, claro! ¡Beber!
MUJER A. ¡Y para qué me he puesto la corona, desgraciada?
PRAXÁGORA. Vete a la porra: allí nos habrías hecho lo mismo.
MUJER A. ¿Y qué? ¿Es que no beben en la Asamblea?
PRAXÁGORA. Otra vez con que beben.
MUJER A. Sí, por Ártemis, y por cierto que vino sin aguar. Y sus decretos, bien mirado, son locuras de borrachos. Y es verdad, por Zeus, que hacen libaciones de vino: o si no, ¿a cuento de qué tantas plegarias al empezar, si no hubiera vino? Además, se insultan como borrachos y al que delira por el vino le echan fuera los arqueros de la policía.
PRAXÁGORA. Tú vete y siéntate, no vales para nada.
MUJER A. Por Zeus, más me valiera no tener barba, porque de tanta sed, me parece que voy a quedarme seca. (Vuelve a su sitio.)
PRAXÁGORA. ¿Hay alguna otra que quiera hablar?
MUJER B. Yo.
PRAXÁGORA. Vamos, ponte la corona, que la cosa marcha. Ea, habla como un hombre, como está mandado, cargando tu figura en el bastón.
MUJER B. (Se adelanta. Solemne.) Preferiría que algún otro de los que suelen dijera lo mejor para Atenas, y que yo pudiera seguir sentado en silencio. Pero no voy a permitir, en lo que valga mi opinión, que pongan en las tabernas toneles de agua. No estoy de acuerdo, por las dos diosas.
PRAXÁGOR.A. ¿Por las dos diosas? Desgraciada, ¿dónde tienes la cabeza?
MUJER B. ¿Qué pasa? No te he pedido de beber.
PRAXÁGORA. Por Zeus, es que eres un hombre y has jurado por las dos diosas. Y eso que lo demás lo dijiste muy diestramente.
MUJER B. Ah, por Apolo.
PRAXÁGORA. Calla, que yo no voy a mover un pie para ir a la Asamblea si esto no sale calcado. (Le coge la corona.)
MUJER B. Trae la corona, voy a hablar otra vez. (Se la da.) Creo que ahora ya le he cogido el tranquillo. (Al CORO.) A mí, mujeres aquí presentes...
PRAXÁGORA. ¿Otra vez llamas mujeres a los hombres, desgraciada?
MUJER B. Es por aquél que está allí. (Señalando a un sector del público.) Al mirar hacia allí, creí que estaba hablando ante mujeres.
PRAXÁGORA. Vete al infierno tú también y siéntate lejos de aquí. Por vuestra culpa, me parece que soy yo la que va a hablar. (Se pone la corona.) Pido a los dioses tener éxito y conseguir lo que hemos planeado. (Se adelanta. Solemne.) Tengo tanta parte en esta tierra como vosotros, pero sufro y no puedo tolerar la situación en la que se encuentra la ciudad. Porque veo que sus políticos son siempre corruptos; y si uno por un día se hace bueno, por diez días es malo. Das el poder a otro: hace cosas todavía peores.
MUJER A. Por Afrodita, es estupendo lo que dices.
PRAXÁGORA. Desgraciada, ¿has jurado por Afrodita? Bonito papel habrías hecho, si hubieras dicho esto en la Asamblea.
MUJER A. No lo habría dicho.
PRAXÁGORA. Pues no te acostumbres a decirlo. (Vuelve a coger el hilo.) Y vosotros, oh pueblo, sois los culpables de todo lo que pasa. Porque como cobráis vuestros salarios de los fondos públicos, cada uno mira lo que ganará él, mientras que el Estado va dando tumbos. Pero si me hacéis caso, todavía os salvaréis.– Propongo que entreguéis la ciudad a las mujeres. En realidad, ya en nuestras casas las tenemos de gobernantas y tesoreras.
MUJERA. ¡Bravo! ¡Bravo!, por Zeus ¡Bravo!
MUJERB. Habla, habla, amigo.
PRAXÁGORA. Que sus costumbres son mejores que las nuestras, os lo voy a enseñar. Lo primero, tiñen sus lanas en agua caliente de acuerdo con la costumbre antigua; y eso todas y no puedes encontrar que hagan innovaciones. En cambio, Atenas, si algo le sale bien, no por ello cree salvarse, si no se mete en alguna otra novelería. Sentadas hacen sus parrilladas como antes, llevan cargas en su cabeza como antes, celebran las Tesmoforias como antes, cuecen los pasteles como antes, revientan a los hombres como antes, tienen amantes en casa como antes, se sirven los mejores bocados como antes, les gusta el vino puro como antes, disfrutan cuando las joden como antes. Varones, entreguémosles la ciudad y no le demos más vueltas ni les preguntemos qué es lo que van a hacer. Simplemente, dejémoslas gobernar. Nada más que por estas razones: lo primero, que como son madres querrán salvar la vida a los soldados; y luego, ¿quién podría enviarles fruslerías más deprisa que una madre? Para procurar dinero, una mujer es lo más hábil y cuando manda, nadie es capaz de engañarla: porque están muy hechas a engañar. Lo demás me lo callo. Si me hacéis caso en esto, pasaréis vuestra vida en la mayor felicidad.
MUJER A. ¡Muy bien, Praxágora, divina, bravo!. ¿Y cómo aprendiste esto así de bien, amiga mia?
PRAXÁGORA. Cuando el destierro, viví con mi marido en la Pnix, donde la Asamblea. Y a fuerza de escuchar a los oradores, aprendí.
MUJER A. Entonces, con razón eres hábil y sabia. Y desde ahora mismo te nombramos generala las mujeres, si llevas a buen fin nuestra conjura. (Pausa) Pero, dime una cosa, si el demagogo Céfalo viene aquí en mala hora y te insulta, ¿cómo vas a contestarle en la Asamblea?
PRAXÁGORA. Diré que está loco.
MUJER A. Eso lo saben todos.
PRAXÁGORA. Añadiré que es un bilioso.
MUJER A. También eso lo saben.
PRAXÁGORA. Y que es mal alfarero para dar forma a los platos, pero hábil y diestro para moldear a la ciudad.
MUJER A. ¿Y qué, si te insulta el legañoso de Neoclides?
PRAXÁGORA. A ése yo le diría que ponga sus ojos en el culo de un perro.
MUJER A. ¿Y qué, si te dan un meneo?
PRAXÁGORA. Me moveré a compás, pues no soy inexperta en ninguna clase de meneos.
MUJER A. Sólo falta por ver, si te echan mano los arqueros, qué vas a hacer.
PRAXÁGORA. Me pondré en jarras de esta manera: jamás me cogerán por la cintura.
MUJER A. Si te cogen en vilo, les diremos que te dejen.
MUJER B. Todo esto lo tenemos bien pensado. Pero no hemos meditado todavía cómo vamos a acordarnos de que hay que levantar la mano, porque nuestra costumbre es la de levantar las piernas.
PRAXÁGORA. Es un asunto peliagudo. Pero, de todas maneras, hay que votar remangándonos la túnica hasta el hombro.– Vamos, subíos las tuniquitas y ataos rápido las sandalias laconias, igual que veíais hacer al marido cada vez que iba a la Asamblea o salía de casa. Luego, cuando todo esto esté ya bien, ataos las barbas. Y en cuanto os las hayáis sujetado bien, echaos encima los vestidos de hombres que les cogísteis y después apoyaos en los bastones y marchad cantando una canción de esas de viejos, al estilo de los hombres del campo.
MUJERA. Dices bien, nosotras nos adelantamos. Porque me parece que otras mujeres van a ir derechas desde el campo a la Asamblea.
PRAXÁGORA. Venga, corred, porque es costumbre que los que no llegan con la aurora se vayan sin recibir ni un puto óbolo. (Desfílan.)
CORIFEO
Ya es la hora,
señores;
sí, señores, repito, señores,
que no se os olvide, que nos pueden dar
una buena tunda si van y nos pillan
vestidas de hombre así, en este plan.
CANTO DEL CORO
Vamos pronto,
señores,
que sabéis lo que hace el arconte,
que a quien no madruga, si va a la Asamblea,
y no llega oliendo a gazpacho o a anís,
no le dan ni un duro, así que menea
tu culo, Esmicito, y tú, Draces, jolín.
Que tengáis cuidado y no déis la nota,
no vaya a notarse que es un paripé.
Y cuando estéis dentro procurad sentaros
todas muy juntitas, que así os irá bien.
¿Qué digo juntitas? ¡Por Zeus, qué despiste!
Si sois tiarrones, se nota fetén.
Venga, vamos,
señores,
vega, vamos, que lleguemos antes,
que esos sinvergüenzas de nuestras ciudad;
que cuando antes daban un óbolo solo
ninguno tenía prisa por llegar.
Sin embargo ahora, que lo que se paga
por asambleario es tres veces más,
ya pierden el culo por llegar temprano
y entrar el primero, y hasta hostias se dan.
¡Parece mentira! Esto no pasaba
cuando el que mandaba era un general;
nadie en aquel tiempo se habría atrevido
a ser del gobierno por sólo medrar.
Bastará que os diga que todos venían,
trayendo en su bolsa un poco de pan,
y con dos cebollas pasaban el día
votando y votando y volviendo a votar.
Los de ahora, en cambio, no mueven un dedo
si no se les paga antes el jornal,
y con ademanes de peón caminero
atrincan la pasta y luego a ladrar.
Con este gobierno que ahora tenemos,
con esta asamblea, que vaya qué plan,
vamos cuesta abajo, de culo y sin frenos,
y ya no nos luce ni pelo ni ná.
II
(El Coro sale de escena. De la puerta de la casa de Praxágora sale su marido Blépiro, vestido de mujer.)
BLÉPIRO. ¿Qué es lo que pasa? ¿Dónde se habrá metido mi mujer? Va a amanecer y no aparece por ningún sitio. Y yo llevo un buen rato en la cama con ganas de cagar tratando de encontrar las zapatillas y la ropa en la oscuridad. A tientas, no era capaz de encontrarlo y mientras tanto el Cacas seguía dando golpes a la puerta: así que he cogido el chal de mi mujer y sus zapatillas persas. Pero ¿dónde, dónde podría uno acertar a cagar a cielo abierto? ¿O de noche vale cualquier sitio? ¡Si no me va a ver nadie! Desdichado de mí, que me casé ya viejo, me lo tengo merecido! Ésa no ha salido para hacer nada bueno. Pero de todos modos, tengo que cagar. (Se pone en cuclillas)
VECINO. (Desde la ventana de la casa de al lado.) ¿Quién es? ¿No es mi vecino Blépiro?
BLÉPIRO. El mismo, por Zeus.
VECINO. Dime, ¿qué es esa cosa roja que llevas? ¿No será que el marica de Cinesias se te ha ensuciado encima?
BLÉPIRO. No, es que he salido con el vestidito de color azafrán que se pone mi mujer.
VECINO. Y tu manto, ¿dónde está?
BLÉPIRo. No sé decirte; aunque lo busqué, no lo encontré entre las mantas.
VECINO. ¿Y no ordenaste a tu mujer que te dijera dónde estaba?
BLÉPIRO. Es que no está en casa, por Zeus; se ha escapado sin que yo me diera cuenta. Temo que me haga alguna trastada.
VECINO. Por Posidón, te ha pasado exactamente igual que a mí, mi mujer se ha marchado con el manto que yo usaba. Y para colmo, también se ha llevado las sandalias. No pude dar con ellas por ninguna parte.
BLÉPIRO. Por Díoniso, ni yo con las mías, unas sandalias laconias; pero como tenía ganas de hacer caca he salido con sus plataformas, para no cagarme en la colcha, que estaba limpia.
VECINO. ¿Qué habrá pasado? ¿La habrá invitado una de sus amigas?
BLÉPIRO. Es lo que yo pienso. No es una mujer mala, por lo que yo sé.
VECINO. Pero estás echando una cagada más larga que una soga y ya es hora de que me vaya a la Asamblea, si es que encuentro mi manto, el único que tenía (Se retira de la ventana).
BLÉPIRO. Yo iré también, en cuanto acabe de cagar, porque ahora una pera silvestre me ha bloqueado la comida. ¿Será ese bloqueo del que Trasíbulo habló a los laconios? Por Dioniso, por lo menos se me agarra terriblemente. Pero, ¿qué hacer? Porque no es esto sólo lo que me aflije, sino pensar a dónde va a ir a parar la caca de ahora en adelante cuando coma. Ahora ése ha echado el cerrojo a la puerta, quienquiera que sea ese individuo Peralense. ¿Dónde hay un médico? ¿Dónde hay un culista docto en esa ciencia? Que llamen a Antístenes, a cualquier precio. Pues, a juzgar por sus gemidos cuando su coro no obtuvo premio, sabe lo que desea un culo con ganas de cagar. Señora Ilitía, diosa de los partos, no me dejes así, reventado y taponado, no vaya a rebosar como un pozo negro.
CREMES. (Entra, viniendo de la Asamblea. Es de día) Tú, ¿qué estás haciendo? ¿Estás cagando?
BLÉPIRO. ¿Yo? Ya no, por Zeus, ya me levanto. (Se levanta.)
CREMES. ¿Y llevas el vestidito de tu mujer?
BLÉPIRo. Es lo único que encontré en la oscuridad. Pero ¿de dónde vienes?
CREMES. De la Asamblea.
BLÉPIRO. ¿Pero ya ha terminado?
CREMES. Por Zeus, ha sido al alba. Muchos no pudieron ya entrar ni cobrar.
BLÉPIRO. ¿Te dieron los tres óbolos?
CREMES. Ojalá. Llegué tarde, me avergüenzo de ello: no ante ningún otro, sólo ante mi bolsa de comida.
BLÉPIRO. Pero, ¿qué es lo que tuvo la culpa?
CREMES. La mayor turba de gente que nunca vino junta a la Asamblea. La verdad es que todos nos parecían zapateros. Era alucinante la cantidad de caras blancas que había en la Asamblea. Por ello, ni cobré yo ni otros muchos.
BLÉPIRO. ¿Y tampoco cobraré yo, si voy ahora?
CREMES. ¿De dónde? Ni aunque hubieras ido cuando cantó el gallo por segunda vez.
BLÉPIRO. Desgraciado de mí. Pero ¿qué pasaba que tanto barullo de gente se reunió tan puntual?
CREMES. Pues que los prítanis acordaron que se hablara sobre la salvación de Atenas. Antes que nadie se adelantó Neoclides el legañoso y entonces el pueblo se puso a gritarle de todo: “¿No es intolerable que se atreva a hablar, y eso siendo el asunto a tratar la salvación, uno que no ha salvado para sí mismo ni una sola pestaña. Después, el listo de Eveón se presentó desnudo o eso es lo que parecía –pero él decía que llevaba un manto– y pronunció palabras muy democráticas: “Estáis viendo que yo mismo necesito una salvación de dieciséis dracmas, pero voy a deciros, de todos modos, cómo podréis salvar a Atenas y a sus ciudadanos. Si los fabricantes dan mantos a los necesitados cuando llegue el invierno, ninguno de nosotros tendrá en adelante más bronquitis. Y aquellos que no tienen cama ni mantas, que vayan a dormir, bien bañados, a casa de los fabricantes de pellizas. Y si en invierno les cierra uno la puerta, pague tres pellizas de multa.”
BLÉPIRO. Cosa excelente, por Dioniso; y nadie habría votado en contra si hubiera añadido que los vendedores de harina dieran cuarto y mitad a todos los menesterosos, so pena de sufrir un castigo ejemplar.
CREMES. Bueno, después de esto un guapo joven de tez blanca, muy parecido a Nicias, se adelantó de un salto y empezó a decir que había que entregar la ciudad a las mujeres. Entonces la tropa zapateril empezó a alborotar y a gritar que tenía razón, pero los campesinos le abuchearon.
BLÉPIRO. Por Zeus que eran sensatos.
CREMES. Pero eran menos, y él seguía gritando, haciendo gran elogio de las mujeres y hablando mal de ti.
BLÉPIRO. ¿Y qué dijo?
CREMES. Lo primero, decía que eres un sinvergüenza.
BLÉPIRO. ¿Y tú?
CREMES. No preguntes aún. Y además, un ladrón.
BLÉPIRO. ¿Yo solo?
CREMES. Y también un soplón, por Zeus.
BLÉPIRO. ¿Yo solo?
CREMES. Y casi todos éstos (apuntando al público), por Zeus.
BLÉPIRO. ¿Y quién no está de acuerdo?
CREMES. Decía también que la mujer está llena de buen sentido, y busca siempre la ganancia. Y que nunca revelan los secretos de la fiesta de las Tesmoforias, mientras que tú y yo, cuando somos consejeros, nos vamos siempre de la lengua.
BLÉPIRO. En esto, por Hermes, no mintió.
CREMES. Decía además que se prestan unas a otras mantos, joyas de oro, plata, vasijas, y eso a solas, no delante de testigos, y que lo devuelven todo y no se lo quedan. En cambio, aseguraba que la mayoría de nosotros eso es lo que hacemos.
BLÉPIRO. Y hasta delante de testigos, por Posidón.
CREMES. Que no son soplonas, no ponen pleitos ni amenazan a la democracia. En otras muchas cosas alababa enormemente a las mujeres.
BLÉPIRO. ¿Y qué se decidió?
CREMES. Poner en sus manos la ciudad, pues se estaba de acuerdo en que era la única cosa que todavía no había sucedido.
BLÉPIRO. ¿Y está aprobado?
CREMES. Ya te lo estoy diciendo.
BLÉPIRO. ¿Se les ha dado todo lo que antes era competencia de los ciudadanos?
CREMES. Así es.
BLÉPIRO. Entonces, ¿ya no iré al tribunal, va a ir mi mujer?
CREMES. Ni tampoco vas a mantener a tus hijos, lo va a hacer tu mujer.
BLÉPIRO. ¿Y no va a ser cosa mía ya quejarme del madrugón?
CREMES. No, por Zeus, esto ya les toca a las mujeres. Tú te quedarás en casa, sin lamentarte, tirando pedos.
BLÉPIRO. Pero va a ser terrible para los viejos como nosotros dos, si cogiendo las riendas de la ciudad nos obligan a la fuerza...
CREMES. ¿A qué?
BLÉPIRO. ... a joderlas.
CREMES. ¿Y si damos gatillazo?
BLÉPIRO. No nos darán el desayuno.
CREMES. Pues haz un poder, por Zeus, para que desayunes y las jodas a la vez.
BLÉPIRO. Lo terrible es tener que hacerlo a la fuerza.
CREMES. Pues si es útil para la ciudad, todos deben hacerlo. Hay un dicho de los viejos, que todas las insensateces y locuras que votamos, todas nos salen bien. Ojalá ésta nos salga, Señora Palas y otros dioses.– Me voy, que lo pases bien.
BLÉPIRO. Tú también, Cremes.
(Salen. Entra el coro de mujeres disfrazadas.)
CORIFEO
Daros prisa,
cojones,
daros prisa y tener cuidado,
no sea que nos siga algún curiosón
que se haya fijado en nuestra figura
y en que nuestro pecho no es uno, son dos.
CANTO DEL CORO
Venga, tira
y aprieta, que sería una enorme vergüenza
si nuestros maridos llegan a saber
esto que hemos hecho, conque venga, tira,
mira a todos lados, y tápate bien.
¡Por fin, qué alegría! Ya estamos llegando
adonde quedamos y todo empezó;
allí es donde vive nuestra generala,
la que urdió la trama que el pueblo aprobó.
Aquí todas,
deprisa,
venid todas aquí a la sombra,
junto a este murito, nos vayan a ver
a la luz del día así y nos denuncien,
que con estas barbas todo puede ser.
Cambiaros de traje sin que nadie os vea,
quitaos esas barbas, que ya veo venir
a la generala de la Asamblea;
ya todas, amigas, estamos aquí.
III
(Entra PRAXÁGORA con la MUJER A.)
PRAXÁGORA. ¡Victoria, mujeres! Esos planes que tramamos nos han salido bien. Pero ahora, rápido, antes que alguien lo vea tirad los mantos de hombres, fuera de los pies las sandalias, desataos los nudos de las piernas, soltad los bastones.– (A la mujer A, para que entre en su casa) Tú, apaña lo tuyo; que yo quiero deslizarme dentro de casa antes de que me vea mi marido y dejar allí el manto suyo otra vez, en el sitio de donde lo cogí, y todo lo demás que me llevé.
CORIFEO. Ya está en el suelo todo lo que has dicho. Es cosa tuya explicarnos ahora en qué podemos serte útiles y obedecerte disciplinadamente. Pues sé que no he tratado con ninguna mujer más astuta que tú.
PRAXÁGORA. Esperad, que quiero que en el cargo para el que me votasteis seáis mis consejeras todas. Porque allí, en medio del barullo y los peligros, habéis sido muy machos.
BLÉPIRO. (Saliendo de su casa.) ¿Tú, de dónde vienes, Praxágora?
PRAXÁGORA. ¿Y a ti qué te importa?
BLÉPIRO. ¿Que qué me importa? ¡Lo que hay que escuchar!
PRAXÁGORA. No me dirás que vengo de casa de mi amante.
BLÉPIRO. A lo mejor no de uno sólo.
PRAXÁGORA. De eso se puede hacer la prueba.
BLÉPIRO. ¿Cómo?
PRAXÁGORA. Si huele a perfume mi cabeza.
BLÉPIRO. ¿Qué? ¿A una mujer no se la jode aunque sea sin perfume?
PRAXÁGORA. A mí por lo menos no, infeliz.
BLÉPIRO. ¿Cómo es que te marchaste al amanecer llevándote mi manto?
PRAXÁGORA. Es que una amiga me mandó llamar de noche porque estaba de parto.
BLÉPIRO. ¿Y no pudiste decírmelo antes de salir?
PRAXÁGORA. ¿Y desentenderme de la parturienta, tal y como estaba, marido mío?
BLÉPIRO. No, tenías que decírmelo. Aquí hay gato encerrado.
PRAXÁGORA. Por las dos diosas, salí tal como estaba. La que vino a buscarme me pidió que saliera como fuera.
BLÉPIRO. ¿Y no podías llevarte tu manto? No, en vez de eso me dejaste en pelotas y echándome encima tu toquilla te marchaste y me abandonaste como si fuera un muerto en un velatorio. Sólo te faltó ponerme una corona y un vaso funerario.
PRAXÁGORA. Es que hacía frío y yo soy delicada y débil. Me puse este manto tuyo para abrigarme. Te dejé allí acostado, calentito entre las mantas, marido mío.
BLÉPIRO. Y mis sandalias laconias y mi bastón, ¿por qué se fueron contigo?
PRAXÁGORA. Para que nadie me quitara el manto, me cambié de zapatos, imitándote y metiendo ruido al andar y golpeando las piedras con el bastón.
BLÉPIRO. ¿Y sabes que has perdido una arroba de trigo que yo tenía que cobrar por asistir a la Asamblea?
PRAXÁGORA. (Pausa. Haciéndose la sueca). Por cierto, ha tenido un niño.
BLÉPIRO. ¿La Asamblea?
PRAXÁGORA. No, la mujer a la que asistí. (Pausa.) ¡Ah! Pero ¿es que ha habido Asamblea?
BLÉPIRO. Sí, por Zeus. ¿No te acordabas de que ayer te lo dije?
PRAXÁGoRA. ¡Ah! Ahora recuerdo.
BLÉPIRO. ¿Y no sabes lo que se ha acordado?
PRAXÁGORA. ¿Yo? No, por Zeus.
BLÉPIRO. Siéntate pues y ponte cómoda. Dicen que os han entregado la ciudad.
PRAXÁGORA. ¿Para qué? ¿Para tejer?
BLÉPIRO. No, para gobernar.
PRAXÁGORA. ¿Sobre qué?
BLÉPIRO. Sobre todos los asuntos de la ciudad.
PRAXÁGORA. Por Afrodita, va a ser afortunada Atenas de ahora en adelante.
BLÉPIRO. ¿Por qué?
PRAXÁGORA. Por muchas razones. Los que se atreven a afrentar al estado, ya no podrán en adelante ni testificar ni calumniar...
BLÉPIRO. Por los dioses, no hagas eso: no me quites mi pan.
VECINO. (Saliendo de su casa inesperadamente. Antes, ha estado pegando la oreja a la ventana.) Desgraciado, deja hablar a tu mujer.
PRAXÁGORA. ... ni rapiñar, ni envidiar a los vecinos; basta de ir desnudos, basta de pobres, se acabaron los insultos y las fianzas de los préstamos.
VECINO. Grandes cosas, por Posidón, si es que no miente.
PRAXÁGORA. (Al VECINO.) Voy a explicarlo, de forma que tú seas mi testigo y éste no tenga nada que replicar. (Al público) Voy a enseñaros cosas útiles, estoy segura; pero ¿deseará el público abrazar las novedades y desechar las costumbres antiguas? Ése es mi temor.
VECINO. No tengas miedo a las revoluciones, porque en esto precisamente consiste nuestro régimen y en olvidar lo antiguo.
PRAXÁGORA. Entonces, que ninguno de vosotros discuta ni interrumpa antes de conocer el plan y de oír mi propuesta. Todos deben tener todo en común, participando en todo, y vivir de lo mismo y no que uno sea rico y otro pobre y uno tenga muchas tierras y otro ni para que lo entierren, ni que uno tenga muchísimos esclavos y otro ni un sirviente. No: establezco una vida común para todos, una vida igual.
BLÉPIRO. ¿Cómo va a ser común?
PRAXÁGORA. Vas a ser el primero en comer mierda.
BLÉPIRO. ¿Pero la mierda también será común?
PRAXÁGORA. No, por Zeus, es que te ha faltado tiempo para interrumpirme. Lo que yo quería decir era esto: la tierra, lo primero, voy hacerla un bien común de todos y el dinero y todo lo que tiene cada uno. Y con todo esto, que será común, os mantendremos, y aplicando nuestro buen criterio lo administraremos y ahorraremos.
BLÉPIRO. ¿Y qué hará el que no posee tierra, pero sí plata y monedas de oro, riqueza que no se ve?
PRAXÁGORA. Lo entregará al fondo común.
BLÉPIRO. Pero ¿y si no lo entrega?
PRAXÁGORA. Cometerá perjurio.
BLÉPIRO. ¡ Si así es como se enriqueció!
PRAXÁGORA. Pues ese dinero de nada le valdrá.
BLÉPIRO. ¿Por qué?
PRAXÁGORA. Nadie hará nada por pobreza, todos tendrán de todo: panes, salazón de pescado, galletas, mantos, vino, coronas, garbanzos. ¿Qué provecho va a haber en no entregarlo? Averígualo y dímelo.
BLÉPIRO. ¿Pero no son ahora los que tienen dinero los que más roban?
VECINO. Eso era antes, compañero, cuando teníamos las leyes de otros tiempos, pero ahora que la vida va a ser común, ¿qué ventaja hay en no entregarlo?
BLÉPIRO. Si uno ve a una muchacha y quiere jugar con ella a clavarle el aguijón, podrá hacerle un regalo de su propio dinero y a la vez participará del fondo común cuando se acueste con ella.
PRAXÁGORA. ¡Pero si va a poder acostarse gratis! Hago a las mujeres comunes a todos los hombres, para que quien quiera se acueste con ellas y les haga.
BLÉPIRO. ¿Y cómo no van a irse todos detrás de la más guapa y a tratar de beneficiársela?
PRAXÁGORA. Las feas y las chatas se sentarán al lado de las bellas: y si uno desea a una de éstas, tendrá que cepillarse primero a la fea.
BLÉPIRO. ¿Y a nosotros los viejos, después de tener trato con las feas, no nos flaqueará la polla antes de que lleguemos donde dices?
PRAXÁGORA. No se pelearán, créeme; tranquilo, que no se pelearán.
BLÉPIRO. ¿Por qué?
PRAXÁGORA. Para acostarse contigo primero. No hay más cera que la que arde.
BLÉPIRO. Por vuestra parte, la cosa tiene sentido, puesto que hay un proyecto de decreto para que no quede vacío el agujero de ninguna. Pero ¿qué va a pasar con los hombres? Las mujeres huirán de los feos e irán en busca de los guapos.
PRAXÁGORA. Los menos agraciados vigilarán a los guapos cuando se marchen del banquete, acecharán sus pasos en los lugares públicos. Y no será legal si las mujeres se acuestan con los hermosos y los altos antes de que a los feos y bajos concedan sus favores.
BLÉPIRO. ¿La nariz de Lisícrates, entonces, va a estar tan orgullosa como los hombres guapos?
PRAXÁGORA. Sí, por Apolo. Y es un plan democrático, y menuda guasa va a haber de esos engreídos cargados de sortijas cuando uno en alpargatas diga: “Ponte a la cola y mira, que yo me voy a despachar a gusto y ya llegará tu turno.”
BLÉPIRO. Y si vivimos de este modo, ¿cómo va a ser capaz cada cual de reconocer a sus hijos?
PRAXÁGORA. ¿Qué falta hace? Pensarán que son padres suyos todos los viejos, si coincide la edad.
BLÉPIRO. Entonces, por culpa de esa ignorancia, estrangularán a sus anchas a cualquier viejo, uno detrás de otro. Ahora, sabiendo y todo quién es su padre, le estrangulan. ¿Qué va a ser cuando ya no lo sepan, no van a cagarse encima?
PRAXÁGORA. No lo permitirá nadie que esté presente. En aquel tiempo no se preocupaban nada de los padres ajenos si les pegaban, pero ahora si escuchan que están pegando a alguien, a cualquiera, por temor de que el pegado sea su padre, lucharán contra los que lo hagan.
BLÉPIRO. No es nada torpe lo que dices. Pero la tierra, ¿quién la cultivará?
PRAXÁGORA. Los esclavos. Tu ocupación será, cuando por la tarde la sombra del reloj de sol sea de diez pies, ir reluciente a algún banquete.
BLÉPIRO. Y los vestidos ¿quién nos los va a proporcionar? Esto es menester preguntarlo.
PRAXÁGORA. Lo primero, tendréis ésos de ahora, y luego, nosotras tejeremos.
BLÉPIRO. Todavía una pregunta: ¿qué ocurrirá si uno pierde un pleito? ¿Cómo pagará? No será del dinero común, porque eso no sería justo.
PRAXÁGORA. Para empezar, no habrá juicios.
BLÉPIRO. (Al VECINO.) Eso va a hacerte pupa.
VECINO. Lo mismo he pensado yo.
PRAXÁGORA. ¿Y por qué va a haber pleitos, desgraciado?
BLÉPIRO. Por muchas razones, por Apolo. Lo primero, por una elemental: si uno debe dinero y no paga.
PRAXÁGORA. Pero de dónde va a sacar dinero el prestamista si todo es común? Cómo no sea robando.
VECINO. Por Deméter, lo explicas bien.
BLÉPIRO. Pues que me diga esto: ¿de dónde pagarán los pendencieros por sus broncas, cuando después de alguna juerga se envalentonen? Creo que te has quedado sin respuesta.
PRAXÁGORA. Del pan que comen: cuando a uno se lo quiten no va a envalentonarse fácilmente, si le castigan en su estómago.
BLÉPIRO. ¿Y no habrá ladrones?
PRAXÁGORA. ¿Cómo van a robar si también tienen su parte?
BLÉPIRO. ¿Ni le atracarán a uno de noche?
VECINO. No, si duerme en su casa.
PRAXÁGORA. Ni tampoco si lo hace fuera, como antes; todos tendrán medios de vida. Y si le quieren quitar el vestido, él mismo lo dará. Pues ¿para qué resistirse? Se va al fondo común y se coge uno mejor que el viejo.
BLÉPIRO. Entonces, ¿tampoco van a jugar a los dados?
PRAXÁGORA. ¿Y qué van a apostar?
BLÉPIRO. En resumen, ¿qué clase de vida vas a implantar?
PRAXÁGORA. Una vida comunitaria. De la ciudad voy a hacer una casa única: tiraré los tabiques y haré una sola habitación, para que puedan visitarse unos a otros.
BLÉPIRO. Y la comida ¿dónde la servirás?
PRAXÁGORA. Los tribunales y los pórticos los haré comedores.
BLÉPIRO. Y la tribuna de la Asamblea, ¿qué utilidad tendrá?
PRAXÁGORA. Pondré allí las crateras y los cántaros y los niños podrán cantar canciones a los valientes en la guerra, y si hay algún cobarde para que no cene de vergüenza.
BLÉPIRO. Muy bien pensado, por Apolo. Y las urnas, ¿para qué vas a usarlas?
PRAXÁGORA. Voy a ponerlas en el ágora. Citaré a todos en la estatua de Harmodio y haré un sorteo, para que, según les toque, vayan felices sabiendo en qué letra cenarán. Proclamará el heraldo que los de la beta vayan al Pórtico Real a cenar; la zeta, al Pórtico vecino, los de la kappa al Pórtico en que venden la cebada.
BLÉPIRO. ¿A picotearla?
PKAXÁGORA. Por Zeus, no, para cenar.
BLÉPIRO. Y al que no le salga su letra, ¿se quedará fuera?
PRAXÁGORA. No será así entre nosotras. Habrá abundancia para todos; coronados, así, borrachos, marcharán todos con su antorcha. Y en las esquinas, las mujeres vendrán a ellos, según pasan, y les dirán: “Vente conmigo, tengo una chica muy guapa para ti”.
“Ven a mi casa”, dirá otra desde el piso de arriba: “la mía es la más bella, la más blanca, pero antes que con ella debes dormir conmigo». Y mientras vigilan a los guaperas y a los jovencitos, los feos dirán así: «¿A dónde? Aunque llegues el primero, no te comerás una rosca, pues se ha decretado que antes jodan con los feos y los chatos y que vosotos entre tanto os la peléis en los portales con una hoja de higuera ” Vamos, decidme, ¿os gusta esto?
BLÉPIRO Y VECINO. Muchísimo.
PRAXÁGORA. Bueno, ahora tengo que marcharme al ágora para recoger las cosas que vayan entregando. Y llevaré conmigo una pregonera de buena voz. No tengo más remedio que hacerlo, ya que me han elegido para tener el mando, y para organizar las comidas en común de manera que hoy mismo os deis un festín.
BLÉPIRO. ¿Nos banquetearemos hoy ya?
PRAXÁGoRA. Así lo afirmo. Y luego, quiero dejar cesantes a las putas, a todas.
BLÉPIRO. ¿Con qué intención?
PRAXÁGORA. Está bien claro: (señalando al Coro.) para que disfruten éstas de la flor de los jóvenes. Y en cuanto a las esclavas, se les prohíbe que, acicalándose, roben bajo cuerda el placer de las mujeres libres. Se acostarán sólo con los esclavos, con el conejito depilado deprisa y corriendo.
BLÉPIRO. Voy a ir contigo para que me miren y digan: «¿No os gusta el marido de la generala?»
VECINO. Y yo también, para llevar mis cacharros al ágora, voy a coger y examinar mis bienes.
(Salen todos en dirección al ágora, incluido el CORO.)
INTERLUDIO CORAL (no conservado)
SEGUNDA PARTE
(Las dos casas de la escena han cambiado de propietario. De una de ellas sale el HOMBRE A, mientras dos esclavos sacan los objetos que va nombrando él cada vez y los ponen en la calle.)
IV
HOMBRE A. Ven tú, cedazo bonito, primorosamente a la calle, la primera de mis cosas, para que hagas de canéforo, molido como estás de tanto volcar mis sacos de harina.– ¿Dónde está la que lleva tu taburete? Sal tú, marmita, toda negra, por Zeus, ¡ni que hubieras cocido el tinte con que Lisícrates se tiñe el pelo!.– Tú, doncella de alcoba, ponte a su lado.– Y tú, moza del cántaro, ponlo ahí.– Sal también tú, tañedora de cítara, que tantas veces me has despertado para ir a la Asamblea en plena noche con tu canto mañanero.– Que se adelante ahora el que trae el gran cofre; tráeme los panales, pon cerca los ramos y saca los dos trípodes y el lecito. Los pucheros y los trastos, dejadlos.
(Los esclavos han ido sacando: un cedazo, una marmita, un frasco de perfumes, un cántaro, una muela de molino, un cofre, unos panales, ramos, dos tripodes y un lecito. Los colocan en fila, representando a personas y objetos de la procesión de las Panateneas.)
HOMBRE B. (Entrando, sin apercibirse de la procesión de cachivaches.) ¿Que yo vaya a entregar lo mío? Sería un desgraciado, un hombre sin seso. No, por Posidón, jamás, voy antes a poner a prueba todo esto y a examinarlo. No voy a tirar tan tontamente mi sudor y mi ahorro por mucho que se diga, antes de averiguar en qué consiste todo esto.– (AL HOMBRE A.) Tú, ¿qué significan esos cacharritos? ¿Los has sacado fuera porque te mudas o es que los vas a dar en prenda?
HOMBRE A. De ninguna manera.
HOMBRE B. ¿Y por qué están así en fila? ¿O es una procesión que hacéis en honor del heraldo Hierón, para que los subaste?
HOMBRE A. No, por Zeus, es que quiero entregarlos a la ciudad en el ágora según las leyes que han sido aprobadas.
HOMBRE B. ¿Vas a entregarlos?
HOMBRE A. Desde luego.
HOMBRE B. Eres un infeliz, por Zeus Salvador.
HOMBRE A. ¿Cómo?
HOMBRE B. ¡Cómo te lo digo!.
HOMBRE A. ¿Pues qué? ¿No debo obedecer a las leyes?
HOMBRE B. ¿A cuáles, desgraciado?
HOMBRE A. A las decretadas.
HoMBRE. ¿A las decretadas? ¡Serás tonto!.
HOMBRE A. ¿Tonto?
HOMBRE B. ¿Cómo no? El más imbécil de todos.
HOMBRE A. ¿Porque hago lo que está ordenado?
HOMBRE B. ¿Y el hombre cuerdo debe hacer lo que está ordenado?
HOMBRE A. Antes que nada.
HOMBRE B. Eso serán los estúpidos.
HOMBRE A. ¿Y tú no piensas entregar nada?
HOMBRE B. Me guardaré mucho antes de ver qué es lo que quiere el pueblo.
HOMBRE A. ¿No ves que están dispuestos a entregar sus cosas?
HOMBRE B. Cuando lo vea lo creeré.
HOMBRE A. Por lo menos, es lo que van diciendo por la calle.
HOMBRE B. ¡Sí, si lo dirán!
HOMBRE A. Y aseguran que las cogerán y las llevarán.
HOMBRE B. ¡Sí, si lo asegurarán!.
HOMBRE A. Desconfiando, vas a estropearlo todo.
HOMBRE B. ¡Sí, si desconfiarán!
HOMBRE A. Que Zeus te haga pedazos.
HOMBRE B. ¡Sí, si te harán pedazos!.– ¿Te crees que cualquiera que tenga juicio va a llevar sus cosas? No es costumbre tradicional nuestra: nosotros sólo debemos recibir, por Zeus. Lo mismo hacen los dioses, lo conocerás por las manos de las estatuas: cuando hacemos oraciones para que nos den sus bienes, allí se quedan extendiendo su mano con la palma hacia arriba, no con aire de dar, sino para recibir.
HOMBRE A. Diantre de hombre, déjame hacer algo útil. Estas cosas hay que atarlas. ¿Dónde tengo una cuerda?
HOMBRE B. ¿De verdad vas a llevarlas?
HOMBRE A. Sí, por Zeus, ya estoy atando estos dos trípodes.
HOMBRE B. ¡Qué estupidez! No esperar ni siquiera a ver qué hacen los otros y, entonces ya...
HOMBRE A. ¿Entonces qué?
HOMBRE B. Esperar más, y luego entretenerse todavía.
HOMBRE A. ¿Para qué?
HOMBRE B. Si hay un terremoto o un fuego de mal presagio o si se cruza una comadreja, entonces dejarán de llevar las cosas, estúpido.
HOMBRE A. Sería divertido si no queda sitio donde colocar todas estas cosas.
HOMBRE B. ¿Que no queda sitio? No te preocupes, podrás depositarlas, aunque llegues pasado mañana.
HOMBRE A. ¿Cómo?
HOMBRE B. Yo sé muy bien que éstos votan muy deprisa, pero luego se echan para atrás.
HOMBRE A. Las llevarán, amigo mío.
HOMBRE B. ¿Y si no las transportan, qué?
HOMBRE A. Descuida, las transportarán.
HOMBRE B. ¿Y si algunos lo impiden, que?
HOMBRE A. Lucharemos con ellos.
HOMBRE B. ¿Y si son más fuertes, qué?
HOMBRE A. Lo dejaré todo y me iré.
HOMBRE B. ¿Y si las venden, qué?
HOMBRE A. Ojalá revientes.
HOMBRE B. ¿Y si reviento, qué?
HOMBRE A. Harás muy bien.
HOMBRE B. ¿Y tú sigues empeñado en llevarlas?
HOMBRE A. Desde luego. Veo que mis vecinos las llevan.
HOMBRE B. Seguro que el estreñido de Antístenes va a llevarlas. Es mucho más probable que con tal de no hacerlo cague... durante más de treinta días.
HOMBRE A. Vete al infierno.
HOMBRE B. ¿Y Calímaco el poeta va a llevarles alguna cosa?
HOMBRE A. Más que el rico Calias.
HOMBRE B. Ese hombre va a perder toda su hacienda.
HOMBRE A. Dices algo terrible.
HOMBRE B. ¿Por qué algo terrible? No te das cuenta de que constantemente se votan decretos como ése. ¿No te acuerdas de aquello que se acordó sobre la sal?
HOMBRE A. Claro que sí.
HOMBRE B. ¿Y no te acuerdas cuando votamos aquellas monedas de cobre?
HOMBRE A. Fue desgraciada aquella acuñación. Vendí uvas y me marché con la boca llena de cobre y entonces fui al ágora a por harina de cebada. Y cuando acababa de poner debajo el saco gritó el heraldo: «No aceptéis en adelante monedas de cobre: sólo valen las de plata.» (Pausa.) .– Pero no es lo mismo, amigo. En aquel tiempo mandábamos nosotros, y ahora mandan las mujeres.
HOMBRE B. Voy a tener cuidado con ellas, por Posidón, no se me meen encima.
HOMBRE A. No entiendo las tonterías que dices. (A un siervo.) Mozo, trae la pértiga.
MUJER HERALDO. (Llegando.) Oh ciudadanos todos, (pues éste es el nuevo estado de cosas), corred, venid junto a la generala para que seáis sorteados y la fortuna os indique a cada uno dónde cenar. Porque las mesas ya están llenas de toda clase de delicias; y los lechos, junto a ellas, están llenos de pieles de cabra y de alfombras. Están mezclando el vino y las perfumistas están allí de pie, todas en fila. Fríen el pescado, ensartan las liebres en brochetas, cuecen pasteles, trenzan coronas, tuestan aperitivos, las más jóvenes cuecen pucheros de puré. Y entre ellas Esmeo, con su vestido de jinete, va limpiando las escudillas de las mujeres (Gesto obsceno.). Gerón avanza con su manto de lana fina y sus zapatos elegantes, riendo a carcajadas con otro jovencito (Gesto de afeminamiento.); tiradas lejos, yacen en el suelo las alpargatas y la zamarra. Id pues, que el que reparte el pan está allí ya en pie: ea, abrid las mandíbulas (Sale).
HOMBRE B. Bueno, allá voy. ¿Por qué quedarme aquí, si esa es la decisión de la ciudad?
HOMBRE A. ¿Y a dónde vas a ir si no has entregado tus bienes?
HOMBRE B. A la cena.
HOMBRE A. Ni lo sueñes: si a las mujeres les queda un poco de sentido común, antes debes hacer la entrega.
HOMBRE B. Ya la haré.
HOMBRE A. ¿Cuándo?
HOMBRE B. Por mí no habrá problema, tío.
HOMBRE A. ¿Cómo es eso?
HOMBRE B. Ya verás que otros la hacen después de mí.
HOMBRE A. ¿Y vas a cenar, a pesar de todo?
HOMBRE B. (Con ironía.) ¡Qué remedio! Los hombres de bien deben ayudar a la ciudad en lo que puedan.
HOMBRE A. ¿Y si no te dejan?
HOMBRE B. Entraré al asalto agachando la cabeza.
HOMBRE A. ¿Y si te azotan, qué?
HOMBRE B. Las citaré a juicio.
HOMBRE A. ¿Y si se burlan, qué?
HOMBRE B. Puesto ante la puerta...
HOMBRE A. ¿Qué vas a hacer? Dímelo.
HOMBRE B. Les quitaré la comida mientras la llevan dentro.
HOMBRE A. Ve, si quieres, pero detrás de mí. Vosotros, Sicón y Parmenón, transportad mis cosas. (Los esclavos las ponen en la pértiga.)
HOMBRE B. Vamos, que te echo una mano.
HOMBRE A. De ninguna manera. A ver si delante de la generala, cuando yo deje mis cosas en el suelo, las reclamas como tuyas. (Sale.)
HOMBRE B. Por Zeus, tengo que inventar alguna cosa para seguir siendo dueño de lo mío y tener en común con éstos una parte de lo que se cuece. Mi idea es la mejor: debo ir con ellos a cenar y no perder ni un minuto.
INTERLUDIO CORAL (no conservado)
V
(La escena con dos casas representa un lugar distinto. La VIEJA A está en la calle, delante de su casa, donde se esconden la VIEJA B y la VIEJA C. Por la ventana de la otra casa se asomará la JOVEN.)
VIEJA A. (Junto a la ventana de la primera casa.) ¿Por qué no han llegado ya los hombres? Ya tenían que haber venido.– Aquí estoy embadurnada de blanco, con mi camisa de azafrán, ociosa, canturreando una cancioncilla, jugueteando para pillar a alguno que pase por aquí. Musas, acudid a mi boca con alguna coplilla verde.
LA JOVEN. (En la ventana de la segunda casa.) Me has cogido la delantera, escoria. Creías que yo no estaba y que ibas a vendimiar mi viña abandonada y a atrapar a alguno cantando. Pero si lo haces, yo cantaré también. Aunque fastidie al público, puede ser agradable y divertido.
VIEJA A. (Enseñando el dedo corazón.) ¡Móntate aquí! Y tú, flautista, amorcito mío, coge la flauta y acompaña mi canción como tú sabes hacerlo.
Si uno quiere algo bueno,
duerma conmigo.
Que una joven no tiene
maduro el higo.
Yo le haré que disfrute
como ninguna,
que en amores no tengo
rival alguna.
LA JOVEN.
No hables mal de mí, vieja,
que tú no vales
lo que mis tiernas peras
y mi muslamen.
Porque así repintada
de blanco fuerte
va a venir a buscarte
sólo la Muerte.
VIEJA A.
Ojalá que no folles
nunca en tu cama;
Pierdas el agujero
mas no las ganas.
Que cuando quieras besos
y estés caliente
sólo encuentres a mano
una serpiente.
LA JOVEN
Me he quedado aquí sola,
no está mi madre,
y ya siento las carnes
que se me abren.
Mas sin mi amigo
tengo ya unos picores
que no te digo.
A Empalmágoras llama,
como tú sueles,
por favor, mi nodriza
que me consuele.
VIEJA A.
Por tu canto sospecho
que estás cachonda,
esperando a algún novio
de tranca horonda.
Pero te advierto:
antes tendrá tu novio
que arar mi huerto.
Así que canta todo lo que quieras y asómate como una comadreja, porque nadie va a entrar en tu casa antes que en la mía.
LA JOVEN. Para enterrarme no, por cierto.– No lo esperabas, ¿eh, escoria?
VIEJA A. ¡Bah! ¿Qué cosa nueva podría decirle nadie a una vieja? Mi vejez no va a darte disgusto alguno. Además ¿por qué hablas conmigo?
LA JOVEN. ¿Y tú por qué te asomas?
VIEJA A. ¿Yo? Le canto a mi amigo Epígenes.
LA JOVEN., ¿Tienes algún amigo, aparte de Viejales?
VIEJA A. El te lo dirá, va a venir enseguida.– Mira, aquí está ya.
LA JOVEN. No viene precisamente por tí, peste.
VIEJA A. ¡Por Zeus que sí!
LA JOVEN. Vieja tísica, él te lo demostrará enseguida. Yo me voy.
VIEJA A. Y yo también, ‘pa’ chula tú chula yo.
(Se meten dentro ambas.)
EL JOVEN. (Llegando.)
En tu cama quedarme sin resuello
ojalá yo pudiera, joven bella,
y pasar junto a ti toda la noche
sin tener que tirarme para ello
a una chata, una vieja o una camella;
que además de algo indigno
es un derroche.
VIEJA A. (Asoma de nuevo.)
Pues tendrás que tirarte, me barrunto,
a toda aquella que te lo demande
porque tal es la ley y eso es lo justo.
Y si estás maquinando algún asunto
con la joven de enfrente, ten presente
que antes a viejas hay que darles gusto.
(Se retira dentro.)
EL JOVEN. Ojalá, oh dioses, coja sola a la joven que estoy buscando, bebido y salido desde hace rato.
LA JOVEN. (Se asoma.) He engañado a la maldita vieja: se ha ido, pensando que iba a quedarme dentro. Pero aquí está el joven del que hablábamos.
Acércate, amor mío, estoy aquí
sé tu mi amante, amor, en esta noche.
Terrible amor me agita y me recorre,
herida estoy de amor, mi amor, por ti.
No me atormentes, Eros, yo te imploro,
no me desgarres más el tierno pecho;
haz que venga este joven a mi lecho,
que por él desespero, tiemblo y lloro.
EL JOVEN. Acércate, mi amor, sin disimulo
corriendo baja y ábreme enseguida
y abrázame, que en pago a tu acogida
voy a luchar a golpes con tu culo.
Pero, ¿por qué, oh Cipris, me enloqueces?
No me atormentes, Eros, te suplico,
que más vale tener callado el pico
que espantarla con términos soeces.
Mejor será un requiebro moderado,
romántico, meloso, compungido...
Probemos otra vez: mi amor, te pido
que me abras y me acojas a tu lado;
capullito cubierto de rocío,
mi abeja de la Musa, mi retoño
de Afrodita, entrégame tu co...
¡Ábreme ya y abrázame, amor mío!
(Llama a la puerta de LA JOVEN.)
VIEJA A. (Abre su puerta y se dirije al JOVEN.) Tú, ¿Me estás llamando? ¿Me buscas a mí?
EL JOVEN. ¿Qué dices?
VIEJA A. Has golpeado mi puerta.
EL JOVEN. Antes morir.
VIEJA A. Entonces, ¿por qué has venido con una antorcha?
EL JOVEN. Estoy buscando a Paco.
VIEJA A. ¿Qué Paco?
EL JOVEN. A Paco Jones, no a Paco Jertes, como quizá tú esperas.
VIEJA A. Pues sí que voy a cogerte, por Afrodita, quieras o no quieras. (Le abraza. EL JOVEN se separa.)
EL JOVEN. Hemos dado carpetazo a los expedientes de más de sesenta años, los hemos archivado para más adelante. Ahora tenemos entre manos los de menos de veinte años.
VIEJA A. Eso era con el régimen anterior, bomboncito. Ahora tienen que meternos (Gesto obsceno) a nosotras las primeras.
EL JOVEN. No entiendo lo que dices: tengo que aporrear la otra puerta.
VIEJA A. Primero tienes que aporrear la mía (Gesto obsceno).
EL JOVEN. No es un estropajo lo que ahora estoy buscando.
VIEJA A. Sé que me amas, pero te has quedado cortado al encontrarme en la puerta. Ven, acerca tu boca.
EL JOVEN. Amiguita, me da miedo tu amante.
VIEJA A. ¿Cuál?
EL JOVEN. El mejor de los pintores.
VIEJA A. ¿Quién es ése?
EL JOVEN. El que pinta los vasos funerarios para los muertos. Entra dentro, no te vea en la puerta.
VIEJA A. Ya sé, ya sé lo que quieres.
EL JOVEN. También yo, por Zeus.
VIEJA A. Afrodita, Afrodita, lo que se da no se quita. (Le agarra.)
EL JOVEN. Estás chocheando, abuelita.
VIEJA A. Déjate de tonterías y vente a la cama. (Tira de él.)
EL JOVEN. ¿Por qué compramos ganchos para sacar el cubo del pozo cuando podríamos usar a esta viejecita?
VIEJA A. No te burles de mí, desgraciado, ven conmigo.
EL JOVEN. No tengo obligación si no has pagado a la ciudad el impuesto correspondiente.
VIEJA A. Por Afrodita, sí que tienes obligación, porque me gusta acostarme con los de tu edad.
EL JOVEN. Y a mí con las de tu edad me da asco: te vas a quedar con las ganas.
VIEJA A. (Enseñando un rollo de papiro.) Pues, por Zeus, esto te va a obligar.
EL JOVEN. ¿Qué es eso?
VIEJA A. Un decreto que te obliga a venir conmigo.
EL JOVEN. A ver, léemelo.
VIEJA A. Agárrate. (Leyendo.) “Han decretado las mujeres que si un joven desea a una joven, que no se la pase por la piedra antes de haberse cepillado a la vieja. Y si se niega, las mujeres viejas tendrán vía libre para llevárselo a rastras cogiéndolo del rabo”
EL JOVEN. ¡Ay de mí! Hoy me cortan las dos orejas y el rabo.
VIEJA A. Las leyes están para cumplirlas.
EL JOVEN. ¿Y si paga una fianza un vecino mío o un compadre?
VIEJA A. No hay fianza que valga viniendo de un varón.
EL JOVEN. ¿No puedo hacerte un pagaré?
VIEJA A. No, hay que cumplir en el acto.
EL JOVEN. Alegaré que soy objetor.
VIEJA A. Te voy a poner firme.
EL JOVEN. Entonces, ¿qué hay que hacer?
VIEJA A. Venir conmigo.
EL JOVEN. ¿A la fuerza?
VIEJA A. A la fuerza te llevo.
EL JOVEN. Pues vete poniendo la mortaja.
VIEJA A. Seguro que me comprarás también una corona.
EL JOVEN. Sí, por Zeus, una corona de muerto. Pues creo que te vas a quedar en el sitio.
(La VIEJA se lo lleva dentro. Sale LA JOVEN.)
LA JOVEN. ¿A dónde te lo llevas a rastras?
VIEJA A. Éste se viene a mi casa.
LA JOVEN. No estás bien de la cabeza. No tiene edad para acostarse contigo, es tan jovencito. Podrías ser su madre. Si implantáis esa ley, vais a llenar de Edipos la tierra entera.
VIEJA A. So guarra, la envidia te corroe. Pero mi venganza será terrible (Entra en casa.)
EL JOVEN. Por Zeus Salvador, qué gran favor me has hecho, bomboncito, librándome de la vieja. A cambio, te voy a hacerte otro favor grande y gordísimo. (Gesto obsceno. Hace ademán de irse con ella.)
VIEJA B. (Entrando.) Tú, ¿a dónde la arrastras? Estás violando la ley: está escrito que tiene que acostarse primero conmigo?
EL JOVEN. ¡Pobre de mí! ¿De dónde ha salido este fiambre? Esta peste es peor todavía que la otra.
VIEJA B. Ven aquí.
EL JOVEN. (A LA JOVEN.) No dejes que me arrastre, te lo suplico.
VIEJA B. No soy yo quien te arrastra, es la ley.
EL JOVEN. La ley no, es una bruja purulenta y chupasangre.
VIEJA A. Ven de una vez, monada, no charles tanto.
EL JOVEN. Bueno, déjame ir a mi casa a ver si me repongo, que se me ha descompuesto el cuerpo. Si no, me lo voy a hacer encima.
VIEJA B. Descuida: que dentro te vas cagar.
EL JOVEN. Temo que más de lo que quiero. (Lo arrastra. Aparece la VIEJA C.)
VIEJA C. Eh tú, ¿a dónde te crees que vas con ésta?
EL JOVEN. No voy, me arrastran. Pero, seas quien seas, que los dioses te bendigan por no permitir que me hagan papilla. (Se fija mejor). Heracles, Panes, Coribantes, Dioscuros, es una peste todavía peor que la otra. ¿Qué es esto, por favor? ¿Una mona ‘con la cara repeyá’ o una vieja resucitada de los muertos?
VIEJA C. No te burles, ven aquí.
VIEJA B. No, aquí.
VIEJA C. (Le agarra.) No voy a soltarte.
VIEJA B. (Le agarra.) Ni yo tampoco.
EL JOVEN. Vais a partirme en dos, malditas.
VIEJA B. Debes venir conmigo, de acuerdo con la ley.
VIEJA C. No si viene otra vieja mas fea todavía.
EL JOVEN. ¿Y si perezco miserablemente por culpa de las dos, decid, cómo voy a llegar a aquel monumento?
VIEJA C. Eso es asunto tuyo. Pero esto, has de cumplirlo.
EL JOVEN ¿Y a cuál he de tirarme primero para quedar libre?
VIEJA C. ¿No lo sabes? Vas a venir aquí.
EL JOVEN. Entonces, que me suelte esa otra.
VIEJA B. No, ven aquí conmigo.
EL JOVEN. Si me suelta ésa.
VIEJA C. Yo no te suelto, por Zeus.
VIEJA B. Ni yo tampoco.
EL JOVEN. Pero, ¿cómo voy a ser capaz de ventilarme a las dos?
VIEJA C. Lo harás en cuanto comas un puchero de cebollas. (Tira más fuerte.)
EL JOVEN. Ay, pobre de mí, ya casi me ha arrastrado hasta la puerta.
VIEJA B. Pues no vas a adelantar nada: yo entraré contigo.
EL JOVEN. No, por los dioses. Mejor es ser acometido por una desgracia que por dos.
VIEJA C. Por Hécuba, si quieres, como si no quieres.
EL JOVEN. (Declamando.) ¡Ay mísero de mí, ay infelice!, si a una mujer podrida he de joder todo el santo día y luego, cuando me libre de ella, a una sujeta que tiene una boca como un pozo sin fondo. ¿Seré desgraciado? En verdad soy varón infortunado y desdichado, por Zeus Salvador, si he de nadar con semejantes bichos. Sin embargo, si mientras navego hacia este puerto me hundo con estas putas, enterradme en bocana y a ésta (señala a la VIEJA C), embadurnándola aún viva de pez, echando plomo derretido a sus dos pies en torno a los tobillos, ponedla encima de la tumba, a manera de vaso funerario–. (La VIEJA C le hace entrar dentro, pese a los esfuerzos de la otra.)
INTERLUDIO CORAL (no conservado)
VI
SIRVIENTA. (Llega de fuera. Declamando ante el CORO.) Oh pueblo dichoso, tierra feliz, y mi señora más dichosa que nadie y vosotras, las que estáis junto a las puertas, y los vecinos y todos los del barrio y yo también, la seirvienta, con la cabeza perfumada con perfumes excelentes, por Zeus. Pero a estos perfumes les dan cien vueltas las anforitas de vino de Tasos: porque quedan mucho tiempo en la cabeza, pero los otros perfumes pronto se pasan y se disipan. Aquéllos son mucho mejores, muchísimo, por las díosas. Mezcla vino puro: te dará alegría la noche entera si eliges el de mejor aroma.- Pero mujeres, decidime dónde está el amo, el marido de mi ama.
CORIFEO. Si te quedas aquí, me parece que vas a encontrarlo. (Sale BLÉPIRO con corona y antorcha.)
SIRVIENTA. Mira, ya va a la cena. Amo, hombre feliz, tres veces venturoso...
BLÉPIRO. ¿Yo?
SIRVIENTA. Tú, sí, por Zeus, más que nadie. Pues ¿quién podría ser más feliz que tú, el único de los treinta mil ciudadanos que no ha cenado todavía?
CORIFEO. Está claro que se trata de un hombre afortunado.
SIRVIENTA. ¿A dónde vas?
BLÉPIRO. Voy a la cena.
SIRVIENTA. Por Afrodita, eres el último de todos. Sin embargo, el ama me encargó que te cogiera y te llevara allí con estas jovencitas. (Señala al CORO.) Queda aún vino de Quíos y otras muchas exquisiteces. Conque no os retraséis, y los espectadores que sean amigos nuestros y los jueces del concurso, si no están mirando para otra lado, que vengan también con nosotros. Les daremos de todo.
BLÉPIRO. ¿Por qué no se lo dices a todos sin saltarte a ninguno? ¿Por qué no invitas rumbosamente a viejos, jóvenes y niños? Ya está preparada la cena para todos (Guiño al público) ... en vuestra casa. Yo salgo ya para la cena: llevo a punto mi antorcha.
SIRVIENTA. No te entretengas tanto tanto y llévate a éstas? Mientras vas bajando a la ciudad, yo, como aperitivo, cantaré una canción.
CORIFEO (Al público.) Un pequeño consejo deseo dar a los jueces: a los sabios, que recuerden las cosas sabias que he dicho y me voten, y a los que se ríen a gusto, que por la risa me voten. Y que no me perjudique el sorteo de las comedias, en el que yo salí en primer lugar. Debéis recordar todo esto y ser imparciales y juzgar las comedias con justicia y no os portéis como querindongas que sólo se acuerdan del último.
SIRVIENTA. ¡Hala!, amigas queridas, si vamos a poner en obra nuestro asunto, es hora de salir pitando a la cena. Venga, bailad, tú mueve también los pies.
BLÉPIRO. Ya lo hago.
SIRVIENTA.
Porque habrá enseguida muy rico pescado,
rodajas cocidas de raya y cazón,
torcaces, palomas, mirlos, palominos,
alondras, pichones y un galo capón,
alitas de pollo cocidas en vino
con queso rallado y de postre un melón.
Conque date prisa, vete a por un plato,
no sea que hoy cenes tan solo puré.
Y el público atento que salte y que baile,
que aplauda si quiere y que cene también.
CORO. (Danzando.)
Porque ya nos vamos, porque esto se acaba,
porque ahora ya toca gritar evoé.
¡Evoé, evoé, evoé, evoé, evoé!