Periodistas: el poder y el disenso
Luciano Canfora
¿Quién inventó los periódicos? ¿Y qué se entiende por tal palabra? “ Periódico” corresponde a dos objetos bien distintos, que luego han acabado por mezclarse y confundirse: “journaux” y “gazettes”, según la clasificación canónica fijada en el libro fundador de la modernidad, l’Encyclopédie. En ella, “Gazette” –la voz está escrita por Voltaire— se define como “relation des affaires publiques”, mientras que “journal” (la voz, con la firma Z pertenece casi seguro a Diderot) es una obra periódica “qui contient les extraits” de los libros recién publicados. Voltaire precisa que las “Gazette” fueron inventadas en Venecia a principios del XVII (“gazeta” era la denominación de una moneda equivalente a medio sueldo ): hojas que salían una vez por semana. A continuación, el príncipe del Siglo de las Luces (al que volveremos) ofrece un panorama histórico. Esas gacetas existían ya en China desde tiempos inmemoriales: sin embargo, precisa, se referían únicamente a aquel imperio, mientras que las de Europa “embrassent l’univers”.
César quería que las actas diurnas fuesen hechas públicas regularmente (como Suetonio), pero Augusto lo prohibió. Quizás sea por eso que Guido Gonella escogiera “Acta diurna” como título de su columna en el Observatore romano, que tanto molestó al fascismo, la puntillosa censura del cual no podía extenderse fácilmente al órgano semioficial del Vaticano. De las “Acta diurna” de Gonella, reeditadas hace treinta años, podemos hoy apreciar una perla en los recientes Meridiani Mondadori (Giornalismo italiano 1860-1939). Dos volúmenes soberbiamente editados al cuidado de Franco Contorbia.
Nos detenemos en el díptico final: por una parte, el comentario de Gonella al pacto de ”amistad y alianza” entre Mussolini y Hitler (L’Observatore romano, 24 mayo de 1939); por la otra, la excitada correspondencia de [Indro] Montanelli para el Corriere della Sera, con las tropas del Reich en el frente oriental (6 septiembre de 1939): “Desde hoy, las tropas alemanas han tomado el pedazo mutilado de la Prusia Oriental volviéndolo a unir a la Patria”. Gonella ve lúcidamente, ya en mayo, el escenario futuro. Y comenta, en un estilo objetivo pero inequívoco, las consecuencias del pacto, especialmente del artículo 5: “Según ese artículo, la asistencia bélica inmediata prescinde de cualquier valoración sobre el carácter de la guerra y sobre sus causas. El simple hecho de la guerra provoca automáticamente la asistencia, que no podrá cesar con una paz separada”. Este tipo de obligaciones – observa – se asumen solamente entre gobiernos que ligan de forma total e indisoluble el destino de sus pueblos. De ahí que prevea que el pacto germano-italiano “podrá determinar a Francia e Inglaterra a acelerar el curso de las negociaciones con Rusia”. Citando las palabras del Petit Parisien, prevé un pacto “anglo-franco-ruso, en correspondencia con la acción del Eje”. Como se sabe, la historia ocurrió de forma distinta. “A la luz de los acontecimientos”, como diría Churchill, “puede afirmarse que Francia e Inglaterra deberían haber aceptado la oferta soviética proclamando la Triple Alianza” (De guerra a guerra, pág. 397).
Mérito de esta compilación de Contorbia es precisamente el de haber logrado hacer oír dos voces. Así, al lado de Alvaro, que anuncia con tonos líricos el nacimiento de Sabaudia en La Stampa de noviembre de 1933, está Angelo Tasca que, desde el exilio, define en Nuovo Avanti la muerte de Gramsci como “el más grave hecho consumado que nos ha inflingido el fascismo”. A falta de Estado obrero, tenemos el Contra Judaeos de Guido Piovene, enaltecedor del volumen homónimo de Telesio Interlandi editado por La defensa de la raza. En el 38, los italianos no fueron “brava gente”. Precisamente gracias a una compilación como ésta, donde se alternan las voces del poder y las de la oposición o del exilio, el lector podrá captar la grandeza y las miserias del más potente instrumento capaz de condicionar, antes de la pequeña pantalla, la formación de la opinión y del consenso.
Decíamos al principio que “periódicos” y “gacetas”, nacidos separadamente, son actualmente una misma cosa. Es una ventaja. En estos dos volúmenes se incluye el escrito de Gramsci en la muerte de Renato Serra, aparecido en noviembre de 1915 en el Grido del popolo. En él, literatura y política se funden perfectamente. Pero hay que decir algo respecto al propio nacimiento de los “periódicos”. Alrededor de 1670, Leibniz piensa crear un periódico literario y estudia la Biblioteca del patriarca Foción (siglo IX), que reconoce como un modelo. Por el contrario, el órgano doctrinal-literario de los Jesuitas, las Mémoires de Trévoux, contesta esta primacía otorgada a Foción, suscitando réplicas (por ejemplo, del calvinista Camusat). No se equivocaban contendiendo sobre este punto. Comprendían lo potente que puede ser la “alta” política que puede hacerse desde las páginas culturales de un periódico. Pero el giro de esta historia se da, una vez más, en el siguiente y decisivo cuarto de siglo que, después de la explosión revolucionaria, vio la instauración de la censura de la policía por voluntad de Napoleón; y sobretodo, en los decenios de la Restauración, grávidos de la nueva historia (que continua siendo la nuestra). La lucha contra la unión de vieja aristocracia y nueva burguesía fue hecha en nombre de la “libertad de prensa”: se reencontraron juntos verdaderos liberales, viejos jacobinos y nuevos socialistas. No habrá sido por casualidad que todas las grandes figuras de los siglos XVIII y XIX hayan debutado y trabajado activamente como “periodistas”.
Luciano Canfora, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es un historiador marxista italiano y el más importante clasicista europeo vivo.
Traducción para www.sinpermiso.info: Anna Garriga
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