jueves, 10 de enero de 2008

Un cuento andino contra la Puta Idea de la Muerte en Vida que la Pena capital nos administra, racionaliza y explota


“Me contaron que un hombre errante llegó a una pequeña aldea, y lo primero que se encontró fue su cementerio. Paseó lentamente entre las tumbas, en esa soledad y ese silencio extraños que solo existen en esos lugares. Leía cada una de las lápidas, donde solo figuraba el nombre y el tiempo vivido por el difunto. Así, rezaba por ejemplo: «Fulano de tal y tal. Vivió tres semanas y dos días». «Mengano de cual y cual. Vivió un mes, dos semanas y cuatro días». Todas así. Solo dos o tres indicaban que alguien vivió más de un año. Pensó que se había topado con un cementerio de niños. Se propuso enterarse de las circunstancias de tan triste situación. Tantos niños muertos en una aldea que parecía muy pequeña. Debió de ser una epidemia o un mal extraño que atacaba a los infantes. Una vez que entró por las lindes de la aldea, se cruzó con un anciano y, no pudiendo reprimir el motivo de su inquietud, lo abordó, tratando de averiguar la causa de tantas muertes de niños.

-No es como piensas, forastero, contestó. En esta aldea sabemos que la vida, en la mayor parte de sus días y de sus noches, rueda ciegamente, ocupados en nuestras tareas rutinarias. Vivimos como dormidos en plena vigilia, con los ojos abiertos pero sin ver, con el corazón palpitando pero sin amar, con el aire entrando y saliendo de nuestros pechos, pero sin que quede nada de su frescura, de su aroma ni de su vida. Somos así casi como muertos vivientes la mayor parte de nuestros días. Una vez, un anciano sabio, de vida errante y despojada de inquietudes vanas, pasó por nuestra aldea, donde encontró fácil acogida entre nosotros. Nos preguntaba una y otra vez, día tras día, cosas como éstas: -Qué tal la jornada, Juan. ¿Has amado hoy? ¿Has contemplado el cielo y las nubes? ¿Acaso te has estremecido junto al dolor de algún hermano? ¿Has mitigado alguna pena? ¿Has entrado en el corazón de algún niño? ¿Has amado tu pena tanto como para trasmutarla en risas y con ellas alegrar a tus hermanos? ¿Has añadido una nueva capa de nácar a la perla de tu dolor? ¿Has tenido en tu mente a la amada que la lucirá, una vez formada, en su hermoso cuello? Pues si es así -nos decía- anota esta fecha gloriosa en tu pequeño cuaderno. Porque hoy has vivido.

-¿Cuaderno?

-Sí. Quería que cada uno de nosotros conservara en un lugar sagrado de la casa un pequeño cuaderno, donde anotásemos las fechas de los días en que, con dicha o con dolor, nos habíamos sentido vivos como seres humanos y habíamos entrado en la corriente de la vida.

-Entonces esos niños de las tumbas, ¿acaso no son niños?

-No, amigo querido. Mi vida, como puedes ver, está en su ocaso, y en mi lápida estarán escritos los días vividos. Acaso cuando vuelvas por este camino entrarás otra vez en nuestro cementerio. Búscame. Me encontrarás fácilmente. Soy Miguel, fabricante de perlas, y solo tengo tres meses, una semana y tres días de vida. Como mucho sumaré unos cuantos días más”.

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