sábado, 26 de enero de 2008

Tal Puto día como hoy hace 97 años, 2 meses y un día se suicidaron: ¿supieron presentir las Putas guerras del Capital multinazionalista?


La muerte de Paul Lafargue y Laura Marx


Por J.J. Morato

(Publicado en La Palabra Libre. 1911. Hemeroteca Mpal. de Madrid)


¿Qué catástrofe, qué dolor pudo doterminar al marxista cubanofrancés Pablo Lafargue a quitarse la vida? Una enfermedad —dice, el telégrafo—. Y no formulamos igual pregunta respecto de su esposa, Laura Marx, porque el gran pensador hizo de sus hijas seres afectuosos, de tanto corazón, de tan sensible y exquisita delicadeza, que no podrían sobrevivir á un desengaño tremendo ni a la pérdida del compañero que eligieran de por vida.


Hace años, Leonor Marx, la gentil muchacha que hacía recitar á Anselmo Lorenzo los versos de Calderón para apreciar de labios castellanos los bellezas eufónicas de la poesía, se envenenaba con ácido prúsico, y este trágico suceso conmovía al mundo del socialismo internacional. Bien acomodada por su esposo Aveling; enriquecida por el legado paternal de Engels; alegre, risueña, sana de cuerpo y de espíritu, nadie adivinaba los móviles siniestros de la trágica resolución.


Liebcknecht hizo saber que el culpable de tal desgracia era Aveling, que faltara a la fe jurada a su compañera. Aveling se hizo justicia poco después.Ahora parece que los padecimientos físicos determinaron a Pablo Lafargue a concluir con ellos y con su vida; Laura Marx le ha seguido.


Había nacido Lafargue en Santiago de Cuba, de familia interracial; estudió mucho, y se hizo médico. La Commune, de París, lo arrastró al Socialismo, y la caída de aquélla lo trajo emigrado a España, donde ingresó en la Internacional. Fue decisiva su presencia entre nosotros. Fundada la Internacional española por la propaganda de Fanelli, el amigo de Bakunine, el aliancista, el organismo estaba saturado de las ideas de abstención política, claramente expresadas en la Conferencia de Valencia. Lafargue era ya marxista, y bien pronto Mesa, Moro, Iglesias y otros bebieron de él la noción de que el proletariado debía constituirse en partido político de clase.


En España, Lafargue fue delegado al Congreso de la Internacional celebrado en Zaragoza, y, si no mienten nuestros informes, suyo es, en su mayor parte, el portentoso dictamen acerca de la propiedad que aprobó el Congreso.


De España trasladóse a Londres, donde se unió a Laura Marx, y volvió a Francia en 1878, cuando se promulgó la amnistía para los condenados o los comprometidos en los sucesos de la Commune. Y allí trabajó en la fundación del partido obrero francés, juntamente con Guesde y Deville, y colaboró en el programa del histórico Congreso de Marsella, y después trabajó asiduamente en L'Egalité.


En L'Egalité principalmente publicó sus paradójicos trabajos, llenos de erudición, desconcertantes y siempre graciosísimos, Pío IX en el Paraíso, El derecho a la pereza, La religión del capital y muchos más que merecieron ser traducidos a todos los idiomas cultos y que andan impresos en español.


No abandonó jamás la lucha, y más retraído andaba ahora, en los tiempos prósperos, que en los adversos, cuando tenía que trabajar mucho en un medio hostil, y no sólo trabajar, sino volcar la bolsa para que subsistieran los periódicos y pudiesen ser impresos los folletos y los libros y las hojas.


Fue diputado por Lille, y quiso repudiársele por haber nacido en Cuba; demostró que era francés, y tuvo asiento en el Parlamento, pronunciando discursos dignos hermanos de sus humorísticos escritos.


Conocía bien el castellano y era entusiasta de nuestra literatura, como Marx y como Engels, y en sus trabajos no faltan citas de autores castellanos, sobre todo el Romancero.


Laura Marx, su esposa, también deja huellas de su vida en la literatura socialista. Tradujo del alemán al francés el Manifiesto comunista, una bella traducción llena de primores literarios, por lo que resulta un poco apartada de la fidelidad. Esta traducción es lo que sirvió para la española.


Los dos esposos trabajaron mucho y bien por el proletariado militante. Este recordará siempre sus nombres, y se sentirá conmovido por esta romántica desaparición de dos seres a los que unía inextinguible cariño.

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