miércoles, 23 de enero de 2008

Gonzalo Rojas en Casa de las Américas: palabras para saborear


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Pinto la figura y paro. Soy agua y no soy agua. Tendré 90 en cada uno de estos dos. No, no es llanto, qué va a ser. Lo que me pasa es que no veo. Tiene que estar lloviendo, la oigo al agua. La escribo en pobre prosa, como puedo.

Un alegrón estar aquí. Fidel puso a Cuba en la Historia y eso lo saben las estrellas.

Yo estaba en Roma aquella vez leyendo el diario esa mañana del uno del 59 del otro siglo cuando le dije al Rodrigo, primogénito mío de 15 años que iba conmigo por el Mundo: —“A ver, muchacho, de las dos noticias ¿cuál?, ¿la terrestre de Fidel entrando en La Habana o la otra con lo del razzo en la Luna?”.

—“La de Fidel, me dijo, ésa no va a pasar nunca.”

Dio en el clavo. Nunca iría a pasar. Ésa sí que era “nueva” diría Apollinaire hablando de lo nuevo, ésa sí que era nueva de novedad heroica.

Ahora tengo 90 y el otro día los cumplí y sigo siendo fidelista como sigo siendo allendero. Mundano de mundanidad, con todos los riesgos. Habré nacido carbonífero, tiznado de carbón, pero mundano. Marítimo y fluvial pero mundano en ese puerto del extremo sur donde el gran personaje es el ventarrón.

Ercilla que hizo el mito y le dio el nombre a Chile lo hubiera hecho suyo más que el mismo Lautaro. Lautaro, el ventarrón. Permítanme decirles, de viva voz, una octava de fuego escrita a cuchillo en la piel de ese árbol por el joven Ercilla, ¡un verdadero parte clínico del gran parto sangriento! Así se escribe poesía grande. A lo Homero, compañero.

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