jueves, 1 de noviembre de 2007

Sobre la miseria REAL de la PUTA monarquía de los BRIBONES borbónicos


Es inmundo y miserable ese corazón de acero que se deja entrever entre series de palabras muy bien pulidas y atronadoramente super bien pensantes. No hay piedad ni sentimentalismo. Los sentimientos para él son de baja estolfa. No cotizan lo bastante en la Bolsa de las palabras bien pagadas.

Iguales. O no

Se es igual ante la ley. Sin excepción. La cañada es síntoma de un submundo en el cual la ley acepta no regir

Gabriel ALBIAC
la razón, 31 de octubre de 2007


Hace un par de años que en Francia Alain Finkielkraut puso en su contra a la plúmbea multitud de los biempensantes. Las periferias urbanas acababan de ser arrasadas por una destrucción pura, ajena a reivindicación moral o política, que gritaba lo sabido por todos: la existencia de un submundo sustraído a la legalidad republicana; guetos encerrados en arcaicas normas tribales; capas de población ajenas a derecho y condenadas a vivir bajo usos comunitarios de un salvajismo tercermundista que sería sancionado como delictivo en cualquier otro espacio físico de la República. “En Francia” –concluía el filósofo–, “cuando un árabe prende fuego a una escuela se le llama rebelión. Cuando lo hace un blanco, fascismo. Yo soy daltónico. El mal es el mal, sea cual sea su color”. Y la ley, la ley. La misma. Se aplique a quien se aplique. En eso se suponía, desde el discurso de agosto de 1789 del Abad de Sieyès, que reside el corazón republicano de libertad y democracia. (LA PUTA GRANÁ comenta: ¿existe ese corazón en el Reino de los Bribones borbónicos?).

Madrid tiene también sus terceros mundos. (LA PUTA DE GRANÁ añade: Y Lima y Buenos Aires y Bogotá: por eso es obvio que hablemos de lucha de clases mundial). La Cañada Real es uno de ellos. No hay ciudad europea que esté a salvo de esa enfermedad que corroe a las sociedades ricas y medrosas (LA PUTA GRANÁ señala: ¿cuáles son esas sociedades?). Biempensantes y políticos –que de los votos de los biempensantes viven– prefieren ocultar que, al lado mismo de nuestra refinada red de garantías, libertad y leyes, otra ciudad ha ido tejiendo su trama de barbarie, de inhabilitación del común derecho dentro de sus muros (LA PUTA DE GRANÁ puntualizará y pondrá algunos matices a esa red en otro momento). Se teje así una complicidad oscura entre brillantes poderosos y sórdidas mafias; toda ausencia de ley se tolera en el gueto; a cambio, los caciques comunitarios garantizan que el gueto permanezca invisible. Alguna que otra vez, el pacto se agrieta. Y algo de la ciudad sin ley salta a la vista. Se hace entonces necesario empastarlo todo en almíbar. Dar al delito organizado el nombre de solidaridad humanitaria. A la ausencia de ley, el de imposición racista. Y a la violencia descarnada, el de justa defensa frente a la inhumana crueldad de las administraciones.

Si un ciudadano de los que –sea cual sea su nacionalidad u origen– pagan sus impuestos, ejercen un trabajo regular y se atienen a las normas y convenciones que la ley establece para que no nos vayamos descuartizando por las calles, si un ciudadano de esos, digo, se abasteciese de electricidad pinchando un cable del tendido público, de agua canalizando por su cuenta cañerías comunes, si construyese sin autorización en suelo no edificable y además no cumpliese con ninguna de las normas universales de salubridad pública, tendría, de inmediato, que vérselas con la justicia. Si, encima de eso, alzara una privada fortaleza para todos los tráficos que la ley prohíbe, la retención por la fuerza y aun el secuestro, ese alguien estaría asentando las bases para su estancia en presidio. Ahora bien, si eso sucede en La Cañada, o cualquiera de los guetos que bordean nuestras ciudades, ese alguien será entonces sólo una tierna víctima de la globalización. (LA PUTA GRANÁ aclara: la globalización es sólo un puto eufemismo para no llamarlo por su puto nombre: capitalismo).

Así van las cosas en la Europa que se suicida. Muy pocos ya pensamos que la ley es para todos. O no lo es para nadie. Y que el mal es el mal. En cualquier lengua. (LA PUTA DE GRANÁ se pregunta: ¿cuándo ha existido en la puta historia del Reino de España una ley que haya valido lo mismo para reyes que para súbditos?)

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