viernes, 30 de noviembre de 2007

Contra la PUta represión del régimen dictatorial de los Bribones borbónicos

Un trabajador social infatigable con el que todos estamos en deuda
Otra vez han detenido a Tinito la Calma

Carlos Fernández Liria/Silvia Casado Arenas

El día 26 de noviembre por la tarde, un despliegue importante de policías secretas detuvo a Tinito la Calma en la plaza de Cabestreros del barrio de Lavapiés de Madrid. No es fácil hacerse una idea del punto de vista de la policía. Desde la perspectiva de los que vivimos en el barrio, Tinito es un trabajador social infatigable con el que todos estamos en deuda. Cantando, recitando, componiendo poesías o, sencillamente, saludando a la gente, Tinito ha logrado colocarse en el centro mismo de la convivencia de todas las culturas, razas, religiones y costumbres de este barrio único del cosmopolitismo.

No creo que en ningún lugar del mundo (a excepción de la Asamblea General de las Naciones Unidas) se encuentren mezcladas en tan poco espacio tantas patrias, tantas clases sociales, tantos dioses, tantas edades y tantas formas de decir hola o adiós. Marroquíes, chinos, españoles, senegaleses, ecuatorianos, rumanos, bolivianos, pakistaníes, bengalíes, mexicanos, kurdos, palestinos o turcos se reparten una veintena de calles y cuatro o cinco plazas. Una bomba de relojería social, que dirían los sociólogos. O un milagro cultural sin precedentes, quizás. En el epicentro de todo ello está siempre Tinito la Calma. Probablemente, gracias a él se han evitado varias guerras civiles en las calles de Lavapiés. Sin duda que también en gran parte gracias a él los vecinos podemos bajar tranquilos por Mesón de Paredes, una calle que hace no tantos años tenía tan mala fama que algunos taxistas se negaban a entrar. No me cabe duda de que gracias a Tinito muchos jóvenes y adolescentes se han aficionado a la música, la poesía, la fotografía o el teatro. Todo un milagro en un barrio en el que hace años nos acostumbramos a ver a los niños esnifar pegamento desde los doce años. No es fácil explicar cómo logra Tinito todas estas cosas. Ocurre con él, un poco, lo que ocurría con Sócrates. Sócrates no hacía nada de particular, no sabía nada, no enseñaba nada, no predicaba nada, no daba consejos. Simplemente estaba ahí todo el rato, en mitad de la plaza, y hablaba con la gente. Un día lo llevaron a juicio y lo condenaron a muerte. No hay manera de saber qué delito había cometido, ni por qué inquietaba tanto su forma de dialogar. De Tinito no se puede tampoco decir mucho más: está ahí, simplemente, saludando, hablando, cantando, recitando. No se sabe en qué consisten su genio pacificador o sus dotes de trabajador social. Probablemente el secreto de su éxito reside, tan sólo, en que ha conseguido ponernos a todos de buen humor.

Excepto, por lo visto, a la policía.

En el momento de su detención, justo cuando le subían esposado al coche de la policía, no había ninguna cámara que pudiera inmortalizar ese momento, una foto que habría valido más que mil palabras: dos docenas de niños del barrio, algunos muy pequeños, gritaban a coro: ¡Viva Tinito! ¡Viva Tinito!

Si algún día llevan a juicio a Tinito, pedimos al juez que pregunte a esos niños por qué lo hacían. Por qué, para los niños de cinco o seis años de este barrio, no había duda alguna, de quiénes eran los buenos y quiénes los malos el día en que los policías detuvieron a Tinito.

Página de Tinito la Calma: www.myspace.com/tinitolacalma

¿Para un Puto balance del rodriguismoalthusseriano?

Se nos dice que hemos sido muy duros con la presentación del libro de Pedro Benítez en la Cátedra "Federico García Lorca". Bueno no entendemos muy bien lo que se entiende por dureza. Si utilizásemos una escala geológica sobre la dureza material de las piedras estaríamos en parámetros muy bajitos pues apenas si llegamos a expresar todo lo mal que se hizo la cosa en estos espacios de burricie universitaria. ¡Más hubiésemos querido hacerlos polvo de talco! Pero no eran diamantes ni siquiera en estado bruto aunque a veces el compadreo dé lugar a ese juicio.

Ayer ya acabó el período de siete años en el que Juan Carlos Rodríguez Gómez ha estado al frente de dicha cátedra. Los ha querido cerrar con su típico compadreo endogámico. Ayer la clausura corrió a cargo de su otro homónimo del rodriguismo althusseriano. José Luis Rodríguez García cerraba esa fase...

Las puestas en escena fueron en muchas ocasines peor que patéticas. Se llegaba tarde a los actos y para impedir que el público participase se echaba mano a tópicos como el de la solidaridad teórica con las trabajadoras de la limpieza.

Apenas se aprendió de lo que realmente intentó hacer Louis Althusser en los espacios organizativos de la Escuela Normal Superior de Paris. El humilde secretario de la Escuela organizaba cursos fuera de los programas oficiales. Incluso le dio cobijo a Jacques Lacan en los sótanos de aquella institución de la calle Ulm cuando al psiquiatra francés le retiraron hasta el agua los miembros de la Asociación Psicoanalista Internacional con sede en la capital francesa.

Estos siete años al frente de la Cátedra Lorca han sido algo más patético que un puto esperpento más. Se nota que los que han participado en sus conferencias eran casi todos pseudointelectuales de prestigio. Casi todos han sabido medrar en las putrefactas y mediocres instituciones universitarias del Reino de los Bribones borbónicos. Pero aunque no les importa sacarle réditos a fusilados como Lorca no han sabido estar a la altura del dramaturgo que dejara sin representar El Público o La Comedia sin título. ¡Ay, si hubieran aprendido algo de sus Misiones pedagógicas con La barraca! O si hubieran aprendido de Althusser a darle voz a las personas humilladas y marginadas en la Puta monarquía de los Bribones borbónicos: otro gallo les habría cantado.
De la manera en lo que lo han hecho ha resultado muy patético ver que, por ejemplo, Pedro Benítez ridiculizaba al maoismo por republicar folletos sobre las técnicas de Mao para el cultivo de tomates. ¿Acaso se ha dado una vuelta por las librerías de nuestro zoo político? Quizá su burla se podría poner en relación con muchas otras cosas que ocurren aquí y ahora. Podrían encontrarse muchas sorpresas sobre las técnicas revolucionarias hortofrutícolas que se venden en los estantes del Corte -¿epistemológico?- Inglés.

Sobre la Puta realidad diaria

El sábado 24 de noviembre el periódico fascista hispánico El Mundo publicaba un artículo de su corresponsal en Latinoamérica, Ramy Wurgaft, sobre la violación de una chica en una comisaría de Brasil.

Es una noticia breve pero no tiene desperdicio. Se podrían comentar de ella miles de aspectos. Y ninguno de ellos dejaría de ser sintomático...

Ramy Wurgaft de origen judío y conocido por sus subjetivas opiniones es el periodista que el rotativo madrileño posee para toda Latinoamérica. No es extraño que sus opiniones sean tan poco serias y rigurosas.

La noticia del sábado es un buen ejemplo de su malhacer como periodista. Desde el propio título miente. Dice en él "Brasil: una mujer violada por 30 reclusos con los que compartía celda". ¿Se imaginan una noticia similar sólo que cambiando el nombre de un país como Brasil por el de Europa. En extensión kilométrica la Unión Europea es mucho más reducida que el gigante sudamericano. ¿Si en un país como Albania o en la Italia maffiosa de las sicilias hispánicas se cometiese una acción parecida se podría publicar la noticia hablando de la misma manera de toda Europa? Por eso desde el título se nos quiere mostrar lo bien que se vive en nuestro continente y lo mal que se pasa en los demás. Es un mecanismo moralizante que posee sus indiscutibles arraigos en el imaginario sociopolítico del común de los mortales.

Pero si se sigue leyendo la noticia tiene mucha más miga. Esa mujer se convierte en una joven de quince años y la celda que compartía no era de una celda sino de una comisaría.

El periodista nazijudío no se pregunta cómo llega toda esa gente a esa masificación. No se interroga de cómo una niña de 15 años puede ser encerrada en el mismo habitáculo con berracos masculinos de esa índole. Claro: ¡eso pasa en el estado de Pará en Brasil!, se dirá; y así nos lo explica. ¿Qué no se abría escrito si una cosa pública tal hubiera sucedido en Cuba o en Venezuela?

En lo que sí se detiene es en hacer una descripción pormenorizada de las humillaciones y vejaciones a las que fue sometida la chiquilla. Se le nota como se le corre la tinta en su columna. Se nota que disfruta imaginándose cómo los bestias violan la intimidad de la pequeña. Hace sus pinitos literarios haciéndose un huequito en el panteón de la infamia. En una realidad tan miserable no se podrá saber qué fue antes si el huevo o la gallina.

Hay muchos planos que se dan cita y se podrían comentar con calma. Esa noticia no nos llama la atención que se produzca de esa manera. Por desgracia: no es una novedad para los barrios neoyorquinos. En los Bastardos Hundidos de Norteamérica eso ya no salta a los diarios como algo repudiable o "novedoso": se vende en los quioscos en formato de DVD o de Pulp fiction que es la literatura del realismo social pornocapitalista. Forma parte de la realidad cinética que se consume y explota de manera recurrente y diaria. Yde ahí salta al resto de las colonias del Imperio con tan macabros resultados como los que narra la news que comentamos...

Para entender y reventar de la risa en la Puta Monarquía de los Bribones borbónicos

España: ¿hacia la III República? (I)

José Steinsleger
La Jornada

A los latinoamericanos nos unen muchos lazos con España. Digo: con la España que no es de pandereta. O sea, con todos los pueblos de la península ibérica (los portugueses, inclusive), pues no todos por allá se sienten “españoles”. Las angustias de los pueblos ibéricos han sido y son las nuestras. Y vaya si no que, del Bravo al Plata, así empezó el inconcluso debate de nuestra primera independencia. En América triunfó el ideal republicano que en España fracasó en dos ocasiones (1875 y 1939). Pero en ambas latitudes también fracasó el federalismo, que a sus naciones les hubiese dado coherencia y sentido.

En el folleto América Latina: una agenda para la libertad, la derecha española, acaudillada por el fascista José María Aznar y “empresarios de la cultura” como Enrique Krauze (más extrema, inclusive, que la del rey Juan Carlos I de Borbón), se sostiene que América Latina y España pertenecen a “Occidente”. ¿Qué se entiende por tal? Si desarrollasen la idea, harían el ridículo. Invocar “Occidente” sin más es mera ideología derechista. Ahora bien: España y América Latina son tributarias de “Occidente”. Pero la idea de “Occidente”, políticamente fue explicada muy bien por José Martí. Decía el cubano que el municipio “… es lo más tenaz de la civilización romana, y lo más humano de la España colonial”. Añadiendo: “… por los municipios, en las más de las colonias, entró la libertad en América. Ésa es la raíz y ésa es la sal de la libertad: el municipio.” (El Partido Liberal, México, 25 de noviembre de 1891.) Nuestro concepto de “libertad occidental” difiere, entonces, del que esgrimen Aznar y Krauze, alineados con el imperialismo yanqui, y el genocidio de los pueblos “inferiores”. No es casual, por ende, que con feroz espíritu de casta y clase, el folleto de marras señale el “peligro” de los procesos revolucionarios en Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia, a más de los que avanzan en Brasil, Colombia, México y Perú. Tienen miedo. Ya no de los patriotas que en 1810, salvo excepciones, no pudieron o entendieron mal a los pueblos indígenas, de mestizos, zambos, mulatos y negros que anhelaban liberar. Y ya no de aquellas juventudes de 1960 y 1970, que tampoco consiguieron que las masas se incorporasen a sus ideales revolucionarios.

Asimismo, allende el gran charco, la idea republicana empieza a moverse y, en ambas orillas, súbditos y vasallos claman al unísono que el rey es “muy querido” por la mayoría de los españoles. Y probablemente, si mañana se convocase a un plebiscito luego de 40 años de franquismo (200 mil muertos) y 32 años de estupidización neoliberal (millones), el borbón sería refrendado como parásito nacional número uno. Como fuere, los sectores no amnésicos de la península empiezan a recuperar y ordenar la memoria. No es, como hemos visto, la primera vez que lo hacen. Y menos cuando se trata de una Casa Real que, en cuatro ocasiones, o fueron infieles con sus fieles, o fueron derrotados por la plebe: Carlos IV abdicó a favor de Napoleón (1808). Su hijo Fernando VII, a más de traicionar al padre, traicionó al pueblo a favor de José Bonaparte. Alfonso XII fue derrotado por la I República (1870) y Alfonso XIII por la II República (1931).

A la derecha española, y a sus vasallos intelectuales de América Latina, les encanta reiterar que nuestros países son “bananeros”, “atrasados”, “convulsos”, “inseguros”, “reacios a la modernidad”, etcétera. ¿Cómo explican, entonces, que en España todos los ciudadanos, menos el rey, “son iguales ante la ley”? ¿La idea de “rey”, de “monarquía” es feudal o moderna? Pero ahí está el monarca locuaz, constitucionalmente intocable e inviolable, no sometido a responsabilidad ni civil ni penal y, por tanto, sin que pueda ser juzgado ni sentenciado. Y, a más de esto, ubicado en el lugar 134 entre los más ricos del mundo (Forbes, 2003) gracias a esas mayorías que nutren sus ideas de la revista Hola, consienten que el erario desembolse 8 millones de euros en su mantenimiento, corriendo por cuenta del Estado sus yates, coches de lujo y “accidentes de trabajo” (prácticas de esquí, motonáutica, caídas de caballos de raza, etcétera). España, dicen los ideólogos de Hola y El País, es una sociedad “abierta”. Sin embargo, “… el que calumniare o injuriare al rey será castigado con la pena de seis meses a dos años si la calumnia o injuria fueran graves…” (Código Penal, artículo 490.3).

¿Por qué España necesita de un rey? Y lo fundamental: ¿cómo llegó Juan Carlos al trono de una sociedad que ya no era la de Unamuno, García Lorca o, siquiera, la de un erudito derechista como Julián Marías, sino la de los Savater, Pérez Reverte y un bobo sin remedio como Javier Marías, una España que ya no es de los Manuel Azaña, Durruti y Pasionaria, sino la de los Felipe González, Aznar e “Izquierda Unida”? ¿Es Juan Carlos un gobernante democrático? ¿Qué papel real jugó en el intento golpista del 23 de febrero de 1981?

No se pierda la segunda parte de este artículo. La “ejemplar” democracia española no permitiría su publicación.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Los Putos Curas de la Puta Sinrazón Burrocrática

Ayer en Granada se presentó un disparate más. Bajo los auspicios de la inútil Cátedra "Federico García Lorca" de la Facultad de Letras.

Se presentó una tesis doctoral hecha libro en las Prensas Universitarias de Zaragoza. El libro está escrito con las claves del reseñismo más patéticamente escolar. Y va de un personaje al que durante algunos años se le quiso endiosar. En Granada tuvo su quéseyo. Se le creó su mítica aura. Pero cuando se sabe de lo que se habla se nota que sólo fueron fuegos de artificio de una mediocre elite intelectual que bucea en las putrefactas aguas aznarfabetas de la endogamia burrocrática de la universidad española.

Louis Althusser fue el nombre del fantasma que recorrió durante años durísimos los cerebros de ciertos autistas intelectuales. Ahora Pedro Benítez Martín nos entrega su investigación sobre los años previos a 1965. Es una investigación que aporta bien poco a la lucha política comunista. Salvo el de confundirlo todo con todo. Y encima darle cancha intelectualoide a todos los mitos anticomunistas que pueblan la criminal y Puta Universidad granadina.

Es curioso que ya en los seminarios que dirigiera Althusser para los jóvenes estudiantes comunistas de la Escuela Normal Superior de Paris les interpelara para leer sin remilgos El Capital de Marx. Al viejo Moro se le asumía por repetir sin piedad ciertas citas célebres sacadas vilmente de contexto. Y en 1965 cuando algunos de aquellas intervenciones se publicaron en formato de libro (Lire Le Capital) llegaba a la conclusión radical de que el comunismo seguía siendo un fantasma en las cabezas de aquellos que se decían comunistas. No digamos ya qué se pudiera entender por comunismo marxista por tanta acémila descerebrada acostumbrada sólo a mandar dando gritos y a obedecer consignas de sus presuntos dirigentes sabios y filósofos. Para algunos desgraciados la leyenda platónica de los filósofos reyes se encarnaba en el fácil discurrir verborreico de sus geniales secretarios generales...

Althusser nunca fue el que ahora míticamente se quiere hacernos creer que fue. Como pequeño detalle se debiera saber que fue Pierre Vilar el que le animó para que presentara sus dispersos trabajos de los años sesenta y setenta de la pasada centuria para ver si podía conseguir su título de Doctor. Le hizo caso y en 1975 aquella recopilación versó sobre las dificultades de ser comunista en teoría. ¡¡¡No digamos ya en la práctica!!!

Si la vida de Althusser terminó en una flagrante derrota no se pueden entender las putas caras de satisfacción que exhiben con delectación algunos supuestos discípulos y amigos personales, que las muestran cuando recuerdan sus tristes y patéticas escenas de familia.

El libro de Pedro Benítez Martín La formación de un francotirador solitario. Lecturas filosóficas de Louis Althusser (1945-1965) está escrito sólo desde la perspectiva más patética de la endogamia bibliocrática universitaria. Ni siquiera será leído por minorías que pudieran haberse creído alguna vez que Althusser les emplazaba a algo distinto a la de ser putos ratones paralíticos de biblioteca.

Y con el tiempo quizás también crezca el mito de cómo la Cátedra de Federico García Lorca contribuyó a crear intelectuales comunistas en los espacios escolares de la Universidad granadina. Será falso. Pero el tiempo lo endulzará y le pondrá su aura de misterio legendario. ¡¡¡Lástima que se aprendiera tan poco y tan mal de las prácticas teóricas subversivas!!! Se siguen usando las tribunas como la Puta Madre Iglesia Católica nos lleva imponiendo desde siglos. Y los poses de putos curas impartiendo sus dones nos hace comulgar con impresionantes ruedas de molino como si de ostias con sangre se tratase...

miércoles, 28 de noviembre de 2007

De los Putos Traidores de la Puta Libertad

Traidores de la libertad
María Teresa González Cortés
El Catoblepas, 69, noviembre de 2007


Frente a la supuesta modernidad de la Reforma, sutilmente inculcada gracias a la censura protestante, se recuerda el hondo componente liberticida y homicida de los Jefes de la Protesta

Lutero, Zwinglio y Calvino

El movimiento protestante supo hacer suya, al menos en un principio, la idea de cambiar y mejorar la realidad. Sin embargo, este ideal pronto sucumbiría en manos de Lutero, Zwinglio y Calvino. Es más, pese a que estos líderes de la utopía han pasado a la Historia como hombres revolucionarios en el ámbito de la fe, sin embargo se omite que justificaron la persecución y aniquilamiento de sus enemigos ideológicos. (Recordemos que los anabaptistas fueron asesinados en suelo europeo a manos de los protestantes durante siglos, hasta incluso el siglo XIX.) Así que, frente a la supuesta modernidad de la Reforma, sutilmente inculcada gracias a la censura protestante, aquí podrá anotar el hondo componente liberticida y, sobre todo, homicida de los Jefes de la Protesta.

La podredumbre de las certezas

Antes de convertirse en un icono de obligada referencia política, Lutero había dado muestras más que sobradas de oposición a los actos de represión que las autoridades desplegaban contra sectarios y heterodoxos. Sin embargo curiosamente, este ex fraile abandonaría con notoria rapidez esa forma suya, abierta y generosa, de pensar. Y orillando los postulados cristianos de tolerancia, de libertad y caridad llegaba Lutero al convencimiento de usar la fuerza bruta, incluso a la necesidad de emplear la pena de muerte contra quienes transitaran fuera de su recién inaugurada ortodoxia. Así que de nada valió que él hiciera uso del principio de resistencia y, en un acto de rebeldía, un 10 de diciembre de 1520 quemara la bula pontificia Exsurge Domine en la plaza pública de Wittenberg; de nada valió, decimos, si resulta que en un brevísimo espacio de tiempo Lutero había cambiado diametralmente de ideas, y desde posiciones de puro autoritarismo se enfrentaba a un discípulo suyo, al díscolo y desobediente Thomas Müntzer.
La causa de la refriega entre maestro y pupilo radicaba en que, para Müntzer, Lutero estaba apoyando a los grandes señores y además, defendía Müntzer, Lutero con su crítica a la jerarquía de la Iglesia de Roma lo que hacía era legitimar el uso del poder de los príncipes en detrimento de las capas más empobrecidas de la sociedad, los campesinos. Ante estas y otras diatribas, Lutero en un acto de soberbia redactaría su Carta sobre el duro librito contra los campesinos (1525). Y en dicho documento no muestra ni un ápice de piedad. Y tras alejarse tanto de la letra como del espíritu que había animado las palabras de su escrito Sobre la libertad de un cristiano (1520), se expresaba Lutero en este tono:
«lo que entonces escribí lo vuelvo a escribir ahora: que nadie tenga misericordia de los campesinos contumaces, obstinados y obcecados, que no se dejan decir nada; el que pueda, y como pueda, que les pegue, los hiera, los degüelle, los muela a palos como a perros rabiosos, [...] con el fin de conservar la paz y la seguridad.» [Y añade Lutero:] «el burro pide palos y el pueblo quiere que se le gobierne con fuerza; esto lo sabía muy bien Dios y, por eso, puso en manos de la autoridad no la cola de zorro, sino una espada.»{1}
Aun cuando es innegable que Lutero escribió a favor de la libertad, iba sin embargo a quedar retratado para la posteridad por sus no pocos gestos de intolerancia, tanto o más cuanto que él no amparó en los demás el disfrute de la desobediencia que a él curiosamente le había servido para abrir una brecha cismática en los cimientos de la Iglesia. De este modo, el heterodoxo, el insumiso, el protestante Lutero pasó a convertirse en un ultra ortodoxo, y, sobre todo, en un duro enemigo de esos espontáneos movimientos religiosos de protesta que se expandían por Europa a gran velocidad. Por otra parte, la defensa de Lutero de una libertad servil y esclava (De servo arbitrio, 1525) frente a la idea (que discute) del arbitrio libre de Erasmo de Rotterdam (De libero arbitrio, 1524) no va a convertir a Lutero, a los ojos de las generaciones futuras, en un abanderado de la libertad humana.
Con estos presupuestos, el descenso a los pozos de la intransigencia iba a calar muy pronto. Y a extenderse entre otros líderes de la Iglesia reformada. Por eso, aunque Zwinglio en sus sermones invocara, como Lutero, el valor de la tolerancia, sin embargo acabaría enredándose en la labor castrense de atrincherar la fe y militarizar a gentes y ciudades a través de la creación de un ejército de milicias. Y aunque Calvino había utilizado las dotes de su pluma para luchar a favor de la libertad religiosa de los protestantes, no obstante cuando tuvo oportunidad de exhibir la liberalidad de sus ideas, silenció incluso con la muerte a sus enemigos doctrinales. (El adjetivo de «enragé» (rabioso) que el protestante español Miguel Servet utilizaba para describir la personalidad de Calvino era sin duda adecuado, visto el ardor con que este protestante francés perseguía a quienes pensaban de distinta manera.) En este ambiente, entonces, florecerían los Andreas Osiander que, además de anticopernicanos, postulaban el principio de protocolizar el dogma protestante haciendo uso del ejercicio de la fuerza bruta.
Veinte años antes de ser condenado a muerte por cuestiones religiosas, el filósofo católico Tomás Moro había retratado en su famosa obra cómo cada comunidad batallaba contra otros grupos para imponer su bandera y su patria, sus ideas en la fe, de modo que «cada secta luchaba por ella misma», decía Moro. Naturalmente, este pensador católico no fue el único que lanzó críticas contra esas maneras tan anticristianas de comportarse. No, pues en el bando protestante, un gran humanista, Sébastian Castellion, sobresaldría por exponer en voz alta lo que muy pocos se atrevían a decir, a saber, la inmensa contradicción que suponía defender los valores de hermandad del cristianismo por la vía de la pena de muerte.{2}
Así que, que Lutero que, al oponerse a la Iglesia, había reclamado para sí los beneficios del principio de resistencia no apoyara el uso de la desobediencia en el pueblo, e incluso deseara la matanza de los campesinos sublevados no tiene nada de peculiar, pues una cosa era defender a nivel teórico la tolerancia cristiana, y otra muy distinta dejar a las personas andar por sí mismas entre los caminos de la libertad. Y tampoco tiene nada de extraño que Zwinglio que había recibido no pocos honores por su lealtad y defensa del Papa llegara, una vez convertido en líder sobresaliente de la Reforma, a alentar la matanza de sus antiguos hermanos en la fe. Y menos sorpresa causa aún el que Calvino, que en su juventud había negado la legitimidad de los abusos de los castigos corporales –recuérdese la carta que en estos términos escribió al rey de Dinamarca–, se embarcara en el trabajo pastoral de aplastar a los protestantes críticos.
Y es que Lutero, Zwinglio, Calvino... no solo se afanaron en perseguir a quien traicionaba sus ideas sobre la ortodoxia protestante; sino que liberticidamente defendieron el empleo de la pena de muerte contra quien no aceptara la bandera de su religión. Lo cual explica por qué estos líderes protestantes avivaron en nombre de la fe tormentas de odio, por qué justificaron el asesinato con el objetivo de reprimir y castigar los delitos del pensamiento y por qué su proyecto de reorganización de la Iglesia acabó bajo el lodo guerracivilista del fanatismo.
A diferencia de las posiciones exhibidas por Erasmo, por Moro o por Castellion; a diferencia de estos humanistas; Lutero, Zwinglio y Calvino rechazaron radicalmente las ideas sobre la tolerancia y, en calidad de cabecillas de la nueva fe, cayeron en la contradicción de no permitir «en sus dominios» la práctica de la libertad de culto que para sí reclamaban. Es más, por creerse investidos de grandes facultades pensaron que estaban en posesión de la certidumbre absoluta. Y bajo la convicción de dedicarse de manera exclusiva a la búsqueda de la Verdad se empeñaron en monopolizar el mundo de las certezas. Y acabaron por sobresalier, por ese sentido suyo dogmático y amurallado de verdad, en exiliar al país del error y la oscuridad a quienes no pensaron como ellos.

Las nuevas elites

Politizada la religión, lo que ocurrió, y tal y como ocurrió no podía haber sido de otro modo, sobre todo cuando vemos cómo Lutero buscó refugio y apoyo entre los príncipes alemanes, cómo Zwinglio consiguió validar sus instrucciones religiosas gracias al brazo todopoderoso de los representantes de la autoridad civil, o cómo hasta el propio Calvino procede a justificar la existencia de gobiernos despóticos desde el argumento de que los tiranos son signo de la voluntad de Dios.
La teoría de Ibn Rushd (Averroes) referida a la existencia de una doble verdad, una filosófica, otra religiosa, había culminado en Occidente en la tradición del averroísmo político entre cuyas filas, no lo olvidemos, habían sobresalido por su defensa Marsilio de Padua, Juan de Jandum y Guillermo de Ockham. Y es que estos tres teólogos cristianos coincidieron en afirmar el divorcio entre Iglesia y Estado o, lo que es igual, en pedir la independencia de la Ciudad terrena respecto de la Ciudad de Dios. Con tales aspiraciones estos religiosos, a todas luces moderni, promovieron, en las cocinas de la Iglesia, una discusión de altos vuelos, toda vez que reivindicaban, a diferencia de los antiqui, la creación de un orden social nuevo.
El movimiento protestante que en su seno albergaba no pocos brillos de promesa y de cambio no supo, ni en los orígenes, plasmar el espíritu moderno de los Padua, los Jandum o los Ockham. De hecho, al tiempo que se alejaba de los valores cristianos de tolerancia, el protestantismo cayó en el error de transformar los valores (personales y privados) de la conciencia en un asunto de política. Recuérdese la máxima de Lutero a la hora de negar la validez de los intermediarios eclesiásticos en asuntos de fe, pero sobre todo y contradictoriamente la defensa que hizo este ex católico acerca de que la Iglesia quedara sometida al poder temporal de los príncipes. Con los presupuestos de Lutero, las creencias particulares pudieron salir de su esfera, el ámbito individual, y convertirse en motivo de bandera pública, en signo oficial de una nueva ortodoxia. Dicho de otra manera. La conciencia, por el hecho de que, según Lutero, pertenecía a los que controlaban el poder civil, había dejado de ser un asunto propiamente de fe. Y aunque el sacerdote (protestante) no era considerado más que como un simple creyente, el poder civil fue reforzado al cedérsele potestad sobre asuntos religiosos. Por eso, la liturgia planificada por Lutero para Sajonia se implantó por la fuerza (1527-1528). Por eso, los decretos de la Iglesia católica fueron suplantados por las ordenanzas de los nobles. Por eso, en definitiva, sucedió lo que sucedió: que se procedió desde criterios «administrativo-religiosos» a dividir los territorios en distritos, regiones, comarcas y municipios. Que la reforma alemana pasó a ser una reforma territorial. Que cada soberano regional era quien determinaba qué religión debían aceptar y seguir sus súbditos. De ahí el lema «cuius regio, eius religio».
De esta confusión entre lo privado y lo público que trajo consigo el protestantismo se dio cuenta perfectamente Karl Marx cuando en la introducción a su Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel (1843) señaló lo siguiente: «ciertamente Lutero venció la esclavitud por devoción; pero poniendo en su lugar la esclavitud por convicción. Si quebró la fe en la autoridad, fue porque restauró la autoridad de la fe. Si transformó a los curas en laicos, fue porque transformó a los laicos en curas».
Se estaba, pues, lejos de las máximas del averroísmo político. Y muy cerca de proyectos rancios y tradicionalistas en los que sobresaldrían el antiguo agustino Lutero y también el fraile dominico Tommaso Campanella al justificar éste, en su obra Monarchia Messiae (La Monarquía del Mesías, 1633), la necesidad de aglutinar Reino y Sacerdocio en la figura del gobernante o príncipe. Proyectos, por cierto, en los que, bajo una nueva legitimación del poder, volvían de nuevo a salir ganando las elites.
Entonces, y pese a las mitologías que desde el Quinientos engrandecen la estela del movimiento protestante, la Reforma no cumplió con los ideales del averroísmo político. Ideales que no eran otros que marcar fronteras entre lo público y lo religioso, que delimitar de forma estricta el ámbito espiritual respecto de las injerencias terrenales. Y como no cumplió las metas liberales contenidas en las máximas del averroísmo, Lutero, Zwinglio y Calvino no solo procedieron a confundir religión con gobierno, sino a exigir a sus creyentes señales de obediencia a las nuevas elites (entre las cuales, por supuesto, ellos se contaban), al tiempo que les reclamaban muestras de lealtad política hacia las consignas de la nueva religión.
Así que por estos y otros comportamientos no extraña que protestantes como Müntzer, Servet, Castellion, Grebel, Manz... criticaran los excesos en que caían los jefes de la Reforma, igual que no sorprende que el principio de insubordinación se hubiera convertido, en manos de los líderes protestantes, en el origen de una nueva cárcel, en la causa del patriotismo por religión.

De la rebelión a la escisión. De la desobediencia a la muerte

El proyecto político de Carlos I de España y V de Alemania se configuró, entre el despliegue de su ejército imperial, desde la obligación de poner en práctica los ideales de una república cristiana. En esta labor colaborarían Mercurio Gattinara y Erasmo de Rótterdam. El primero orientando el trabajo político del joven rey Carlos hacia el ideal de la restauración del Imperio Cristiano, el segundo reivindicando la aplicación de los principios evangélicos dentro del marco del Estado y de un gobierno netamente cristianos. Pues bien, como hizo el monarca Carlos I de España y V de Alemania, el rey Enrique VIII refutaría en 1521 el dogma luterano. La defensa de los postulados del credo católico le valdría a Enrique VIII el título honorífico de «defensor de la fe». Sin embargo, este monarca inglés, muy versado en teología, decide separarse de Catalina de Aragón, a lo que el Papa Clemente VII se opone. Como la Iglesia acepta la validez del matrimonio con la hija de los Reyes Católicos, en 1529 se reuniría el Parlamento por influencia de Enrique VIII para presionar al clero inglés y ponerlo a favor de su petición de divorcio. Cuatro años después, en 1533, el arzobispo de Canterbury, el luterano Thomas Cranmer, a espaldas de la autoridad del Papa no solo invalidará el matrimonio de Enrique VIII, sino que bendice el enlace nupcial del rey, celebrado en secreto, con Ana Bolena. Ante tal osadía, el Papa Clemente VII excomulga a Enrique VIII. Y éste, para no ver menoscabada su autoridad, abole todo signo de dependencia eclesiástica con Roma y consigue en 1534 hacer votar y aprobar en el Parlamento el Acta de Supremacía, que le daba nuevas y amplísimas potestades, como el gobierno y la autonomía de la Iglesia de Inglaterra, o Anglicana Ecclesia.
De la rebelión de Enrique VIII interesa destacar que él, en calidad de rey, podía rebelarse, pero no así sus vasallos, fuesen éstos de la condición que fuesen. Por eso, acabarían pagando con su vida todas las personas que no se sometieron a su voluntad regia. Y lo mismo sucedió en los condados del Norte cuya sublevación, seguida poco tiempo después de la que se produjo en territorio irlandés, fue duramente reprimida. Lo curioso es que estos actos de autoritarismo monárquico estaban amparados y reconocidos por la ley, pues Enrique VIII había logrado por medio del Acta de Supremacía disponer del derecho religioso de excomunión, así como gozar de competencias para perseguir y castigar herejías. Es por esto por lo que su gobierno se saldó con la supresión de los monasterios y expropiación de sus bienes y tierras, así como con fuertes represalias contra el estamento eclesiástico afín a Roma. Represalias que llevaron al cadalso no solo al obispo de Rochester, John Fisher, sino al filósofo londinense Tomás Moro, condenado a muerte por no estar de acuerdo en cuestiones de religión con Enrique VIII.
Y es que para este monarca-Papa la desobediencia al nuevo credo siempre entrañaba un acto de deslealtad, y cualquier gesto de insumisión a la ley justificaba el empleo de la pena de muerte. Con lo cual, por estos y otros actos de intolerancia religiosa, Enrique VIII acabó comportándose igual que sus enemigos en la fe, los líderes protestantes, cuando éstos gracias a la reforma alemana dieron paso a la ley imperial de 23 de abril de 1529, en virtud de la cual quedaba justificado el acto de «quitar la vida a todo rebautizador o rebautizado, fuera hombre o mujer, ya mayor o menor, y ejecutarlo según la naturaleza del caso y de la persona, por fuego, por espada o por otro medio en cualquier lugar donde fuere hallado».
A partir de un sentido sectarista de la divergencia no hay duda de que pudo ganar peso, y mayor protagonismo también, una visión partidista de la justicia, al tiempo que los cabecillas de esas, por novedosas, guerras ideológicas que eran las guerras de religión consintieron en castigar incluso con la muerte cualquier gesto de desobediencia. Por supuesto, bajo el látigo de circunstancias guerracivilistas, el afán de imparcialidad no pudo sobrevivir al ruido de sables y banderas. Y al desaparecer la legitimidad de quejarse ante los abusos de la autoridad, la justicia fue acartonándose hasta quedar indesligablemente unida a los proyectos de una potente clase dirigente que, para su causa, blasonaba la licitud de rebelión sin permitirla, claro está, a la mayoría.

El volcanismo de las reformas

¿Pecaba de exageración Sébastian Castellion cuando en su Traité des Hérétiques (1554) reconoce el peligro que caía sobre las personas, consideradas en un lugar buenos cristianos y, en otro, herejes? «Si tu es estimé vrai fidèle dans une ville, tu seras hérétique dans la ville voisine», denunciaba Castellion. Y no le faltaba la razón a este gran humanista, sobre todo cuando Lutero extraditaba del país de su Reforma a papistas y católicos y acusaba a los seguidores de Zwinglio, o sea, a los zuriqueses, de «raptores de almas», y Zwinglio negaba los colores doctrinales de la bandera luterana e insultaba a Lutero tachándole de «maldito» y «blasfemo», y Calvino defendía la claridad expositiva de los libros sagrados frente al sentir de Zwinglio, que reparó en el sentido oscuro y en muchos pasajes ininteligible de las Sagradas Escrituras, o cuando Lutero creía en la transubstanciación del sacramento de la Eucaristía mientras que Zwinglio y Calvino pensaban que Cristo no estaba físicamente en el rito sacramental del pan y del vino, sino tan solo de forma simbólica.
«Si tu eres un verdadero creyente en una ciudad, serás herético en la ciudad vecina», dijo Castellion en su Tratado de los Heréticos. Y era cierto, pues Calvino en temas relacionados con la Cena llamaba «blasfemos» a luteranos y zwinglianos, mientras que Miguel Servet tildaba a Calvino «Simón El Mago» por defender la predestinación y tomar a Dios como agente determinista de todos los actos humanos y hurtar a las personas el uso de la libertad. Y si los anabaptistas partían de la necesidad de racionalizar los actos de fe, Zwinglio tomaba por blasfemia –Calvino lo calificaría de «sacrilegio desenfrenado»– el hecho de no bautizar a los bebés, como defendían los anabaptistas.
¡Vale más dejar vivir a cientos, ver a mil heréticos que hacer perecer a un hombre de bien bajo el color de herejía!, señalaba con firmeza Castellion en su citado tratado. («Il vaut mieux laisser vivre cent, voire mille hérétiques, que de faire périr un homme de bien sous couleur d'hérésie».) Sin embargo, y pese a tan buenas intenciones, la idea cristiana de amor y solidaridad tenía, en un ambiente teñido por la violencia de la intolerancia, pocas oportunidades de prosperar. Y el legado del cristianismo a la civilización, la búsqueda de la paz y de la concordia, nunca podía sobrevivir entre la persecución y el exterminio.
Este gran Émile Zola del Renacimiento que fue Castellion, pese a sufrir en carnes propias los zarpazos de las guerras de religión, siempre sostuvo, incluso hasta la hora de su muerte, lo absurdo de valerse del asesinato para poner orden en asuntos relacionados con el alma. Por eso, él que reclamaba espacios de paz y de armonía, de libertad y racionalidad se oponía a los abusos que, en nombre de la religión y contra las personas, las autoridades llevaban a cabo. Es más, por no admitir como territorio humano las zanjas y trincheras de guerra, en su obra Contra el libelo de Calvino (c. 1554) registraba la forma en que el odio nublaba la mente, incluso la mente de grandes dirigentes e intelectuales religiosos. Opuesto al gusto belicista, en absoluto cristiano, de entender la vida humana, Castellion denunciaría los excesos de su época, excesos por los que «si alguien difiere de ellos en el bautismo, la Cena, la justificación, la fe, etc., es un herético, es el diablo, es preciso perseguirlo por tierra y mar, como un enemigo eterno de la Iglesia, como un destructor horrible de la «santa doctrina», aunque su vida, por otro lado, sea pura, aunque sea clemente, paciente, bueno, misericordioso, liberal, religioso, temeroso de Dios, y aunque sus costumbres sean irreprochables a los ojos de sus amigos como de sus enemigos.
Todas estas virtudes, y la rectitud de la vida (que Pablo estimaba poder reivindicar para él mismo) no pueden proteger a un hombre a sus ojos si él difiere de ellos sobre tal capítulo de la religión: enseguida es impío y blasfemador».{3}

El fin del derecho de resistencia

En el año 1522 Zwinglio renuncia a su pertenencia al clero de Roma porque, afirmaba, la Iglesia católica solo se fundamenta en leyes humanas. A partir de entonces y de manera explícita, este sacerdote comenzó a variar el rostro de la Iglesia suiza-alemana. Pero, quienes habían apoyado los aires de reforma de este ex pastor católico muy pronto se iban a distanciar de él. Quizá la ruptura provino del hecho de que, en Zurich, Zwinglio no solo desarrolló su trabajo como sacerdote en la Gran Catedral, sino que también llegó a desempeñar cargos políticos de responsabilidad y aceptar la ocupación de burgomaestre, secretario y consejero. Lo cual constituía un importante retroceso respecto de las ideas expuestas en Defensor pacis (El defensor de la paz, 1324), obra en la que Marsilio de Padua y Juan de Jandum instaban a la separación entre fe y razón y, por tanto, a no confundir el fin material con el fin espiritual del hombre. En todo caso, y al margen del acaparamiento de puestos religiosos y civiles por parte de Ulrich Zwinglio (1484-1531), lo cierto es que este predicador se empeñó en acometer su proyecto protestante con la ayuda del brazo político del Concejo de la ciudad. Ante esta traición ideológica, Conrad Grebel, Felix Manz, Wilhem Reublin, Hans Brötli, Simon Stumpf... abandonaban el curso trazado por Zwinglio.
Todos ellos eran jóvenes idealistas que defendían, frente a Zwinglio, el postulado de no ingerencia de los magistrados en temas relacionados con la fe porque, en su opinión, los representantes civiles no tenían ninguna competencia a la hora de arbitrar o tan siquiera resolver asuntos de conciencia. Así que, a diferencia del criterio de Zwinglio, Grebel y sus amigos negaron la legitimidad de construir una Iglesia estatal, fuerte y centralista, aunque fuera de sesgo reformista.
Evidentemente, este grupo de rebeldes que había seguido la estela prometedora del proyecto protestante iba a promover la reforma de la Reforma y, sin saberlo, también iba a iniciar un camino apostólico innovador y moderno. Comenzaron a llamarse Hermanos en Cristo, aunque rápidamente serían conocidos bajo el término de Anabaptistas, y denominados así por sostener que el bautismo solo había de aplicarse a quien cree y es capaz de entender la doctrina cristiana. Y es que, afirmada la conexión entre la fe viva y los dones purificadores del agua bautismal, para los anabaptistas no tenía sentido la impartición de este sacramento entre recién nacidos. Por supuesto, el episodio del bautismo, que ya había estado presente en las creencias de novacianos, donatistas, albigenses y valdenses, pronto se convertiría en un asunto de interés público y de tal trascendencia para las autoridades de la ciudad de Zurich que el 18 de enero de 1525 el Concejo no solo decretaba el destierro para aquel que no bautizara a sus hijos, sino que imponía a Grebel y Manz abandonar las sesiones de estudio de las Santas Escrituras, a las que, por cierto, había sido tan proclive y caro el propio Zwinglio.
Ante la intromisión del poder civil en asuntos religiosos, y transcurridos tan solo tres días, los Hermanos desobedecían el interdicto. ¿Cómo? Recibían por segunda vez el sacramento del bautismo bautizándose ellos mismos. Un poco más tarde, a principios de abril, volvían a hacer uso del principio de resistencia y Grebel, convertido ya en líder de la Reforma anabaptista, cristianaba a una multitud en las aguas del río Sitter, imitando la labor de Juan El Bautista. Es más, como insistían en no aceptar la jurisdicción del Concejo de Zurich sobre la Iglesia de Zurich, Grebel y sus seguidores protestaban por el maridaje perverso entre la fe y el ámbito civil. Sin embargo, los hechos, tal y como se desarrollaron, vendrían a demostrar que quienes se rebelan ante quienes, como Zwinglio, ya se habían rebelado, rara vez acaban teniendo éxito en sus empresas. Por eso, detenido el 8 de octubre, Grebel acabó con sus huesos en prisión, y junto a Blaurock y Manz permaneció entre rejas. Pero lo peor de todo es que, cinco meses después, era sentenciado Grebel a cadena perpetua. Y aunque moriría al poco tiempo, en el verano de 1526 a consecuencia de la peste, la colaboración secreta de varias personas permitió que pudiera escapar por el momento del castigo de sus verdugos.

Tambores de guerra

Zwinglio en su sermón Sobre la elección de los alimentos y la libertad de tomarlos (1522) se había posicionado hacia una mejor comprensión evangélica de la libertad. Aseguraba este reformador que los cristianos son libres de todas las órdenes dictadas por el ser humano, razón por la que no había que ser incondicionalmente obediente a dichas órdenes. Sin embargo, solo pasaron cuatro años y Zwinglio había abandonado ese sentido abierto y generoso de la libertad. Y con el apremio de aplastar cualquier conato de libertad entre sus antiguos discípulos y, sobre todo, desde la urgencia de reprimir todo signo de protesta Zwinglio mostraba, con el celo que regala siempre el fanatismo, un miedo enorme a que su proyecto protestante quedara succionado por la lava cismática de aquellos otros reformistas que vindicaban una concepción, aunque más radical, en nada violenta de la Reforma.
Curiosamente, si Lutero tomó a Zwinglio por exaltado y lo consideró un renegado de la Reforma, Zwinglio tampoco admitió a quien divergía de sus postulados y, por eso, tomó a sus antiguos seguidores por exaltados radicales. Del deslizamiento de Zwinglio hacia la intolerancia ya se había dado cuenta el propio Grebel cuando, en una carta escrita a su cuñado Joachim Vadian el 18 de diciembre de 1523, pronosticó un futuro sombrío para la Reforma en Zurich. Y no se equivocó lo más mínimo Grebel, pues frente a quejas presentes o ante posibles disidencias posteriores el Concejo de la ciudad de Zurich, centro de la Reforma suiza, se había escorado a favor de la consolidación del programa reformista de Zwinglio, y hacía público el siete de marzo de 1526 un decreto, que no por capricho iba a aparecer el mismo día en que Grebel recibía el castigo de encierro a perpetuidad.
Los términos ejemplarizantemente coactivos con que había sido redactado el citado decreto no dejaban espacio para la duda: «ut qui mersus fuerit, mergatur». Es decir, quien haya sido sumergido (bautizado) que sea sumergido (ahogado). Por tanto, todo aquel anabaptista que no acatase en torno al bautismo las disposiciones del tal decreto recibiría en castigo la pena capital, exactamente la muerte por asfixia, antecedente funesto de los ahogamientos colectivos o «noyades» de la Revolución francesa. Implicado Zwinglio en el final trágico que aguardaba a Felix Manz, el cinco de enero del año 1527 era entregado su antiguo discípulo a las manos del verdugo, el cual procedió a hacer firme la sentencia de pena de muerte, primero, trasladándole en barca, luego insertándole un palo entre las cuerdas que van a inmovilizar aún más sus rodillas y brazos ya maniatados. De este modo, sin defensa y amarrado, fue arrojado Manz a las aguas del cauce del río, hasta encontrar la muerte en ellas.{4}
Lo más trágico es que, con la fusta de la represión golpeando sus espaldas, las personas entusiastas del movimiento anabaptista se vieron forzadas a vivir entre sombras, a moverse en las franjas de la clandestinidad. Y ya no solo por sus ideas en torno al empleo de las prácticas sacramentales, sino sobre todo por rechazar la guerra, negar la pena capital y el uso de armas. Recordemos que Grebel (1498-1526), al conocer la discusión entre Lutero y Müntzer, escribía a este último a finales de 1524 una carta, en la que él, Grebel, le pedía que no recurriese a la guerra. Y es que, para esos libertarios de los anabaptistas, el amor y la convivencia constituían las claves de la fraternidad cristiana. Es más, a su juicio no existía texto teológico ni base bíblica que justificara los actos de abuso. Y los miles de Manz que fueron torturados en Europa central, e incluso asesinados en Suiza hasta iniciado el siglo XIX, creían que ningún cristiano ni podía ser magistrado –defensa de la separación de poderes– ni debía usar tampoco la espada para castigar o quitar la vida –no al asesinato en cualquiera de sus manifestaciones–. Su doctrina, de sello profundamente cristiano, era considerada peligrosa por sus enemigos, incluso tipificada como subversiva, toda vez que las ideas de los anabaptistas sobre la práctica del pacifismo conducían a la desmilitarización de la sociedad, a la vez que entrañaban el ejercicio de la resistencia activa. Y además de que conllevaban la negación de la autoridad por motivos de conciencia, justificaban el derecho a rebelarse ante la irracionalidad y la injusticia humanas.
Zwinglio había compuesto, entre los años 1505 y 1516, la Fábula del Buey. Y en esta obrita refería los riesgos que entrañaba el servicio militar mercenario, ¿quizá porque de tales peligros tenía experiencia al haber ocupado el puesto de capellán castrense en las campañas de 1513 y 1515? En cualquier caso, no hay duda de que Zwinglio traicionó su ideal pacifista. Y decimos que lo traicionó no solo al convencer a las autoridades de Zurich para marchar con paso bélico contra los territorios católicos y utilizar la guerra civil para obligar a los católicos a aceptar su doctrina, sino también cuando él, Zwinglio, se deja llevar por la ira y planifica utilizar el asesinato con el fin de acabar con todas aquellas personas que, como los anabaptistas, criticaban sus ideas sobre la Reforma.
Zwinglio comenzó la siega guerracivilista contra los anabaptistas al condenar a muerte a Manz. Luego, con el tiempo «los tribunales seglares en los países alemanes habían matado a más de 1.500 protestantes en menos de veinte años después de la revuelta de Lutero. En otras palabras, los jueces seglares de los países alemanes ejecutaron hasta diez veces más herejes entre 1520 y 1550 que el Santo Oficio de España. De los que murieron en las Alemanias, casi todos fueron anabaptistas, es decir, personas que creyeron en la Biblia literalmente. Los cazaban con ferocidad, sobre todo en el sur y suroeste del imperio (incluso Suiza y Austria) después del fracaso de la sublevación de los paisanos en 1525. Otros centenares de anabaptistas fueron matados en el noroeste del imperio, sobre todo en los Países Bajos, después de la ruina del Jerusalén nuevo de Münster, en 1534».{5}

A los que no son espiritualmente sanos se les hará morir

Igual que «entre los zuriqueses muchos hombres de vida, por otra parte, irreprochable han sido matados, debido a Zwinglio, únicamente a causa de su opinión sobre el bautismo», denunciaba el valiente Castellion, a Calvino tampoco le tembló la mano cuando alguien osaba dudar de sus preceptos, pues para eso estaba el castigo de la gehena que «es también como esta gente, en el hablar de su patria, llama a este suplicio».{6} Es decir, hacer morir a fuego lento, quemado vivo y empleando intencionadamente madera verde para aumentar los umbrales de sufrimiento como hizo Calvino con ese copérnico de la medicina que fue Miguel Servet.
Sin embargo, y antes de convertirse en El Papa de Ginebra, Calvino había publicado un escrito al estilo de Séneca titulado Sobre la clemencia (De Clementia, 1532), y como respuesta ante el ataque que el rey francés Francisco I iba a propinar a los protestantes. Cuatro años más tarde, y ya en su célebre Institutio (1536), Calvino volvía a incidir en la misma línea argumental, y a la obra adjuntaba una carta en la que exhortaba, de nuevo a Francisco I, a actuar con benevolencia, y no llevado por las brasas del odio. Estas tesis desaparecerían muy pronto cuando este extranjero en tierras suizas se transforma en político y jurista de fama internacional y exhibe, en la ciudad de Ginebra a partir del año 1537, cuán enorme e ilimitada es su monárquica sed de autoridad imponiendo el calendario de festividades, el control del ocio, la censura de libros, la forma de vestir y vivir, el modo de rezar y pensar en Dios, el aprendizaje de su catecismo, la regulación de las costumbres del pueblo... y, claro está, la aplicación del castigo de excomunión para refractarios y rebeldes.
Y sí, en teoría Calvino separó el Estado de la Iglesia, en la práctica no fue así, y más cuando bajo el prisma de su despotismo acabó considerando que los actos de conciencia, en especial los pecados mortales, eran crímenes penables por los magistrados. Así se explica que desde 1547, fecha en que fue decapitado Gornet, hasta 1553, año en que asesina a Miguel Servet, se dictaran 58 sentencias de muerte durante su gobierno ginebrino. Y eso que no contamos las víctimas que trajo la persecución contra la caza de brujas que alentó Calvino. En este clima de intransigencia es lógico que el reformador francés sostuviera con fuerza la tea del odio. Odio del que no se libraría el aragonés Servet en el momento en que sucumbió abrasado y para escarnio público en la hoguera levantada en Champel, un barrio de Ginebra. De hecho, en su carta a Guillermo Farel (13-II-1546), Calvino se había retratado al exponer que Servet «se ofrece a venir [a Ginebra], pero no quiero darle mi palabra. Pues, si viene, por poco que valga mi autoridad en esta ciudad nunca dejaré que salga vivo».
«S’il vient, je ne souffrirai pas, pour peu que j’aie du crédit dans cette ville, qu’il en sorte vivant», escribió Calvino. Y así fue. Y pese a que el escándalo fue mayúsculo, el Papa Calvino, que creía en la hechicería y aceptaba el poder de los maleficios, así como la eficacia de los sortilegios, se justificó invocando no solo la autoridad de la Biblia, sino el argumento de que Dios mismo había ordenado llevar a la muerte a cualquiera que desviara al pueblo del culto verdadero. El poder era el poder y, según Calvino, representación de Dios en el mundo de los hombres. Por tanto, los súbditos, también Servet, debían mostrar respeto y sumisión hacia sus gobernantes, y más si, en opinión de este pontífice, la única libertad que existía para el ser humano era la libertad de coacción.
Comentemos que pocos días después del asesinato del aragonés procedió Calvino a hacer firme la condena a muerte sobre Philihert Berthelier. Con este tipo de conductas la lección era que los malos protestantes no tenían cabida en la patria de la Reforma, que la muerte constituía el recurso que tenía el Pastor de almas para limpiar y escobar su grey, que se estaba muy lejos de vivir bajo el techo de gobiernos garantistas. Así que por este fanatismo homicida que animaba las entrañas de Calvino, Castellion llegaba a hablar en su obra Contra el libelo de Calvino de imperialismo e incluso a reconocer que «¡si un día Calvino encuentra, pues, las fuerzas necesarias, invadirá Francia y otras naciones que él toma por idólatras! Él irá, él destruirá las ciudades, se cargará a todos los hombres, no perdonando la vida de las mujeres ni de los niños ni de los bebés de pecho! Y además él degollará los rebaños, y reuniendo todos los muebles en la plaza pública los quemará con Servet. Que se mida sus palabras: es a eso a lo que ellas tienden».{7}
Decía Calvino que la peor peste es la razón humana («la pire des pestes est la raison humaine»). No vamos a entrar en disputas, pero en su caso es absolutamente correcto aplicarle tal juicio, tanto o más cuanto que la irracionalidad afectó hasta niveles insospechados a los líderes de la Reforma, y por supuesto también a Calvino. Líderes de la Iglesia protestante que no llegaron a pensar que estaban cometiendo pecado mortal cuando asesinaban o planificaban el asesinato del prójimo. Y es que la pasión ideológica, conllevó la justificación espuria de aplicar la pena de muerte sobre los falsos cristianos. (Recuérdese que Lutero siempre suscribió y escribió que «papista y asno quiere decir lo mismo».) Y desde el hondísimo cenagal de intransigencia no cabe duda de que uno de los regalos odiosos y envenenados que trajo consigo el protestantismo fue asociar el perfeccionamiento de las virtudes cívico-cristianas con la práctica de la violencia pía, como si ésta fuera un ejercicio ejemplarizante, como si la brutalidad otorgara un plus de superioridad moral a las personas que discutían enfervorecidamente por actos de fe.
De este modo, y paradójicamente, el mandamiento de «no matarás», baluarte supremo de la herencia cristiana, no solo caducaba en ciertas circunstancias, sino que no valía ni hermenéutica ni moralmente cuando su transgresión servía, a los ojos de Lutero, Zwinglio y Calvino, para acabar con el enemigo ideológico.

La roca Tarpeya

Los líderes protestantes, puesto que no se distinguieron por admitir en su seno a disidentes e inconformistas, no llegaron nunca a tolerar a quienes no acataban los preceptos de su ortodoxia. De hecho, aunque clamaron por la autonomía religiosa en los países de mayoría católica, en sus territorios se afanaron por coartar la voluntad ajena e imponer, según su sentido servil y coactivo de la libertad, un modelo de liturgia «dictatorial», o sea, un modelo religioso edificado a partir de las coacciones y desde el despliegue de la fuerza física. Es más, al tiempo que se empeñaban en la tarea de destruir las imágenes de la iglesias católicas, profanar altares y reliquias, obligar a la población no solo a asistir a las nuevas ceremonias y a oír los sermones protestantes, sino a ceder y aceptar las leyes de su recién estrenada teología, los jefes de la protesta en calidad de agentes de la autoridad tomaron la ley, su ley, como muestra de obediencia y fuente de acatamiento. Y en caso de no ser así, ponían en marcha la maquinaria legal: retractación y apostasía, privación de derechos civiles, encarcelamientos, latigazos, amputación de orejas, hierro candente sobre la lengua, destierros, decapitaciones, ahogamientos, hogueras...; en suma, la tortura y la guerra. En definitiva, la roca Tarpeya para los malos cristianos. Por este motivo, y como dijo la libertaria Emma Goldman en su ensayo Minorías versus Mayorías (1911), «el ataque a la omnipotencia de Roma, liderado por las figuras colosales de Huss, Calvino y Lutero, fue un rayo de luz en medio de la noche oscura. Pero tan pronto como Lutero y Calvino se transformaron en políticos y empezaron a reunir a los pequeños potentados de la nobleza, y a apelar al espíritu del populacho arriesgaron las grandes posibilidades de la Reforma. Ellos ganaron prestigio y se transformaron en mayoría, sin embargo ser mayoría no los excusó de la misma crueldad y sed de sangre en la persecución a las ideas y al pensamiento que caracterizó al engendro del Catolicismo».
De ahí, el acoso que sufrieron decenas y decenas de grupos no ortodoxos a manos de grandes y pequeños jefes protestantes. Acoso que también iban a padecer los miembros de la Sociedad de Amigos, comúnmente conocidos como cuáqueros, los cuales al retomar muchos de los postulados pacifistas de los anabaptistas no solo negarían el uso de las armas, sino que lucharon por la igualdad y contra la práctica de la esclavitud.{8}
Para desgracia de las víctimas, fuera de Europa también proseguiría la persecución contra disidentes y heterodoxos, pues incluso el código de 1650 que los colonos ingleses instituyeron para el Estado de Connecticut reconocía la legalidad del asesinato por asuntos de religión: «quienquiera que adore a otro Dios que no sea el Señor será reo de muerte». Por tanto, las quejas y protestas ante la opresión que, en su origen, habían sido concebidas como un medio de reestablecer la justicia no pudieron escapar de esas tormentas que nacían del fuego de la intolerancia ideológica, y mucho menos huir del derramamiento de sangre. Así que por cuestiones de fe se levantaron trincheras. Y por fanatismo –¡la peor peste es la razón humana!, dijo alguien– se negó a las personas la posibilidad de transitar por las tierras de la duda razonable.
Con esta larga estela cainita han de pasar cuatrocientos años, y ha de llegar el siglo XX para que se reconozca, dentro de la Iglesia protestante y por parte de los miembros de la Iglesia protestante, la matanza indiscriminada y brutal que, durante centurias y en nombre de la doctrina de sus fundadores reformistas, se llevó a cabo contra anabaptistas y otros inconformistas cristianos.

Notas
{1} Martín Lutero (1525), Carta sobre el duro librito contra los campesinos, en Martín Lutero, Escritos políticos, Tecnos, Madrid, 19902ª, pp. 113, 116. Para situar mejor el comentario de Lutero conviene recordar que hubo una sublevación de campesinos, la llamada der Deutsche Bauernkrieg, que consistió en una revuelta popular acaecida, entre los años 1524 y 1525, en el Sacro Imperio Germánico (sur, oeste y centro de Alemania, zonas de Suiza y Austria), y que llegó a contar nada menos que con 300.000 campesinos sublevados. Una guerra en la que, aunque hoy por hoy se estima que no se superó la cifra de 100.000 insurgentes, fue no obstante la más masiva y generalizada en el continente europeo hasta la explosión de la Revolución francesa. Comentemos que «der Deutsche Bauernkrieg» tenía por fondo no solo el descontento económico y religioso de los sectores más humildes y desprotegidos de la sociedad, sino las aspiraciones de reforma que buscaban y apoyaban también algunos burgueses y miembros de la nobleza. La crítica de Thomas Müntzer contra Lutero era acertada, habida cuenta de que El reformador para conseguir que funcionase su proyecto religioso se había alineado con los grandes príncipes alemanes.
{2} Tomás Moro (1516), De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus, clarissimi disertissimique viri Thomae Mori inclytae civitatis Londinensis civis et vicecomitis (Utopía), libro II, capítulo dedicado a Las Religiones de los Utopienses. Exactamente decía este escritor católico: «the old inhabitants had been engaged in great quarrels concerning religion, by which they were so broken among themselves [... and] every different party in religion fought by themselves» (Thomas More, Utopia, ed. M. S. Rickerby, Londres, 1852, pp. 173-174).
Sébastien Châteillon, latinizado Castalio, luego Castellio y finalmente Castellion, nació cerca de Ginebra, en Saint-Martin-du-Fresne y murió en Basilea. Tuvo una vida corta y llena de penalidades (1515- 1563). Una vida segada, sin duda, por el veneno de la intolerancia religiosa que le tocó padecer.
{3} Sébastien Castellion (c. 1554), Contre le libelle de Calvin. Après la mort de Michel Servet, editions Zoe, Carouge-Genève, 1998, 129 Vaticanus (pp. 264-265: «si quelqu’un diffère d’eux sur le baptème, la Cène, la justification, la loi, etc., c’est un hérétique, c’est le diable, il faut le poursuivre sur terre et sur mer, comme un ennemi éternel de l’Église, comme un effroyable destructeur de la «saine doctrine», même si sa vie par ailleurs est pure, même s’il est clément, patient, bon miséricordieux, libéral, religieux, craignant Dieu, et même si ses moeurs sont irréprochables aux yeux de ses amis comme de ses ennemis.
Toutes ces vertus, et la droiture de la vie (que Paul estimait pouvoir revendiquer pour lui-même) ne peuvent proteger un homme à leurs yeux s’il diffère d’eux sur tel chapitre de la religión: tout de suite, il est impie et blasphémateur». Castellion al hablar acerca de Pablo se refiere al apóstol San Pablo.
{4} Ivan B. Horst (ed.), The mennonite Encyclopedia, II, pág. 220. Comentemos que de Zwinglio existe en español, y solo desde 1973, una Antología, la realizada por Manuel Gutiérrez Marín.
{5} William Monter, Controles religiosos y sociales en los países germánicos en tiempos de las Reformas, Revista de la Inquisición, 2, Editorial Complutense, Madrid, 1992, pág. 124. En cuanto a la Jerusalén de Münster, conviene anotar que en 1534 los anabaptistas se hicieron, gracias a la llamada «Rebelión de Münster», con el control de una ciudad de Westfalia. En medio del desorden, un predicador, Jan Matthys, que llegaba en febrero a la ciudad, lanza soflamas y arengando a la gente empieza a reivindicar en sus sermones la abolición de la moneda, la comunalización de los bienes, la igualdad entre hombres. Muchos habitantes dejaban la ciudad de Münster; sin embargo otras personas, procedentes de otros lugares de Europa, llegaban a ella con la promesa de que ver construido un paraíso cristiano en la tierra y vivir, al fin, bajo los mimbres de una República de Dios. Por supuesto, el hecho de establecer una utopía a golpes de coacción iba a otorgar a Münster un status político de gran fragilidad. De hecho, aunque visionariamente se imprecara en nombre de la santa religión el advenimiento de un nuevo orden social, el proyecto «Münster» solo pudo sobrevivir durante un tiempo muy breve. Así que, asediada la ciudad y aniquilado Matthys, el poder pasó a manos de un joven sastre, un tal Jan van Leiden (1509-1536), el cual con prontitud se corona monarca del «Reino Anabaptista de Münster». Y con pretensiones desorbitadas, amén de megalómanas, Van Leiden acomete durante su brevísimo gobierno una serie de reformas, entre las que se contaba la legalización de la práctica de la poligamia. Comentemos que a esta norma de obligado cumplimiento nadie podía negarse, pues aquellos individuos que no acataban la ley del nuevo código sexual de Münster o eran encarcelados o acababan decapitados. Por supuesto, el experimento «Münster» facilitó el camino para la persecución de los anabaptistas que fueron fraudulentamente asimilados a la secta de los libertinos.
{6} Sébastien Castellion (c. 1554), Contre le libelle de Calvin..., o. cit.., 129 Vaticanus (pág. 265), y 55b Vaticanus (pág. 136: «c’est aussi que ces gens, dans le parler de leur patrie, appellent ce suplice»).
{7} Ibidem, 122 Vaticanus (pág. 238).
{8} Los cuáqueros fueron, en las colonias británicas, los primeros defensores de los indios. Y por tal razón, entre otras, fueron motivo de persecución. Para un análisis de la persecución de la Sociedad de Amigos, el libro de Joseph Besse, A Collection of the Sufferings of the People Called Quakers, I y II, ed. L. Hinde, Londres, 1753. Puede leerse en versión digital.


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domingo, 25 de noviembre de 2007

Sobre los nuevos cardenales de la Iglesia de la Apología de la Pena Capital a escala Universal (Católica)

Ayer, Hugo Chávez en el programa "La Hojilla", nos mostró una interesante visión sobre uno de los cardenales de la santa sede y el panorama político en la actual Venezuela.
Será muy interesante ver como este tipo de información no aparecerá en los medios fascistas de incomunicación españoles, más entretenidos en reirle las gracias al "bribón" de turno. Se retratan a diario con sus lametones y sus recurrentes felaciones al Bribón borbónico.





Más detalles en Aporrea.org

"Anoche el presidente Chávez, al asistir al programa La Hojilla por VTV, disertó sobre los aspectos más relevantes de su propuesta.

Entre otros temas, acusó a "la élite de la iglesia católica venezolana" de ser "derechista y politiquera", de mentir "descaradamente" sobre su propuesta de reforma constitucional. Calificó al cardenal Jorge Urosa Savino de "burgués capitalista" y al rector de la Universidad Católica, el padre Luis Ugalde, de "fascista". Y puede que sea discutible, pero es admirable su contundencia.

martes, 20 de noviembre de 2007

Contra los Innombrables de la Cultura



Informate aquí

El próximo sábado día 24 tendrá lugar en Barcelona la 1ª jornada Albedrío: por una cultura libre. Diversos colectivos afectados por las acciones ofensivas de las entidades de gestión de derechos de autor se reunirán con el objetivo de encontrar una solución pacífica e inteligente a la cada vez mayor belicosidad de estas entidades.

La jornada servirá para informar sobre los numerosos casos de abuso cometidos en nombre de una "defensa de la cultura" mal entendida. También habrá diversos debates enfocados a los distintos sectores afectados, como los músicos, la libertad de expresión en Internet, el sector hostelero y las tiendas de informática.

Fuente: El Otro Lado y Espacio Filmica

CUÁNDO: Sábado, 24 de noviembre, de 10.00 a 19.00.

DÓNDE: Sala Sagarra. Ateneu Barcelonès.
Canuda 6, Barcelona


PROGRAMA:

10.00-10.40. "Googlebombing: SGAE = copyleft" -- Ani "Defunkid" López. La Mundial.net.

10.40-11.15. "Caso del Taller de Músics/SGAE y la Torre de la Música en Valencia" -- Lluís Cabrera. Director del Taller de Músics.

11.15-12.00. Debate


12.00-12.45. "Cómo y cuánto recaudan SGAE & Cia" -- Ana María Méndez. Asociación Española de Pequeñas y Medianas Empresas de Informática y Nuevas Tecnologías.

12.45-14.00. Debate


15.00-15.45. "Regulando internet. ¿Para quién y contra quién?" -- David Maeztu. Abogado.

15.45-17.00. Debate


17.00-17.45. "Cómo sobrevivir a la SGAE" -- Arturo Quirantes. Profesor y activista.

17.45-19.00. Debate


22.00. FIESTORRO COPYLEFT. Bar Arena (C/ Vigatans. Barcelona).
Música libre + 1 chupito gratis.


Entrada libre a todos los actos.


CONTACTO PRENSA: info.albedrio en gmail puntocom

Blog de la jornada: http://albedrio.blogsite.org

viernes, 16 de noviembre de 2007

Comisiones para explotar a la Puta Clase Obrera



Pareciera que le estuviéramos rezando todos los días a alguna divinidad del destino, pues no se puede salir del asombro. Y el pésimo diario Público nos lo entrega en bandeja.

Hay mucha gente ingenua dentro de las llamadas izquierdas españolas. Se inventan unas historias que no hay por dónde cogerlas.

En España se lee poco. Pero aún menos se entiende lo que sucede. Poca investigación radicalmente histórica se hace. Se repiten consignas para endulzarle la boca al personal.

Y en cuanto alguno empieza a percibir que lo que se va a decir no va a gustar ni un pelo se le interrumpe y se le niega toda posibilidad de seguir hablando. La historia como la política se hace desde concepciones prepolíticas basadas en una noción de la amistad instintiva: ¿cuántos que se creen de izquierdas no echan mano a sus patéticas historias en clave familiar congénita?

Se ha destapado el pastel y alguna gente anda como muy nerviosa. Tratan de recurrir a sus santos orígenes. Pero no hay tales.

Los orígenes de Comisiones Obreras son bastante deleznables. Por un lado el sindicalismo vertical de los falangistas de las JONS -por eso no es extraño que muchos de ellos en sus ámbitos familiares alaben las políticas sociales de José Antonio Girón o de José Solís-; y por el otro los planteamientos más duros del estalinismo del Partido Comunista del sanguinario Santiago Carrillo.

Expulsaron como a perros a cualquiera que les pudiera hacer sombra en su manera tan estilizada de hacer sindicalismo. ¿Quién no recuerda a dirigentes del sindicato en las páginas de El Semanal de El País posando con trajes de lujo? Y ahora en lógica empresarial muy coherente se destapa que lo de Comisiones iba a por las plusvalías que se le sacan tan cómodamente a la Puta Clase Obrera.

A LA PUTA GRANÁ le parece muy coherente con el nombre de ese sindicato (¡qué historia tan graciosa! ¡pero si fue un sindicato vertical desde sus orígenes siguiendo las máximas del estalinismo más duro! ¡sólo saben obedecer consignas desde arriba!!). Leñe: si es que encima de todo se llama(n) Comisiones. O séase: está más que claro son las comisiones que se le deben extraer a los Obreros a mayor gloria de Dios -o sea: del divino Empresario- para que el capital nos siga explotando... hasta hacernos reventar hechos añicos...

María Jesús Paredes y Francisco Baquero son dos sindicalistas atípicos. No sólo han acumulado un patrimonio inmobiliario valorado en más de dos millones de euros con sueldos de administrativos de banca. Además, compatibilizan sus cargos de dirección en Comisiones Obreras con diversas actividades empresariales.

Documentos oficiales del Registro Mercantil de Madrid, consultados por Público, demuestran que la pareja ha constituido dos sociedades limitadas durante los últimos años. En marzo de 2005 inició sus actividades Hostelería Zaranda, dedicada a la restauración, y en mayo de 2007 comenzó a funcionar Interlocución para la Gestión, creada para gestionar subvenciones públicas y asesorar a empresas y sindicatos.

María Jesús Paredes es secretaria general de Comfia, la federación de servicios financieros y administrativos de CCOO. Su pareja, Francisco Baquero, es miembro de la Ejecutiva de Comfia. Paredes es una de las personas de máxima confianza del secretario general del sindicato, José María Fidalgo. Ella fue, por ejemplo, la encargada de presidir el último congreso de CCOO. Su discurso despierta tanto entusiasmo en la derecha, que dirigentes del PP querían incluirla en las listas para las próximas elecciones generales.

Restaurante junto a la sede

La sede de Hostelería Zaranda está en la calle San Bernardino, 13, justo al lado del edificio de Comisiones Obreras donde tiene su despacho Paredes. En dicha dirección funcionó hasta el pasado verano el Restaurante Zaranda. Ahora hay otro local que se llama Zorzal y que también está relacionado con la empresa montada por la pareja de sindicalistas.

Varias fuentes de CCOO aseguraron al diario Público que dirigentes de Comfia organizaban comidas y cenas en dicho restaurante y que las facturas las pagaba el sindicato.

Hostelería Zaranda ha presentado en el Registro Mercantil las cuentas de 2005 y 2006. Y hay algún dato llamativo. Por ejemplo, la relación entre ingresos y beneficios. En el primer año de actividad, la compañía declaró unos ingresos de explotación de 116.617 euros y unas pérdidas de 1.100 euros. En 2006, Hostelería Zaranda tuvo unos ingresos oficiales de 404.265 euros y unos beneficios de 2.605.

Es decir, que sumando los datos de los ejercicios 2005 y 2006, resulta que la compañía ha tenido unos ingresos totales de 520.883 euros, pero sólo ha declarado unos beneficios de 1.505 euros. Con márgenes tan estrechos casi no merece la pena ser empresario.

Gestor de subvenciones

Si la historia de los sindicalistas hosteleros ya es llamativa, lo que resulta totalmente sorprendente es que un dirigente sindical monte una empresa para gestionar subvenciones públicas, representar a empresas y asesorar a sindicatos. Eso es lo que hizo Francisco Baquero hace medio año, al constituir la sociedad Interlocución para la Gestión, de la que es socio único.

Fuentes de CCOO consultadas por Público han declarado que estas actividades podrían atentar contra el régimen de incompatibilidades que el sindicato establece para sus dirigentes.

Los datos sobre el fabuloso patrimonio de la pareja de sindicalistas han despertado un enorme malestar en el sector crítico, que exige actuaciones contundentes para evitar que salga dañada la imagen de Comisiones Obreras. La dirección se negó el primer día a realizar ninguna valoración del caso, pero ayer decidió abrir una investigación sobre los bienes de Paredes y Baquero.

Si los críticos de CCOO fuesen realmente lo que se dicen que son habrían montado hace ya mucho tiempo otro sindicato. Comisiones sólo hace honor a su fantástico nombre. Puta coherencia semántica.

Israel como modelo de Nazión Hundida

Éxodo palestino

Hay mucha demagogia en el mundo de la política contemporánea. Aquellos que no saben ver la realidad más que con la moderada posición de los libros de texto siguen explicando a sus súbditos las políticas de Naziones Hundidas como modelos políticos que buscan la democracia, la paz, el respeto de los derechos humanos, etcétera y etcétera. Israel se construyó siguiendo los criminales fundamentos de la ONU. Y desde su creación los problemas no han hecho nada más que ensangrentarse a diario. Cualquiera puede comprobar la ironía de la historia en el ejemplo israelí. Los judíos fueron masacrados -en masa- por las políticas raciales de los nazionalsocialistas alemanes. Ellos copiaron el modelo de sus verdugos y en vez de liberarse los imitaron con más saña si cabe. Resulta curioso observar cómo se plegaron a la lógica interna del capital para construir uno de los polvorines más irresolubles del Planeta Tierra.

Israel: un defecto de fábrica

Santiago Alba Rico
Diagonal 16 de noviembre de 2007

El verdadero vencedor de la 2ª guerra mundial no fue la alianza de naciones que combatió a la Alemania nazi, tampoco esos EEUU robustecidos por el debilitamiento de Europa y mucho menos, desde luego, los millones de víctimas judías del nazismo: el verdadero vencedor de la 2ª guerra mundial fue el movimiento sionista fundado por Thedor Herzl en 1897. Por eso mismo, el verdadero perdedor del conflicto bélico no fue Alemania ni Japón ni Italia ni tampoco esa URRS condenada a desaparecer 40 años más tarde: el verdadero perdedor –junto a los millones de víctimas del holocausto nazi– fue el pueblo palestino, radicalmente inocente y completamente ajeno al mismo tiempo al antisemitismo europeo y a sus luchas interimperialistas. Ignominiosa combinación de intereses espurios y mala conciencia, la injustísima resolución 181 de la ONU que en 1947 decidió la partición de Palestina conserva hoy toda su actualidad destructiva. Marek Edelman, heroico defensor del gueto de Varsovia en 1943, supo ver muy bien los motivos: “Si se ha creado Israel ha sido gracias a un acuerdo entre Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS. No para expiar los seis millones de judíos asesinados por Europa, sino para repartirse los negocios de Oriente Medio”. Todos podemos ver hoy los resultados: a través de esa pequeña grieta se está desangrando irremediablemente el mundo.

El Congreso de Basilea, acta fundacional del sionismo, fue tempranamente denunciado por Karl Kraus, judío universal de Viena, como una forma de antisemitismo: “Estas dos fuerzas aspiran secretamente a una alianza”, pues “su objetivo es, en efecto, común: expulsar a los judíos de Europa”. El esencialismo étnico-religioso de Theodor Herzl, en cualquier caso, sólo persuadió a una diminuta minoría, como lo demuestra el hecho de que apenas unos pocos miles de sionistas emigraron a Palestina antes de 1933. Sólo la convergencia de tres factores exteriores a la historia de la región explica la presencia de 600.000 judíos en el momento de la partición. El primero fue la persecución nazi, que obligó a huir a millones de judíos tanto de Alemania como de las zonas por ella ocupadas. El segundo, la inescrupulosa explotación de este genocidio por parte de la organización sionista, más preocupada por colonizar Palestina que por salvar seres humanos: “Si se me diese la posibilidad”, declaró Ben Gurion en 1938, “de salvar a todos los niños judíos de Alemania llevándolos a Inglaterra o salvar sólo a la mitad transportándolos a Eretz-Israel, optaría por la segunda alternativa”. El tercero, la codicia imperialista de Inglaterra, que a partir de la declaración Balfour (1917) y mediante una maquiavélica política migratoria supo interpretar a su favor todas las ventajas de la propuesta racista de Herzl: “Para Europa construiremos ahí (en Palestina) un trozo de muralla contra Asia, seremos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie”.

En contra de lo que creemos saber, no sólo la justicia palestina se opuso al principio de la partición sino también la injusticia sionista. En 1948, Menahem Beguin, dirigente del grupo terrorista Irgoun y futuro premio Nobel de la paz, declaraba que “la partición no privará a Israel del resto de los territorios”. El 19 de marzo de ese mismo año Ben Gurión, jefe de la Haganah y padre fundador de Israel, insistía en que “el Estado judío no dependerá de la política de la ONU sino de nuestra fuerza militar”. Esa fuerza militar, articulada en el plan Dalet, expulsó de sus tierras, mediante el terror y la violencia, a 800.000 palestinos, en una operación de limpieza étnica a gran escala cuya envergadura y objetivos ha sido claramente expuesta a la luz por el historiador israelí Benny Morris (un ultrasionista que sólo lamenta, por lo demás, que Ben Gurion no fuese aún más radical). De esa manera, el 18 de mayo de 1948 fue creado, sobre el 77% del territorio palestino, el “único Estado democrático” de Oriente Medio, un Estado “judío” cuya “constitución” es la conocida Ley del Retorno de 1950. Es ella, y no la decencia ni la razón ni la historia, la que permite “regresar” a Palestina a cualquier “judío” del mundo, a partir de una ambigua definición racial-religiosa que comprende a los descendientes de padres o abuelos judíos y a los conversos a la religión de Moisés (pero excluye a los que cambian de credo y a los que cuestionan el carácter “judío” del Estado de Israel).

Cada vez que Israel bombardea ciudades, levanta muros, derriba olivos o impone el hambre y la enfermedad a millones de seres humanos, los EEUU y la UE, si a veces lamentan “el desproporcionado uso de la fuerza”, recuerdan una y otra vez su derecho a la defensa. Que nadie se escandalice si digo que es absurdo invocar su derecho a la defensa cuando lo que está en cuestión es su derecho a la existencia. Cada vez que EEUU y la UE promueven alguna “iniciativa de paz” se discute sobre qué hacer con los palestinos y qué conceder a los palestinos, como si los intrusos y ocupantes fueran ellos. Que nadie se escandalice si digo que la verdadera cuestión es saber qué hacemos con los israelíes y qué concedemos a los israelíes. No puede haber justicia si no se parte de principios justos y es necesario, por tanto, invertir esos principios que nos parecen absurdamente naturales para alcanzar, no ya a la justicia, sino una solución mínimamente injusta. Estoy seguro de que el pragmatismo y la piedad llevaría a los palestinos a ser generosos con los israelíes si el mundo declarase públicamente de qué parte está la razón y obrase en consecuencia. Pero mientras EEUU y la UE, únicas llaves del conflicto, apoyen política, económica y militarmente los derechos del racismo, el fanatismo, el nacionalismo mesiánico y la violencia colonial la humanidad seguirá desangrándose sin remedio a través de esa grieta abierta en Palestina.

http://www.diagonalperiodico.net/article4859.html

jueves, 15 de noviembre de 2007

Sobre la Puta propiedad en el puñetero Código Penal español


Alguien se ha puesto a consultar la legislación vigente. Como veréis, la propiedad está por encima de las personas. Distribuidlo ampliamente porque es kafkiano y si no lo ves en este contexto es que ya no te das cuenta... de nada: ¡¡ mejor cambias de vida y te conviertes en una Puta ameba!!- pedimos, por supuesto, disculpas a las simplonas unicelulares-.

1. PREGUNTA
a) Luis se descarga una canción de Internet.
b) Luis decide que prefiere el disco original y va a El Corte Inglés a hurtarlo. Una vez allí, y para no dar dos viajes, opta por llevarse toda una discografía. La suma de lo hurtado no supera los 400 euros.
RESPUESTA: La descarga de la canción sería un delito con pena de 6 meses a dos años. El hurto de la discografía en El Corte Inglés ni siquiera sería un delito, sino una simple falta (art. 623.1 del Código Penal).

2. PREGUNTA:
a) Luis se descarga una canción de Internet.
b) Luis va a hurtar a El Corte Inglés y, como se la va la mano, se lleva cincuenta compactos, por valor global de 1.000 euros.
RESPUESTA: Seguiría siendo más grave la descarga de Internet. El hurto sería un delito, porque supera los 400 euros, pero sería de menor pena que la descarga (art. 234 del Código Penal).

3. PREGUNTA:
a) Sergio, en el pleno uso de sus facultades mentales, se descarga una canción de Malena Gracia.
b) Sergio, en un descuido de Malena Gracia, se lleva su coche y lo devuelve 40 horas después.
RESPUESTA: Sería mas grave la descarga. El hurto de uso de vehículo tiene menos pena, a tenor del articulo 244.1 del Código Penal.

4. PREGUNTA:
a) Ocho personas se intercambian copias de su música favorita.
b) Ocho personas participan en una riña tumultuosa utilizando medios o instrumentos que pueden poner en peligro sus vidas o su integridad física.
RESPUESTA: Es menos grave participar en una pelea que participar en el intercambio de compactos. Participar en una riña tumultuosa tiene una pena de tres meses a un año (art. 154 del Código Penal) y el intercambio tendría una pena de 6 meses a 2 años (art. 270 del Código Penal). Si algún día te ves obligado a elegir entre participar en un intercambio de copias de CDs o participar en una pelea masiva, escoge siempre la segunda opción, que es obviamente menos reprobable.

5. PREGUNTA:
a) Juan copia la última película de su director favorito de un DVD que le presta su secretaria Susana.
b) Juan, aprovechando su superioridad jerárquica en el trabajo, acosa sexualmente a su secretaria Susana.
RESPUESTA: El acoso sexual tendría menos pena según el articulo 184.2 del Código Penal.

6. PREGUNTA:
a) Pedro y Susana van a un colegio y distribuyen entre los alumnos de preescolar copias de películas educativas de dibujos animados protegidas por copyright y sin autorización de los autores.
b) Pedro y Susana van a un colegio y distribuyen entre los alumnos de preescolar películas pornográficas protagonizadas y creadas por la pareja.
RESPUESTA: La acción menos grave es la de distribuir material pornográfico a menores según el articulo 186 del Código Penal. La distribución de copias de material con copyright sería un delito al existir un lucro consistente en el ahorro conseguido por eludir el pago de los originales cuyas copias han sido objeto de distribución.

7. PREGUNTA:
a) Ramón, que es un bromista, le copia a su amigo el último disco de Andy y Lucas, diciéndole que es el 'Kill'em All' de Metallica.
b) Ramón, que es un bromista, deja una jeringuilla infectada de SIDA en un parque público.
RESPUESTA: La segunda broma sería menos grave, a tenor del articulo 630 del Código Penal.

8. PREGUNTA:
a) Juan fotocopia una página de un libro.
b) Juan le da un par de puñetazos a su amigo por recomendarle ir a ver la película 'Los Ángeles de Charlie'.
RESPUESTA: La acción más grave desde un punto de vista penal sería la 'a', puesto que la reproducción, incluso parcial, seria un delito con pena de 6 meses a dos años de prisión y multa de 12 a 24 meses. Los puñetazos, si no precisaron una asistencia médica o quirúrgica, serían tan solo una falta en virtud de lo dispuesto en el artículo 617 en relación con el 147 del Código Penal.

¡¡Ala chavalotes!!, ya sabéis: pegad, violad, acosad, robad, pero no uséis el emule. Imitad a vuestro Puto Rey y no olvidéis ser como él: irresponsable, impune e inmune.

A esto hay que darle la mayor vuelta posible por toda la red a ver si alguien con criterio pone algún remedio !!!

De los Putos fantasmas del borbónico Reino de los Bribones de España


España: edicto real

José Steinsleger
La Jornada

Yo, Juan Carlos I de Borbón, rey de España, de Castilla, de León, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Menorca, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, y de las Islas y Tierra Firme del Mar Océano…

Yo, chozno de Fernando VII (1808/1813-33), injustamente apodado El felón por haber tramado el envenenamiento de sus padres para ceñir sobre su testa contrahecha la corona que en Bayona vendió por un duro al Gran Corso, mientras el pueblo se desangraba en su nombre…

Yo, archiduque de Austria, duque de Borgoña, Brabante, Milán, Atenas y Neopatria; conde de Habsburgo, Flandes, el Tirol, el Rosellón y Barcelona; señor de Vizcaya y Molina; rey de Hungría, Dalmacia y Croacia; duque de Limburgo, Lotaringia, Luxemburgo, Güeldres, Estiria, Carniola, Carintia y Würtemburg…

Yo, tataranieto de Isabel II (1833-68), quien junto con Inglaterra y Francia tomó el puerto de Veracruz en garantía del pago por deudas contraídas en las guerras civiles de México (1861), y que luego invadió las islas Chinchas de Perú (1863), y luego se anexionó República Dominicana (1861-65), y luego sometió a cruel bombardeo los puertos de El Callao (Perú) y Valparaíso (Chile, 1865-71).

Yo, Landgrave de Alsacia; príncipe de Suabia; conde de Artois, Borgoña Palatinado, Hainaut, Namur, Gorizia, Ferrete y Kyburgo; marqués de Oristán y Gociano; Margrave del Sacro Imperio Romano y Burgau; señor de Frisia, Salins, Malinas, la Marca Eslovena, Pordenone y Trípoli…

Yo, bisnieto de Alfonso XII, El pacificador (1875-85), hijo de la anterior y de su primo el príncipe Francisco de Asís y no, como se dice, del capitán Enrique Puig Moltó; invasor de Haití junto con Estados Unidos, Francia e Inglaterra (1871 y 1883), quien fue sorprendido en su buena fe en la Plaza de la Cebada cuando unas mozas que lo vitoreaban le espetaron ‘¡Mas gritábamos cuando echamos a la puta de tu madre!’…

Yo, capitán general de las Reales Fuerzas Armadas y su comandante supremo; soberano Gran Maestre de la Real y Distinguida Orden de Carlos III; de Isabel La Católica; de las Damas Nobles de María-Luisa; de Alfonso X El sabio; de Montesa, Alcántara, Calatrava y Santiago, así como otras órdenes menores o condecoraciones españolas…

Yo, nieto de Alfonso XIII (1886-1931), hijo póstumo del anterior, que en el día de su boda salvóse de la bomba lanzada a su carroza por el anarquista Mateo Moral (1906); “pacificador” de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Marruecos; pionero del cine pornográfico en el barrio chino de Barcelona; partidario del falangista Primo de Rivera y destronado en 1931 por la chusma de la llamada Segunda República…

Yo, caballero de la Orden de Javier, de la Anunciada, de la Jarretera y del Imperio Británico (desde 1988); Bailio Gran Cruz de Justicia con Collar de la Orden de Constantino y Jorge de Grecia, y Honor y Devoción de la Soberana Orden Militar de Malta; Gran Collar de la Reina de Saba, y la Dinastía Reza de Irán; Gran Cordón de la Orden Suprema del Crisantemo de Japón; Gran Cruz de la Legión de Honor y de la Orden Nacional de Mérito; Premio Félix Houphouet-Boigny Para la Búsqueda de la Paz de la UNESCO…

Yo, hijo de Juan de Borbón y Battenberg, legítimo y eterno candidato al trono, quien murió de tristeza por mi fidelidad al Caudillo y a los Principios del Movimiento Nacional…

Yo, a quien acusaron de traicionar a los golpistas del 23 de febrero de 1981…

Yo, partidario de la incorporación de España a la OTAN por mediación de Washington y mi fiel vasallo Felipe González (1986)...

Yo, beneficiario de un crédito de 100 millones de dólares del príncipe de Kuwait para que los aviones de Estados Unidos puedan aterrizar en nuestro suelo durante la guerra del Golfo (1991)…

Yo, socio de los implicados en el escándalo del banco Ibercorp (1992), que se quedaron con el dinero de centenares de ahorristas...

Yo, señalado junto a mi dilecto José María Aznar co responsable en los negociados de la petrolera francesa Elf (2003)...

Yo, quien tanto hizo por el Grupo Santander Hispano y Repsol a fin de apoderarnos de Yacimientos Petrolíferos Fiscales de Argentina...

Yo, amigo de Mario Conde, director del intervenido Banesto y ‘banquero de la monarquía’...

Yo, íntimo del príncipe Zourab Tchokotua, de Georgia, procesado en un tribunal mallorquí por presuntas estafas inmobiliarias...

Yo, incapaz de enfrentar a un novillo pero matador, en 2004, de una osa preñada perteneciente a una especie en extinción a la que mis amigos rumanos emborracharon con vodka y miel para dar en el blanco…

Yo, reunido en esta Capitanía General junto a mi fiel José luis Rodríguez Zapatero y tantos de mis vasallos que, sabiamente, retornan poco a poco al redil de la Madre Patria tras sus locas aventuras libertarias… Yo, el rey, os ordeno, Hugo Chávez, a que te calles en nombre de los principios, la moral, la tolerancia y la decencia de las gentes de razón.

Dado en Santiago de Chile, 10 de noviembre de 2007