Garzón, Garzón…
Carlos Tena
Rebelión
Rebelión
La carrera profesional de este muchacho, natural de la provincia de Jaén como su amigo Joaquín Sabina, que jamás podría ser tildado de aceitunero, pero sí de andaluz altivo, está plagada de casos en los que el volumen de folios utilizados en las diligencias previas a la hora de iniciar un proceso por enaltecimiento del terrorismo y/o pertenencia a banda armada, supera el tamaño de cien Enciclopedias Británicas. La mayor parte de esas hojas se han dedicado a tratar de demostrar, en vano, que los condenados fueran militantes de la organización ETA, utilizando un argumento tan antijurídico como la opinión personal. Jamás los hechos analizados constituirían delito ante un tribunal conformado por hombres justos, pero Baltasar, llegando al colmo de la paranoia forense, acostumbra a utilizar, disfrazada además de literatura barata, figuras como metáforas o símiles que harían reír de buena gana a sus colegas de judicatura en un país verdaderamente democrático.
Este pitufo (término que en Cuba solemos aplicar para definir a un nene repipi) abogado, que en su adolescencia y juventud intentó ser un buen albañil (qué lástima, que su sueño no se cumpliera), camarero eficaz y solícito (qué pena de establecimiento), así como empleado de la gasolinera de su padre, bajo el justiciero sol de su bella Jaén, se ha convertido en una de las estrellas del firmamento, en el extinto universo de ese nuevo Tribunal de Orden Público que hoy se conoce como Audiencia Nacional, para castigo de independentistas vascos, y de catalanes o gallegos cuando fuere menester. Para ello, Baltasar se basta y sobra con su verbo convincente para aspirantes a demócratas de dictaduras bananeras, o monarquías del tercer mundo. ¿Cómo consiguió el estrellato el singular abogado? Veamos.
El joven Baltasar anhelaba ser el Azote de Euskadi, como un Atila vengador, y se vistió de superjuez al reclamar el procesamiento del general Pinochet, logrando únicamente: que las arcas de Su Graciosa Majestad británica invirtieran una cantidad bastante apreciable en dar buen alojamiento, transporte y alimentación al citado criminal. Porque ¿alguien en su sano juicio (y no hablo del tal Baltasar) pensaba que el asesino de miles de ciudadanos chilenos pudiera ir a prisión, por mucho papel, teléfono, viajes a Londres y comidas opíparas que el Azote y su Augusto acusado consumieran durante el intento?
Poco tiempo después de esta comedia barata, explotada hasta el delirio por la Inquisición española (léase Prisa en todas sus ramas), Baltasar manifestó reiteradamente su deseo de investigar también al ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger, en relación con la instauración de las dictaduras de la década de 1970 en varios países de la América Latina, en lo que se dio en llamar Operación Cóndor (aconsejamos al lector un excelente estudio escrito por Stela Calloni), pero al parecer se le ordenó desde arriba, que no buscara más casos para ser célebre, y que además Henry era Premio Nóbel de la Paz.
Tozudo como pocos, Baltasar intenta procesar al magnate Silvio Berlusconi, jaleado por sus amigos del PSOE, que reían en privado con esos conatos en la seguridad absoluta de que jamás lograría condenar al delincuente italiano. Y hace unos años, para convencer al personal de su talante abiertamente democrático, criticaba tímidamente las torturas en la prisión de la ilegal base naval norteamericana en Guantánamo (no las ocurridas en algunas comisarías y cuartelillos españoles), aunque lo compensó diciendo que “A Osama Ben Laden hay que arrestarle”, y se quedó tan ancho, hasta que supo que George W. Bush no deseaba encontrar al millonario saudita porque éste podría declarar. La orden de arresto duerme en el baúl de los recuerdos, pero Baltasar ya era mundialmente célebre por su inutilidad manifiesta en este tipo de procesos.
Mientras en los hogares y en las escuelas, colegios y universidades españolas, se desterró hace lustros (aunque no se lograra del todo) la convicción de que la letra con sangre entra, el amigo Baltasar desplegaba toda su estrategia de satanización y sospecha, para incriminar a personas que no hacen otra cosa que escribir, pensar, defender ideas y combatir el fascismo, que es lo mismo que luchar contra la política del PSOE y el PP (e incluso de algunos representantes de ese cadáver político llamado Izquierda Unida), a la hora de contestar a la lucha armada que Euskadi Ta Askatasuna. Emprendió hace más de cuarenta años. Ni Zapatero, ni Aznar, como Uribe o Alan García, desean reconocer que el diálogo es el medio más eficaz (en el Ulster se aplicó de manera exitosa) para terminar con la sangre, el dolor, las bombas, el sufrimiento inútil, las metralletas y las lágrimas, objetivo de cualquier persona que se precie de humana, racional y cabal. Poner por delante el orgullo, la falsa dignidad, una infantil soberbia disfrazada de valentía, o un españolismo cerrado, debería constituir un delito de lesa humanidad.
Pero ya que la Constitución de Juan Carlos de Borbón (que consagra principios aberrantes como el que impide procesar al Jefe del Estado aunque fuere un ladrón), debe de aplicarse por medio de la sangre y la humillación, resulta normal que los gobiernos que han existido desde la muerte en la cama (no lo olvidemos) de Francisco Franco, el mayor terrorista que ha existido en Europa tras la desaparición de Hitler y Mussolini, fueran diseñando políticas para que los ciudadanos no sufrieran malos tratos en los centros de educación o en el seno de la familia, sino en las calles de todas las ciudades y pueblos de la España bananera asegurando el palo y tentetieso, picana y paliza. O si se tuviera el talante de Fraga Iribarne, ordenar el asesinato de trabajadores a la puerta de una iglesia en Vitoria. Y en ese patético escenario del siglo XXI, en el que aún siguen libres gentuzas como el ex ministro citado, acuden a aplaudir a sus mandatarios, como los fans a su ídolo, cómicos llamados Teddy Bautista, Juan Luis Cebrián, Iñaki Gabilondo, Joan Manuel Serrat, Xavier Sardá, Ana Belén, Rosa Aguilar o Víctor Manuel, quienes en tiempos del tribunal aquel que encerrara homosexuales y gitanos, vagos y maleantes, demócratas, estudiantes y obreros, parecían levantar sus voces de protesta e indignación. Hoy, cuando sucede exactamente lo mismo, los mentados jalean a Garzón a la hora de la sentencia injusta, la condena sin pruebas, la violencia gratuita. A eso se llama evolución hacia la democracia.
Algunos expertos en leyes, aseguran que Baltasar no hace otra cosa que aplicar los textos que, en materia de código penal o civil, se deciden y aprueban en el Parlamento. Qué cosa más curiosa que artículos que repugnan a la razón humana y jurídica (Ley de Partidos Políticos), que impide a miles de ciudadanos votar a sus representantes legales, hayan sido el arma favorita de ese Azote de Euskadi, a la hora de consagrar la mordaza colectiva a un inmenso grupo de seres humanos, eso sí, en nombre de la libertad de sus enemigos.
De la misma forma, es decir, utilizando las leyes y reglamentos con precisión y pitufismo metódico, el gran Baltasar podría castigar a un prostático si se le ocurre orinar en un espacio en el que se prohíbe hacer aguas menores, aunque reviente la vejiga del enfermo. Le sugiero que haga lo mismo, para seguir demostrando su pulcritud en la aplicación de la normativa legal, por encima de cualquier considerando, que imponga una buena multa a quien escupa en un local donde estuviera prohibido el salivazo, aunque entre las burbujas del líquido se halle una mosca que se le había colado en la boca al consumidor. De la misma forma, pido a Baltasar que multe a aquel que defeque en lugar vetado para ello, aunque fuere un enfermo aquejado de gastroenteritis aguda, a un chabolista por arrojar basura, a un vendedor ambulante sin permiso aunque se muera de hambre, o a Plácido Domingo si se le ocurre arrancarse por arias en una tasca donde estuviera prohibido cantar. Para Baltasar, la aplicación de la ley está por encima de eximentes; le basta con la sospecha personal, no con el hecho fehacientemente demostrado. Sus sentencias más célebres, por delirantes, son esas en las que aparecen párrafos y oraciones repletas de figuras retóricas, para hacer de la condena una pieza tragicómica, pero no un dechado de sapiencia jurídica.
Como se afirmaba en Endavant: “Una de las primeras y más polémicas actuaciones del juez, fue la llamada Operación Garzón 92, que se realizó días antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona, con el objetivo de atemorizar la disidencia independentista al proyecto olímpico, debido al fuerte carácter españolista y especulativo del espectáculo deportivo. Con los juegos querían dar una buena imagen al mundo de una nueva España democrática y se había de parar cualquier manifestación de rechazo a unas olimpiadas que suponían la militarización y españolización total de la capital catalana. De ahí que y basándose únicamente en declaraciones extraídas bajo tortura, Garzón ordenó la detención y aplicación de la Ley Antiterrorista a sesenta independentistas que fueron encarcelados y maltratados con una violencia y métodos nunca vistos desde el franquismo”.
Un año más tarde, en 1993, Baltasar dejaba claras sus intenciones para medrar política y económicamente, al aparecer como diputado independiente en las listas electorales del PSOE, pero al no cumplir su sueño de ocupar la cartera de Justicia, Garzón abandona el gobierno acusando al entonces presidente Felipe González de haberlo usado como señuelo electoral y de no estar realmente interesado en la lucha contra la corrupción...
A su regreso al Tribunal de Orden Público, ejem… digo a la Audiencia Nacional, Baltasar encontró el modo de cobrarse la revancha haciéndose cargo del caso de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), creados por delincuentes como Barrionuevo, Vera o San Cristóbal, que dejó más de una veintena de muertos, así como historias macabras sobre torturas y detenciones violentas... compensando el golpe al clausurar sin pruebas rotundas el periódico Egin, emisoras como Egin Irratia o la editorial Ardi Beltza, y practicar detenciones y encarcelamientos arbitrarios como el del periodista Pepe Rei ...
Este proceder recibió numerosas críticas y rechazos a nivel internacional, como el pronunciamiento que hicieran las heroicas Madres de la Plaza de Mayo: “Repudiamos con todas nuestras fuerzas la operación policial y represiva ordenada por el Juez Garzón contra el Diario EGIN y la Radio EGIN. De la misma manera en que las Madres de Plaza de Mayo hemos agradecido al citado juez el procesamiento de los genocidas argentinos que ensangrentaron nuestro país, hoy tenemos la obligación de denunciar la conducta vergonzosa y vejatoria de esta persona”.
El colmo de la desfachatez y la sinrazón del amigo Baltasar se cumplen cuando, en Colombia, donde el presidente Uribe aparece como el mayor defensor de la fascista guerrilla paramilitar, el más connotado político al servicio del narcotráfico, se manifiesta en favor de “Un proyecto de estatuto antiterrorista” que no es otra cosa que un GAL a la colombiana. Para colmo, aquel que encarcelara unos meses a los mercenarios de Felipe González, sonríe cuando su compañero de armas jurídicas, el fiscal Zaragoza, se descolgaba con esta frase: "En su conjunto, ese proyecto es perfectamente asumible desde una perspectiva constitucional en un Estado democrático. En España vamos más lejos”. No hace falta ser un lince para adivinar que tras ese adverbio de lugar, se esconde la incomunicación del procesado y lo que esa medida conlleva… hasta la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital más lejano. A Baltasar, tan preocupado por la democracia, no le importa que en abril del 2007, el Relator Especial en cuestiones de tortura de la ONU, Theo Van Boven, como el Comité para la Prevención de la Tortura del Consejo de Europa (CPT), consideraran que “El Estado Español no ofrece garantías suficientes contra la tortura en dependencias policiales”.
Termino ya este artículo sobre el Azote de Euskadi con dos reflexiones. La primera pertenece al tristemente desaparecido Magistrado de la Audiencia Provincial de Madrid, el ejemplar profesional y ciudadano Joaquín Navarro, hecha algunos años antes de morir: “Garzón es un juez que se inventa casi todo. Lo que ocurre es que está actuando respaldado por el poder político y por el Ministerio del Interior. Garzón se permite el lujo de dictar autos de procesamiento o de prisión absolutamente fabulados, dando por demostradas vinculaciones orgánicas y funcionales de diversos sectores con ETA. Lo hizo en el caso de Xaki, asunto en el que está actuando de forma chulesca, y también en el caso de Ekin, inventándose eso de que es el frente político de ETA. También ha encarcelado a personas pacifistas o contrarias a la acción armada, como es el caso de Sabino Ormazabal y Pepe Uruñuela, a quienes conozco personalmente. Eso del frente político es una invención del Ministerio del Interior que el señor Garzón aplica de manera sistemática, sabiendo que sus decisiones, por injustas que sean, son impunes porque están respaldadas por el poder político. Lo mismo ocurre en el caso de AEK, al que seguramente considerará frente cultural de ETA. Sólo falta descubrir que hay un frente religioso de ETA o un frente veterinario. Esto es una caza de brujas que me parece alarmante e inquietante”.
La segunda es de hace unos meses y la firma el excelente abogado belga Paul Bekaert: “La Audiencia Nacional es una de las herencias del régimen franquista. Garzón, que eufemísticamente hablando no es reacio a la publicidad, es el número uno mediático del tribunal de excepción español. El es el padre espiritual, el motor, de la caza indiscriminada de ciudadanos vascos. El ha establecido la criminalización del movimiento independentista en aquella nación. Mete todo en el mismo saco, sitúa en la misma línea a los que en absoluto han utilizado forma alguna de violencia, junto a los que cometen violencia política. Garzón está al servicio de los poderes ejecutivos de los sucesivos gobiernos españoles. A finales de 1997 participé como observador y garante de los Derechos Humanos en el juicio contra el partido Herri Batasuna. Garzón y su equipo llevaron ante la Audiencia de Madrid a 23 miembros de la dirección. Cargos electos, abogados, profesores, periodistas, sindicalistas, trabajadores, activistas, una amplia representación de este movimiento popular se sentó en el banquillo. Ninguno de los sospechosos había cometido ningún delito, poseído o usado armas, ni mucho menos cometido ataques. El juicio fue una farsa. Parecía un espectáculo estalinista de finales de los años 30 en la Unión Soviética. El muro de separación entre los poderes ejecutivo y judicial fue, si no inexistente, sí muy sutil. Todas esas personas fueron a la cárcel a causa de un delito de opinión, o como fuera que ellos lo consideraran. Dos años después, el Tribunal Constitucional revocó esta decisión sin sentir vergüenza. Todos fueron puestos en libertad de inmediato. Aun siendo inocentes se les robó su libertad durante dos años, con el resultado de la pérdida de empleos, familias y personas moralmente laceradas. Garzón tiene aún mucho que aprender de la independencia e integridad de los poderes constitucionales europeos, de los belgas por ejemplo, y su profundo sentimiento de justicia, que se basa en 175 años de experiencia”.
Baltasar, por favor, sé honrado y procésate a ti mismo. Tu autoestima subirá unos puntos.
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