Nuestras pequeñas cosas
Rosa Miriam Elizalde
En una entrevista que he estado transcribiendo este domingo, Fina García Marruz habla de la vida como un aroma, donde cuentan los hechos esenciales de la historia de cada cual, pero también ciertas levedades que nos acompañarán siempre. Fina recuerda la carta que en 1891 le envió José Martí a su madre Doña Leonor, con los Versos Sencillos: «Lea este libro de versos, es pequeño —es mi vida».
Entre mis cosas «pequeñas» de especial intensidad suelo recordar una tarde en el edificio de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, donde se estudiaba la carrera de Periodismo. Cierto matasiete antiimperialista proponía sancionar a un estudiante, entre otras cosas más o menos intrascendentes, porque este usaba un pantalón de mezclilla sospechosamente norteamericano. La voz de una muchacha cambió el giro de la discusión. Parecía un lirio frente a la muralla de los prejuicios, de los estereotipos y las abstracciones del tipo «oportunismo pequeño burgués» y «diversionismo ideológico», que se usaban como comodines para explicar y defender las cosas más contradictorias. Su razonamiento se impuso y la sanción que se había cocinado previamente no fue aceptada. Aunque su rostro me resultaba familiar en los pasillos de la escuela, fue realmente la primera vez que «vi» a Katiuska Blanco.
Desde entonces ha habido para mí tres Katiuskas. La que ese día me sonrió con timidez cuando la esperé en el pasillo para agradecer sus palabras; la que, una vez graduada, se convirtió en un ejemplo de que el Periodismo no era el pariente pobre de la Literatura, y mucho menos una retórica del compromiso, y la amiga de la cual siempre me habló con complicidad Guillermo Cabrera, el inolvidable maestro de mi generación, que la adoraba.
El domingo asistí a la presentación de su nuevo libro Ángel, la raíz gallega de Fidel, biografía del padre de los hermanos Castro Ruz. Empecé a leerla apenas llegué a la casa y ya casi lo termino, con esa sensación que te dejan los libros de los amigos: más que con la vista, leo con el oído. Me parece estar oyendo a Katiuska, su voz que sigue teniendo el tono de los días universitarios, y su historia se queda con las palabras grandes y pequeñas, los hechos grandes y pequeños en la vida de Ángel Castro Argiz. En esa combinación de datos que permanecen en la más fugitiva cotidianidad, percibimos una nueva explicación de por qué fue posible la Revolución Cubana.
La pequeña anécdota da a veces pleno sentido al suceso con mayúscula que la secunda —las vidas de Fidel y de Raúl— y sobre todo da carne y hueso a personajes humildísimos de Cuba y de Galicia que, gracias a la voz de Katy, nos ofrecen otra dimensión de aquellos que acunaron y secundaron la Revolución en torno a la figura de un líder indiscutiblemente genial, pero con la humanidad suficiente como para no dejar de ser un niño travieso, escalador de árboles y montañas, un joven que desde la prisión consuela como cualquier otro a sus padres: «... les escribiré con frecuencia para que sepan de nosotros y no sufran. Los quiere y les recuerda mucho: su hijo, Fidel».
Los aromas de la vida están plenos en este nuevo libro de Katiuska, edición preciosa que cuenta con documentos facsimilares de un extraordinario valor y fotos que subrayan la inalterable fidelidad de la historia. En Ángel... la vida, con sus levedades y glorias, fluye como el agua que corre, pero en la que exclusivamente los hechos importantes, en vez de depositarse en el fondo, emergen a la superficie y alcanzan con Katy ese mar que somos todos sus lectores.
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