Sí, Wilson se llevó el crédito por la Liga de las Naciones –ese ineficaz organismo que nunca hizo nada por evitar la guerra-. Pero él bombardeó la costa mexicana, envió tropas a ocupar Haití y la República Dominicana y metió a Estados Unidos al matadero que fue Europa en la Primera Guerra Mundial, con toda seguridad una de las más estúpidas y mortíferas guerras de la lista.
Y claro, Theodore Roosevelt gestionó una paz entre Japón y Rusia. Pero fue un amante de la guerra: participó en la conquista estadunidense de Cuba haciendo creer que la liberaba de España mientras le apretaba las cadenas estadunidenses a esa pequeña isla. Y como presidente encabezó la sangrienta guerra para subyugar a los filipinos, al punto de felicitar al general estadunidense que justo acababa de masacrar a 600 pobladores indefensos. El Comité no le dio el Premio Nobel a Mark Twain, quien denunció a Roosevelt y criticó la guerra, ni a William James, líder de la liga antimperialista.
Ah, sí. Al comité le pareció bien otorgarle el premio de la paz a Henry Kissinger, porque firmó el acuerdo final que terminó la guerra en Vietnam, de la cual fue uno de los arquitectos. Kissinger, que obsequioso le siguió la línea a la expansión de la guerra que Richard Nixon promovió, con los bombardeos a las comunidades campesinas de Vietnam, Laos y Camboya. Kissinger, que encarna con mucha precisión la definición de lo que es una guerra criminal, a ése le dan el Premio Nobel de la Paz.
No deberían otorgar el premio de la paz sobre la base de las promesas hechas –como ocurre con Obama, un elocuente fabricante de promesas– sino sobre la base de logros reales encaminados a poner fin a una guerra, y Obama continúa con acciones militares letales e inhumanas en Iraq, Afganistán y Pakistán.
El comité del Nobel de la Paz debería retirarse tras entregar sus enormes fondos a alguna organización internacional de la paz que no se apantalle con el estrellato y la retórica, y que tenga algún entendimiento de la historia.
Traducción: Ramón Vera Herrera
* Howard Zinn es autor de muchos libros, incluido A Power Governments Cannot Suppress y el clásico que ya vendió más de un millón de copias: A People’s History of the United States.
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