sábado, 2 de enero de 2010

Palabras para animar a participar en una Puta polémica literaria

Caín, una novela dentro de la saga de La Biblia atea de Saramago

Hace nada que acabé de leer la última novela de José Saramago, Caín. En vez de celebrar el final del 2009 con el rito inventado hace 100 años en Alicante de tomar las doce uvas, una por cada mes que hay en un año, decidí hincarle el diente a las últimas cien páginas que me quedaban de la novela del escritor portugués. Creo que ha sido un buen fin para el 2009 y un excelente comienzo del 2010. Creo que ha valido la pena el no repetir los caminos trillados de las espantosas ceremonias de la tradición comercial.

No es lo único que he leído del él, pero desde que le concedieron el oprobioso Premio Nóbel de Literatura, no se me hacía nada cómodo enfrentarme a la escritura de este nieto de campesinos portugueses. Me encantó el Ensayo sobre la ceguera. Pero, quizás, porque lo leí antes de 1998. Se me resistió La caverna. Abandoné su lectura a las pocas páginas. Igual dentro de unos días, si encuentro esa novela entre mi desorden selvático donde habito, la vuelva a leer, la retome y la concluya. Seguramente lo haré por el buen sabor de boca que me ha dejado Caín.

Si alguien quiere clavarle el ojo que lo haga sin prejuicios. Creo que Saramago ha vuelto a uno de sus temas claves: poner en entredicho la memoria tradicional que le fue inculcada mediante relatos bíblicos. Y lo ha hecho desde su singular maestría. Como él suele hacerlo.

Pareciera que Caín ha sido escrito por un adolescente. Me da pena pensar en a edad real del escritor portugués. Nació en Azhinaga allá por el lejano 1922, entra ya en su posible octogésimo octavo aniversario. Seguramente alguna gente muy docta, según los parámetros meritocráticos de la escolástica eclesiástica, le reproche muchas cosas a la manera en que Saramago realiza su personal ajuste de cuentas con el dios bíblico del Antiguo Testamento.

Como ha destacado en una breve nota su compañera y traductora a la lengua hispanoamericana, Pilar del Río Sánchez, este nuevo libro de Saramago no es un ensayo, ni un tratado, ni un libro de historia académica. Es pura ficción. Pero aunque es literatura. Y de la muy buena. No es sólo eso. Es mucho más.

En Caín Saramago nos muestra sus cartas bocarriba. Quizá por eso pueda haber mucha gente que se moleste y se indigne. Ya los ha habido en su país de origen. Hasta un diputado portugués en el Parla/miento europeo le ha puesto su nacionalidad en entredicho. Tal vez lo del Nobel haga que muchos otros se repriman y no expresen sus maledicencias en público de la misma manera. No quiero ni pensarme qué se le haría si el escritor portugués no fuera quien es y fuera un pobre adolescente al que le hubiera dado por escribir una historia como Caín. Por eso nos interesa confrontar lo que nos enseña Saramago con su escritura a diario. Pocas personas actúan sin miedos y sin esperanzas como él. Podría decir que cumple a las mil maravillas los requisitos que un sabio en óptica y, por tanto, en Ética como Spinoza les exigía a cualquier ciudadano que fuera realmente libre. A veces los medios de incomunicación y manipulación –sin piedad– de masas nos revientan en la cara el trabajo del escritor hispanoportugués. Y su polivalente ubicuidad se nos quiere hacer pasar como problemática y superficial. Pero hay que estar siempre alerta ante las constantes manipulaciones que esos medios hacen a diario.

Caín, debería sobrar decirlo, es una excelente novela. Saramago juega con el tiempo histórico de una manera magistral. Hace del personaje caín un protagonista de los relatos más crueles que aparecen en las profanas escrituras bíblicas. Lo mismo lo hace aparecer en la historia del arca de noé que cuando abraham tiene que casi sacrificar a su propio hijo por exigencias de su señor amo. Para algunos de quienes se dediquen a oficiar en los púlpitos de la tres veces santa madre iglesia católica apostólica y romana se rasgarán las vestiduras ante tamaño despropósito. Quizá algunos sientan hasta nostalgias de antiguos métodos inquisitoriales para poner la cabeza de Saramago en el presidio que según ellos le corresponde. Pero Saramago pasa revista a través de caín de las crueldades a las que el amo de los judíos sometió a su pueblo elegido. Y hay burla, por supuesto. Los que somos hijos de la comedia griega echamos de menos que Saramago no explicite su novela con rasgos más aristofánicos o hasta pantagruélicos. Pero eso quizá habría sido demasiado subversivo. Saramago no llega a tanto.

Si el docente berlinés Hegel escribió hace ya casi dos siglos que la filosofía no es más que la autoconsciencia de nuestro tiempo contemporáneo expresada en conceptos, se podría decir que el Caín de Saramago tiene bastante de una cierta prefilosofía materialista de la religión. Pero una literatura prefilosófica de la religación hecha desde una óptica materialista, erótica e histórica. Y lo mejor que tiene esa obra de ficción es que es un libro profano que se puede leer por cualquiera que esté inmerso en nuestra actual atmósfera cultural. Esa es una de las cositas que más me gusta de la escritura de Saramago, a saber: que pone por escrito historias que están en el aire. Y la forma de expresarlo genera o puede llegar a producir cierta empatía social.

Por eso es importante que sus libros no se queden inertes en los estantes de las bibliotecas. Que se muevan y que ayuden a crear consciencia de lo que somos y podemos llegar a ser. Saramago pertenece por decisiones sabiamente tomadas de consciencia de clase social y política a la tradición emancipatoria de un Ludwig Feuerbach o de un Ernst Bloch. Quien se quede insatisfecho con alguno de sus planteamientos que no se quede paralizado como en uno de sus poemas el viejo Bertolt Brecht al borde del camino, sino que siga profundizando por las sendas perdidas de los inmensos bosques de nuestra fraterna liberación humana. Quizá pueda encontrar veredas que nos ayuden a ver mejor nuestro horizonte político.

1 comentario:

ClaudiaROJA dijo...

¡Hay que ver a cuanta gente le gusta darle bola a los temas divinos!, ¡eh! Cuando la verdad verdadera es tan sencilla como decir: Dios no existe, quizá sí que hayan existido miles y miles de dioses: esto es, señores, amos, líderes, héroes, seres humanos excepcionales, modélicos: ¡de una violencia y crueldad que raya en los abismos más demoníacos del infierno!. Hablar de Dios ha sido un invento hecho por parte de unos sujetos que han estado muy, pero que muy SUJETOS a unas estructuras mentales. Que han sabido "muy bien" infundir discursos mediante miedos y esperanzas. Eso son unos hechos realmente históricos: estudiables, pero ¿indiscutibles?. Si a todo eso se añade que la división social del trabajo ha mantenido, mantiene y mantendrá en la ignorancia y el analfabetismo a la población lumpen y proletaria, pues... a buenos entendedores... ¿pocas palabras bastan? Porque la gente que labura a diario y casi sin parar no tienen ni tiempo ni ganas para hacerse preguntas que estén MÁS ALLÁ de su pobre horizonte vital y se conforman con las fórmulas elaboradas por gentes ociosas y muy cultivadas en el espíritu de fabular y contar mentiras. A ese oficio pertenece, por supuesto, también un escritor como Saramago. Pero con una diferencia: él rompe –al menos, lo intenta con sus pocos medios como los estilísticos, los temáticos,(...)– los esquemas... ¿se me entiende?