domingo, 31 de enero de 2010

De las Putas Luces se nos invita a contemplar un buen apagón (Homenaje a RIP en su imposible 56º aniversario)


Apología del apagón
Santiago Alba Rico
La Calle del Medio (Cuba)
www.rebelion.org 31/01/2010

Este texto forma parte de un libro de inminente aparición, "El naufragio del Hombre", del que también es autor Carlos Fernández Liria y que publicará la editorial Hiru: http://www.hiru-ed.com/COLECCIONES/PENSAR/El-naufragio-del-hombre.htm


Los aeropuertos se han convertido en el símbolo y el motor de la civilización capitalista: lugares de paso –hacia otros lugares de paso– donde está siempre a punto de estancarse un tiempo muerto, o un tiempo-basura, cuya superfluidad total sólo puede dirigirse hacia el consumo. En el Leonardo da Vinci, en Roma, hace dos años, tuve una experiencia angustiosa. En tránsito hacia Túnez, me dirigía hacia mi puerta de embarque por un pasillo de maravillas, flanqueado por una sucesión de cafés, comercios y boutiques –todas las marcas, todos los prestigios– que saturaban de luz cegadora hasta el último rincón del campo visual. De pronto, a mi derecha, un enorme cartel apremiante me alertó de las consecuencias de seguir avanzando. Se me encogió el corazón. “ATENCIÓN. Todavía está usted a tiempo de volver atrás. A partir de este punto ya no hay tiendas”. Lo malo no es que a partir de ese punto no hubiera tiendas; es que no había nada. Las puertas de embarque habían sido confinadas en un espacio intencionadamente desnudo y sombrío, sucio y vacío, abandonado a su suerte. Como en los cuentos, si se hacía caso omiso de la advertencia se pasaba abruptamente de un mundo brillante y colorido a otro sórdido y amenazador: de la felicidad a la pesadumbre, de la libertad a la prisión, de la luz a la oscuridad. El efecto era tan traumático que resultaba imposible no volver sobre los propios pasos para buscar con ansiedad, no alimentos, bebidas o chucherías, no, sino un poco de luz eléctrica.

Somos adictos al sexo, a la velocidad, a los espectáculos, al plástico, pero somos adictos, sobre todo, a la luz eléctrica. No hay nada de extraño en nuestra dependencia energética; sin ella ni la industria ni la sanidad ni la cultura serían ya posibles. Lo extraño es nuestra dependencia estética; el hecho, es decir, de que esa luz que el novelista inglés Robert Louis Stevenson consideraba, por contraste con la del fuego, “un horror para realzar otros horrores”, nos parezca tan hermosa, hasta el punto de que su prestigio se utiliza para reforzar todas las otras adicciones. La Razón, que los franceses llamaban les lumières –las luces– sólo necesitaba una lamparita para activarse; las luces que persiguen y destierran hoy todas las sombras han acabado por ofuscar y cegar a la Razón misma. ¿Necesitamos tanta luz? ¿Es realmente bonita la luz eléctrica? ¿Es de verdad interesante una luz que no produce sombras?

Nunca me atrevería a hacer en Cuba una “apología del apagón”, pero todos los niños saben cuántos mundos más excitantes se ocultan detrás de ese muro de claridad plana; cuando cae se levantan tras él profundidades inauditas. En las casas tradicionales japonesas, nos cuenta el escritor Tanizaki, el centro del hogar no era la televisión sino un “hueco” –el toko no ma– destinado a delimitar una sombra como punto de arraigo y exploración de la mirada. La sombra, que es la ropa del tiempo, ha sido arrancada de todas las superficies en un frenesí de vatios, trapos y cosméticos. No sólo hemos acabado por identificar la seguridad, la higiene y la belleza con la luz eléctrica sino que también la asociamos a la emoción del espectáculo. Al contrario de lo que le ocurre a la razón, nada inmóvil y oscuro puede atraer la mirada del consumidor.

Y sin embargo, el primer espectáculo, aquel que define al ser humano como precisamente humano, aquel del que ha surgido todo lo que hemos hecho y todo lo que somos, tiene que ver con la oscuridad y la quietud. El exceso de luz del capitalismo, lo sabemos, tiene un coste ecológico insostenible: el mediodía perpetuo de las grandes ciudades –mientras 2.000 millones de personas permanecen a oscuras– consume 1,5 Gtep de energía eléctrica, del que el 81% procede de centrales termoeléctricas. Dubai, el país con la mayor huella ecológica del planeta, acaba de construir la torre más alta del mundo, 860 metros, cuyo consumo diario de electricidad –mientras un keniata disfruta de tan sólo 140 kwh al año– equivale a 500.000 bombillas de 100 w encendidos al mismo tiempo y sin interrupción. Pero la llamada “contaminación lumínica” no tiene sólo un coste ecológico de dimensiones catastróficas; se acompaña también de una catástrofe cultural, estética, antropológica. En el campo, en una noche sin luna, pueden verse a ojo desnudo hasta 2.500 estrellas. En las ciudades, donde vive ya la mayor parte de la humanidad, si levantamos la cabeza (¿y quién va a levantar la cabeza habiendo escaparates iluminados a un lado y otro de la calle?) apenas si alcanzamos a distinguir entre diez y doscientas estrellas, según se viva más o menos cerca del centro urbano. Un estudio de Global at night indica que el 99% de la población estadounidense y europea y los dos tercios de la población mundial vive bajo un cielo fotocontaminado. Más inquietante aún: el 93% de los habitantes de Estados Unidos, el 90% de los europeos y el 40% de la población mundial vive en un permanente y artificial claro de luna. Pero más inquietante aún: el 80% de los estadounidenses, el 70% de los europeos y más de un cuarto de la población mundial vive en un falso plenilunio ininterrumpido. Para ellos –para nosotros– nunca llega a hacerse realmente de noche, de manera que hemos perdido la posibilidad de ver la Vía Láctea; es decir, la galaxia en la que habitamos y que nos permite orientarnos en el cosmos. Nuestros cielos son tapas o valvas que ocultan el firmamento. Como moluscos, estamos encerrados dentro.

¿Es muy grave esta pérdida? En uno de sus más famosos poemas de amor, Neruda escribió: “La noche está estrellada y tiritan, azules, los astros a lo lejos”. Al final de una de sus más famosas obras, el filósofo Kant escribió: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”. Y en uno de los pasajes de una de sus más famosas novelas, Joseph Conrad escribió: “Era una de esas noches claras, estrelladas, cubiertas de rocío, que oprimen el espíritu y aplastan nuestro orgullo con la brillante prueba de la terrible soledad, de la oscura insignificancia desesperada de nuestro planeta”.

¿Y qué? ¿Es tan grave no poder escribir ya frases como ésta? ¿Habrá que conservar las estrellas por cursi elitismo literario? No. Fueron necesarios millones de años de evolución para que una criatura viva se irguiese sobre sus pies, rellenase su casco craneal y levantase sus ojos hacia las estrellas. Desde allí se vio, desde allí se conoció, desde allí interiorizó sus límites: mediante ese gesto de alzar la cabeza hacia el cielo para compararse con él, un animal –y sólo ése– se hizo humano. El amor, la moral, la razón, la conciencia de la mortalidad –que es de lo que hablan Neruda, Kant y Conrad cuando evocan las estrellas– son inseparables de esa transformación. Y la contaminación lumínica, por tanto, tiene el efecto de un retroceso catastrófico en la evolución filogenética de la Humanidad. En un tiempo estuvimos encerrados en valvas, escamas, plumas, pieles, sin ninguna salida a la luz; hoy estamos encerrados precisamente en nuestra luz, de la que no podemos salir hacia las estrellas.

Es imperativo desintoxicarse de la luz eléctrica, reacostumbrarse a la belleza de las sombras, recuperar el misterio y profundidad de la razón. Sí, me voy a atrever a hacer una apología del apagón: del apagón controlado, relativo, igualitario, liberador, humanizador. De ese apagón que embridará los vatios y desnudará los astros, velados por un puritano exceso de luz. De ese apagón que apagará Dubai y Nueva York y encenderá la Osa Mayor. De ese apagón, en fin, del que depende, en materia y en espíritu, la posibilidad misma de formar parte de la Humanidad.

¿Es apagón? ¿O es revolución?

Enlace a la editorial Hiru: http://www.hiru-ed.com/COLECCIONES/PENSAR/El-naufragio-del-hombre.htm

sábado, 30 de enero de 2010

Hiru vuelve a juntar a esta Pareja de Des(H)echo: DE PUTA MADRE

"El naufragio del Hombre"

Santiago Alba Rico / Carlos Fernández Liria

Una madre tarda nueve meses en gestar un niño; un enamorado tarda años en explorar el cuerpo de la amada; un poeta tarda décadas en gestar una metáfora; un pueblo tarda siglos en construir una historia; y un dios cualquiera tarda milenios en construir un mundo. Destruir una manzana con los dientes es muy agradable, sobre todo cuando se hace en compañía; pero destruir en solitario la ropa, los electrodomésticos, las casas -cada vez más deprisa, cada vez más deprisa, como demanda el mercado- no produce placer: produce sólo hambre. El hambre es incompatible con la civilización. Es incompatible con la humanidad. Es el naufragio del Hombre. Bueno, ¿y qué? ¿Y qué si el Hombre es una antigualla?¿Y qué si de todos modos seguimos teniendo Historia y Sociedad? Pero si el Hombre caduca, ¿qué hay más allá de él? ¿Qué se anuncia más allá de lo humano? La razón ilustrada había prometido la ciudadanía universal: la igualdad, la libertad, la fraternidad. Pero es el capitalismo, y no la ilustración, el que ha dejado al Hombre a sus espaldas para instalar los cuerpos en una realidad post-humana. Ahora son los propios seres humanos los que corren detrás de la Historia, con la lengua fuera. Y cuando logran alcanzarla, de ellos sólo queda su pellejo o, aún peor, su imagen: por el camino han dejado sus ritos, sus dioses, sus ancestros, sus lazos tribales, sus densidades culturales, incluso su sexo o su edad. En su lugar encuentran la proletarización de los trabajos y los placeres y la amenaza de la destrucción planetaria.

Carlos Fernández Liria (Zaragoza, 1959) es Profesor de Filosofía de la UCM. Es autor de los libros Geometría y Tragedia. El uso público de la palabra en la sociedad moderna (Hiru, 2002), El materialismo (Síntesis, 1998), Sin vigilancia y sin castigo. Una discusión con Michel Foucault (Libertarias, 1992). También es coautor de Educación para la ciudadanía. Democracia, Capitalismo y Estado de Derecho (Akal, 2007) y un libro de texto para 4º de la ESO titulado Etica Cívica (Akal, 2008). Junto con Luis Alegre, ha publicado Comprender Venezuela, pensar la democracia (Hiru, 2006) y Periodismo y Crimen. El caso Venezuela 11-04-02 (Hiru, 2002). Con Santiago Alba Rico es coautor de los libros Cuba 2005 (Hiru, 2005), Cuba: la Ilustración y el socialismo (La Habana, 2005) y los libros Dejar de pensar (Akal, 1986) y Volver a pensar. Una propuesta socrática a los intelectuales españoles (Akal, 1989). Es colaborador habitual de las revistas Viento Sur, Logos, Archipiélago, El Viejo Topo, y del diario Público. Próximamente publicará, junto a Luis Alegre, un estudio sobre Marx titulado El orden de “El Capital” (Akal). Durante los años ochenta, fue guionista programa de televisión La Bola de cristal (TVE-1).

Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1984 y 1991 fue guionista de tres programas de televisión española (La Bola de Cristal entre ellos). Entre sus obras, se cuentan los ensayos Dejar de pensar y Volver a pensar, escritos con Carlos Fernández Liria, Las reglas del caos (finalista del premio Anagrama 1995), La ciudad intangible, El islam jacobino, Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos (Hiru), Leer con niños y Capitalismo y nihilismo, así como dos antologías de sus guiones: Viva el Mal, viva el Capital y Viva la CIA, viva la economía. Es también autor de un relato para niños de título El mundo incompleto y ha colaborado en numerosas obras colectivas de análisis político (el 11-S, el 11-M, Cuba, Venezuela, Iraq, etc.). Desde 1988 vive en el mundo árabe, habiendo traducido al castellano al poeta egipcio Naguib Surur y al novelista iraquí Mohammed Jydair. En los últimos años viene colaborando en numerosos medios (Rebelión, Archipiélago, Ladinamo, Diagonal etc.). Ha publicado junto a Pascual Serrano el libro Medios violentos (palabras e imágenes para la guerra), y en colaboración con Carlos Fernández Liria Cuba; la ilustración y el socialismo.

Nº de páginas: 178
PVP: 17

lunes, 11 de enero de 2010

AUNQUE LA MONA SE VISTA DE SEDA: GenIDEOlogía FrancoBourbónica de una Bribona del Reino


La vicepresidenta primera del Gobierno es propietaria de un piso situado en la madrileña calle de Hernani cuyo valor actual se aproximaría a los 600.000 euros, mientras que su hermano Jesús Fernández de la Vega tuvo otra casa en la misma finca que vendió en 2002 por 420.708,478 euros. Ambos pisos, con una superficie total de 128 metros cuadrados, están dentro de un inmueble expropiado a sus legítimos dueños durante el régimen de Franco, y que fue vendido posteriormente por el Ayuntamiento de Madrid al Patronato de funcionarios del Ministerio de Trabajo, según consta en el Registro de la Propiedad de Madrid.

Los hermanos De la Vega se convirtieron en propietarios de estos inmuebles gracias a que su padre, Wenceslao, era abogado-inspector de Trabajo y desempeñaba sus tareas como funcionario en el ministerio. La finca en cuestión tiene una extensión de 3.913 metros cuadrados y fue expropiada en la década de los años 60 por la Comisión de Planeamiento y Coordinación del Área Metropolitana de Madrid (Coplaco), dentro del llamado "ensanche de la Castellana".

El padre de De la Vega ejerció de Inspector de Trabajo y, por su labor, Wenceslao Fernández de la Vega Lombán fue condecorado con la "Orden del Mérito en el Trabajo con categoría de plata y ramas de roble", con ocasión de la fiesta del 18 de Julio de 1971.

lunes, 4 de enero de 2010

La puta miseria de los Bribones del Reino FrancoBourbónico

A la cola europea en cuanto a avances sociales pero en cabeza del beneficio empresarial, del pelotazo y de la corrupción
633,30 euros. Ni tienen vergüenza ni la han conocido



La llegada del nuevo año no hace sino colmarnos de parabienes. Por ejemplo, el salario mínimo interprofesional ha subido nada menos que hasta los 633,30 euros al mes. Gracias a que tenemos la suerte de contar con un Gobierno socialista que, aun defendiendo en todo momento el interés general de España, pone el acento en los sectores menos favorecidos que componen esta gran nación. Con 633,30 euracos al mes la igualdad social, por la que murieron muchos socialistas en el 36, está a punto de ser conseguida.

633,30 euros mensuales significan 21,11 diarios o lo que es lo mismo 2,63 a la hora, siempre que la patronal y el Gobierno no aumenten la jornada laboral más de las 40 horas semanales como ahora. Zapatero prometió al inicio de su mandato una subida anual del SMI de un 8%, ahora ofrecía un 1% y tras una ardua lucha de los sindicatos de clase CCOO y UGT que se han batido en lucha contra el Gobierno y la patronal como auténticos bolcheviques, se ha quedado en un 1,5%. [La lucha ha sido dialéctica, no en un sentido marxista sino en el meramente oral, porque estos sindicatos no son partidarios de huelgas y enfrentamientos estériles que a nada conducen]. Y el consenso y la concertación social es lo que tienen, para el patrón beneficios, para los sindicatos subvención y para ti 2,63 a la hora. No es de extrañar que aumente la oferta de actividades sexuales previo pago. Muy hecho unos zorros debe de estar uno si no consigue más de 2,63 a la hora por prostituirse en una cama en vez de hacerlo en una cadena de montaje, una obra, o en un mostrador de El Corte Inglés.

En el 2008, (ruego me disculpen por no disponer de datos más actuales), el SMI, con Gobierno socialista, en lo que llaman España, se situaba en 600 euros. En otro estado como el holandés, con Gobierno conservador, la cantidad era de 1.357 euros. ¡Hombre claro Holanda -se me dirá-, un país avanzado donde uno puede fumar lo que le apetezca o le salga de las gónadas! Bien, de acuerdo, pero en la católica Irlanda el salario mínimo en 2008 era de 1.462 euros, es decir, dos veces y media más. España era, es y lo seguirá siendo la cola europea en cuanto a avances sociales y, por lo mismo, se halla en cabeza del beneficio empresarial, del pelotazo y de la corrupción. Porque esto último conlleva lo anterior.

José Luis Rodríguez Zapatero, socialista de talante, cobra 7.665 euros mensuales, dietas y gastos aparte. Celestino Corbacho Chaves, flamante Ministro de Trabajo e Inmigración, percibe unos 6.763 mensuales, dietas y gastos aparte. María Emilia Casas Baamonde, presidenta del Tribunal Constitucional, es decir la que vela por la Constitución española que a todos nos iguala, se lleva a casa 12.195,21 mensuales de vellón.

¿Se puede hablar de democracia, siquiera formal, en un país donde un ciudadano puede cobrar veinte veces menos que el funcionario que dicen está a su servicio? Estos son los socialistas, los del cambio y los sindicalistas, de clase. Cuando vean a alguno de ellos no duden en agradecérselo como corresponde.

Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20100103/175071/es/63330-euros-Ni-tienen-verguenza-han-conocido

sábado, 2 de enero de 2010

Palabras para animar a participar en una Puta polémica literaria

Caín, una novela dentro de la saga de La Biblia atea de Saramago

Hace nada que acabé de leer la última novela de José Saramago, Caín. En vez de celebrar el final del 2009 con el rito inventado hace 100 años en Alicante de tomar las doce uvas, una por cada mes que hay en un año, decidí hincarle el diente a las últimas cien páginas que me quedaban de la novela del escritor portugués. Creo que ha sido un buen fin para el 2009 y un excelente comienzo del 2010. Creo que ha valido la pena el no repetir los caminos trillados de las espantosas ceremonias de la tradición comercial.

No es lo único que he leído del él, pero desde que le concedieron el oprobioso Premio Nóbel de Literatura, no se me hacía nada cómodo enfrentarme a la escritura de este nieto de campesinos portugueses. Me encantó el Ensayo sobre la ceguera. Pero, quizás, porque lo leí antes de 1998. Se me resistió La caverna. Abandoné su lectura a las pocas páginas. Igual dentro de unos días, si encuentro esa novela entre mi desorden selvático donde habito, la vuelva a leer, la retome y la concluya. Seguramente lo haré por el buen sabor de boca que me ha dejado Caín.

Si alguien quiere clavarle el ojo que lo haga sin prejuicios. Creo que Saramago ha vuelto a uno de sus temas claves: poner en entredicho la memoria tradicional que le fue inculcada mediante relatos bíblicos. Y lo ha hecho desde su singular maestría. Como él suele hacerlo.

Pareciera que Caín ha sido escrito por un adolescente. Me da pena pensar en a edad real del escritor portugués. Nació en Azhinaga allá por el lejano 1922, entra ya en su posible octogésimo octavo aniversario. Seguramente alguna gente muy docta, según los parámetros meritocráticos de la escolástica eclesiástica, le reproche muchas cosas a la manera en que Saramago realiza su personal ajuste de cuentas con el dios bíblico del Antiguo Testamento.

Como ha destacado en una breve nota su compañera y traductora a la lengua hispanoamericana, Pilar del Río Sánchez, este nuevo libro de Saramago no es un ensayo, ni un tratado, ni un libro de historia académica. Es pura ficción. Pero aunque es literatura. Y de la muy buena. No es sólo eso. Es mucho más.

En Caín Saramago nos muestra sus cartas bocarriba. Quizá por eso pueda haber mucha gente que se moleste y se indigne. Ya los ha habido en su país de origen. Hasta un diputado portugués en el Parla/miento europeo le ha puesto su nacionalidad en entredicho. Tal vez lo del Nobel haga que muchos otros se repriman y no expresen sus maledicencias en público de la misma manera. No quiero ni pensarme qué se le haría si el escritor portugués no fuera quien es y fuera un pobre adolescente al que le hubiera dado por escribir una historia como Caín. Por eso nos interesa confrontar lo que nos enseña Saramago con su escritura a diario. Pocas personas actúan sin miedos y sin esperanzas como él. Podría decir que cumple a las mil maravillas los requisitos que un sabio en óptica y, por tanto, en Ética como Spinoza les exigía a cualquier ciudadano que fuera realmente libre. A veces los medios de incomunicación y manipulación –sin piedad– de masas nos revientan en la cara el trabajo del escritor hispanoportugués. Y su polivalente ubicuidad se nos quiere hacer pasar como problemática y superficial. Pero hay que estar siempre alerta ante las constantes manipulaciones que esos medios hacen a diario.

Caín, debería sobrar decirlo, es una excelente novela. Saramago juega con el tiempo histórico de una manera magistral. Hace del personaje caín un protagonista de los relatos más crueles que aparecen en las profanas escrituras bíblicas. Lo mismo lo hace aparecer en la historia del arca de noé que cuando abraham tiene que casi sacrificar a su propio hijo por exigencias de su señor amo. Para algunos de quienes se dediquen a oficiar en los púlpitos de la tres veces santa madre iglesia católica apostólica y romana se rasgarán las vestiduras ante tamaño despropósito. Quizá algunos sientan hasta nostalgias de antiguos métodos inquisitoriales para poner la cabeza de Saramago en el presidio que según ellos le corresponde. Pero Saramago pasa revista a través de caín de las crueldades a las que el amo de los judíos sometió a su pueblo elegido. Y hay burla, por supuesto. Los que somos hijos de la comedia griega echamos de menos que Saramago no explicite su novela con rasgos más aristofánicos o hasta pantagruélicos. Pero eso quizá habría sido demasiado subversivo. Saramago no llega a tanto.

Si el docente berlinés Hegel escribió hace ya casi dos siglos que la filosofía no es más que la autoconsciencia de nuestro tiempo contemporáneo expresada en conceptos, se podría decir que el Caín de Saramago tiene bastante de una cierta prefilosofía materialista de la religión. Pero una literatura prefilosófica de la religación hecha desde una óptica materialista, erótica e histórica. Y lo mejor que tiene esa obra de ficción es que es un libro profano que se puede leer por cualquiera que esté inmerso en nuestra actual atmósfera cultural. Esa es una de las cositas que más me gusta de la escritura de Saramago, a saber: que pone por escrito historias que están en el aire. Y la forma de expresarlo genera o puede llegar a producir cierta empatía social.

Por eso es importante que sus libros no se queden inertes en los estantes de las bibliotecas. Que se muevan y que ayuden a crear consciencia de lo que somos y podemos llegar a ser. Saramago pertenece por decisiones sabiamente tomadas de consciencia de clase social y política a la tradición emancipatoria de un Ludwig Feuerbach o de un Ernst Bloch. Quien se quede insatisfecho con alguno de sus planteamientos que no se quede paralizado como en uno de sus poemas el viejo Bertolt Brecht al borde del camino, sino que siga profundizando por las sendas perdidas de los inmensos bosques de nuestra fraterna liberación humana. Quizá pueda encontrar veredas que nos ayuden a ver mejor nuestro horizonte político.

viernes, 1 de enero de 2010

Desde el corazón venezolano: QUE NOS SEA SUBVERSIVO EL CAÓTICO 2010 que se nos avecina: ¡¡¡SALUD Y REVOLUCIÓN!!

La prostitución sistemática de las Putas palabras

Cronopiando

Eufemismos

Koldo Campos Sagaseta

Rebelión

Uno de los aspectos que mejor delata la inmoralidad de quienes rigen los destinos del mundo y que, como el nuevo Nobel de la Paz, representa a quienes más enarbolan la violencia como conducta, la tortura como terapia, el crimen como oficio y la guerra como negocio, es el nutrido y generoso inventario de eufemismos con que buscan ocultar los muertos y miserias que provocan su mercado y maneras. De hecho, consumen eufemismos con tal voracidad que nunca van a dejar de necesitarlos.

Cuando el capitalismo agotó sus coartadas y comenzó a mostrar, incluso, a los ciegos, sus repugnantes entrañas, le cambiaron el nombre y pasó a conocerse como “globalización”. Definen como “macroeconomía” al arte de producir microciudadanos; “desarrollo sostenido y sustentable” a la acelerada destrucción del planeta; y progreso a la hambruna y desgracia general.

“Daños colaterales” llaman a la relación de personas asesinadas en sus múltiples misiones de reconstrucción y paz, cuando los bombardeos, presuntamente, resultan errados. “Objetivos alcanzados” llaman a la nómina de personas asesinadas en sus múltiples “guerras humanitarias”, cuando sus bombardeos, supuestamente, aciertan con el blanco. Y no importa que los daños colaterales tengan muñones y los objetivos alcanzados guarden memoria, se puede matar en nombre de la vida y hacer la guerra en nombre de la paz.

La juvenil ministra española de Defensa, eufemismo ya institucionalizado para definir el Ministerio de la Guerra, a la vez que se declaraba acérrima enemiga de eufemismos y dobles lenguajes, advertía a la opinión pública que no sólo se proclamaba pacifista sino que, actualmente, “los ejércitos también lo son”. Ejércitos cuyos estados llaman “guerras preventivas” a sus sangrientas incursiones militares al margen de cualquier derecho y orden internacional, por más que ambos conceptos, como el de Naciones Unidas, sigan siendo tristes eufemismos.

Si George Bush animó la “guerra preventiva”, para invadir y masacrar a preventivos enemigos, su hermano Jeb Bush instauró en Florida el mismo embozo, “disparo preventivo” para que la ciudadanía de bien pudiera balear impunemente a cualquier preventivo sospechoso. De igual forma que la sospecha de armas de destrucción masiva en manos de un país árabe puede servir de excusa para desencadenar una “guerra preventiva” que destruya esa amenaza, la sospecha de una pistola en manos de un negro puede servir de pretexto para desencadenar una “balacera preventiva” que elimine ese peligro.

Llaman “bombardeos de rutina” a la metódica destrucción de vidas y bienes ajenos sí, por ejemplo, un presidente que pierde popularidad por haber sido sorprendido en “relaciones impropias” con una becaria ajena y haber mentido públicamente a todo el país por televisión, necesita con urgencia un repunte estadístico que confirme su recuperación. En ese sentido, pocas acciones son tan productivas como un rutinario bombardeo sobre Irak.

Obviamente, la comunidad internacional, otro eufemismo más para designar a los Estados Unidos y a los cómplices que lo secundan, siempre ha de velar porque “la respuesta sea proporcionada”, eufemismo que sugiere la posibilidad de dejar a alguien con vida.

La CIA, a mediados de los setenta, decidió suprimir en todos sus informes y documentos la palabra “asesinato”, para sustituirla por “neutralización” y convertir, gracias al diccionario, los cadáveres en “neutralizados”.

Los valientes talibanes que defendieron su patria de la grosera invasión soviética, y que fueron bautizados por el presidente estadounidense Reagan como “paladines de la libertad”, una guerra más lejos y un presidente más tarde, por los mismos motivos, fueron calificados como sanguinarios terroristas que matan por matar. Paladines de la libertad también fueron para los estadounidenses sus hordas mercenarias a ambos lados de la Nicaragua sandinista.

Posada Carriles, uno de los responsables, entre otros crímenes, de la voladura de un avión cubano en el que murieron 76 personas, casi todas deportistas, para muchos medios de comunicación y agencias, es un “partisano anticastrista”, o un “disidente cubano”.

El ex ministro del Interior español, José Barrionuevo, juzgado, condenado y puesto en libertad por sus vinculaciones con el GAL, afirmaba que el terrorismo de Estado y sus múltiples nomenclaturas, especialmente el GAL, no era sino “un grupo heterogéneo de personas que cometen delitos”. Le faltó agregar que, además, impunemente. En cualquier caso, ya antes lo había dejado claro, entre otros, Martín Villa, uno de los tantos impunes que le precedieron en el cargo a Barrionuevo y también en el uso de los eufemismos: “lo nuestro son errores, lo de ellos son crímenes”.

Louis Caldera, secretario técnico de los Estados Unidos, tras verse obligado a cerrar hace diez años la “Escuela de las Américas” para abrir en su lugar el “Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de Seguridad”, eufemismo con el que se sigue conociendo la factoría de dictadores que Estados Unidos tiene para su “región” y que Robert McNamara, ex ministro de Defensa, recientemente fallecido, aplaudiera en el pasado por su papel como forjadora de los líderes del futuro”, alegó en defensa del cuestionado historial de los graduandos de la escuela que, lamentablemente, entre tantos eméritos combatientes por la causa de la democracia en el mundo… siempre se cuelan algunos granujas, o lo que es lo mismo, si me atengo a los sinónimos que ofrece el diccionario, que Pinochet fue un pilluelo y el mayor salvadoreño D´Abuisson un pícaro.

Paul Wolfowitz, uno de los grandes estrategas militares con quien todas las administraciones estadounidenses contaron en el Pentágono y nombrado, como recompensa a su larga y exitosa carrera, presidente del “Banco Mundial”, eufemismo que ampara el mayor cartel de usura y chantaje que existe en el mundo junto al conocido como Fondo Monetario Internacional, nunca habló de terroristas o demonios o fanáticos asesinos. Para él eran “competidores emergentes” a los que había que frenar antes de que emergieran. Y ni siquiera cuando se vio envuelto en un vulgar folletín en el que no faltó una amante, una amiga celosa, una ambiciosa secretaria, un amoroso aumento de sueldo y un beso en un motel, ni siquiera entonces dejó de ver “competidores emergentes”. Tampoco cuando un imperdonable olvido mostró al mundo sus agujereados calcetines y acabó renunciando.

Rumsfeld, ex secretario de Defensa estadounidense, llamaba “técnicas de investigación” a las más brutales torturas ejecutadas durante su mandato. El fue responsable, con el respaldo de su presidente y su gobierno, de extender a Iraq el llamado “Programa de Acceso Especial”, manual sobre tortura del que la cárcel de Abu Graib o Guantánamo fueron dos de sus más conocidas expresiones. El problema, lo reconocía el propio Rumsfeld cuando afirmaba: “la libertad es desordenada y la gente puede cometer errores, y cometer crímenes y hacer cosas que están mal… porque esas cosas pasan”. George Bush acabó reconociendo que, tal vez, pudieron darse “algunos excesos o arbitrariedades” cometidas por “unos pocos reservistas”. En cualquier caso, se ocupó de justificar el desprecio de su gobierno por la Convención de Ginebra dado que los torturados no eran prisioneros de guerra sino “combatientes enemigos”.

Ojalá que no tarde en llegar ese anhelado día en que todas y todos los oprimidos por los tantos eufemismos que esconden la verdad, hagan valer, también, su globalizada y pacifista ira y alcancen sus objetivos, sus patadas humanitarias en misión de paz, en las nalgas de todos los granujas, paladines de la libertad y demás competidores emergentes, de manera que las relaciones impropias entre la comunidad internacional y los grupos heterogéneos de personas que cometen delitos no sigan siendo sostenidas y sustentables, así dependa de un Programa de Acceso Especial o de neutralizaciones de rutina y por más daños colaterales que desprendan, que ya se sabe que la libertad es desordenada… y que esas cosas pasan.

Pues que en el año que arranca también sigan pasando… pero en otras nalgas.

· Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

La Puta propiedad de las Gallinas

Gallinas
de
Rafael Barrett

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.

La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...