HAY un gallo de pelea, en España, y muy locuaz, de grande y dorado pico, que se llama Federico, y temprano canturrea en corral episcopal. Tras leer El capital , siendo aún Federiquillo, se hizo rojo contumaz de la hoz y del martillo, y a la China se marchó sin pasaporte oficial. Impregnose de amarillo por mejor asimilar de Mao la revolución, que había que propagar a bombo, caja y platillo como nueva religión, o a bombazo y a gatillo, si así era de rigor.
En Oriente prosiguió poco tiempo en el error, pues encontró la verdad cuando se desorientó de una forma casual. Como a San Pablo ocurrió, previo a entrar en santidad, que camino hacia Damasco, ya cerca de la ciudad, del caballo se cayó y al darse contra un peñasco abjuró de sopetón del falso credo judaico para entrar en puridad; a Federico ocurrió algo casi similar. Pues fue a pegarse un morrón en la cabeza al viajar desde Shanghai a Hong Kong, en moto con sidecar, volviendo a la cristiandad por la hostia que se dio.
Aunque encontró la verdad, como era de esperar por efecto del morrón, aquel uso racional tan ágil de su pollez lo ha acabado de perder y no lo ha vuelto a encontrar, ocupando su lugar: odio, invectiva y rencor contra gallipavo aquel que sostenga otra opinión o no cante como él. Y nadie sabe por qué, pues sólo lo sabe Dios. ¡A la mierda! el Libro Rojo, un coñazo de impostura, hoy asunto de despojo fermentando en la basura. ¡Venga el Nuevo testamento, el gobierno de los curas, abajo los dictadores, no todas las dictaduras, que aquellas de guante blanco meten al malo en cintura!
De amarillo accidental y bermejo ocasional, si a la izquierda dio la espalda, de color siguió tal cual, con bandera roja y gualda de español fundamental. Todo aquel que no la quiera por quererla tricolor, que no se llame español, llámese ruso, mogol o de otra patria cualquiera, pero, de la suya, no. Es curioso y es chocante que gallo quiquiriquí, de mala «hache», no obstante como supra ya advertí y exadicto comunista de la escuela de Pekín, se haya vuelto evangelista, cobre sueldo de la Iglesia, que bien contante y sonante, y la nómina en latín, es dinero vergonzante por ser de trabajo ruin.
Aunque el nombre Federico, en el idioma teutón, es un «príncipe de paz», guerrea sin compasión, a su antojo, voluntad y muy poca discreción, por ser ave liberal. Y clava con mucho ardor a su izquierda el espolón por un desvío nasal, pues en esa dirección es que le huele fatal. Mas, si percibe un olor que también le huela mal, a la diestra Federico con violencia le echa el pico como a alondra el gavilán, picoteando al zullón hasta echarlo del corral.
Por no cantar como él, este gallo campeador oriundo de Teruel, pica que pica a Piqué, al alcalde Gallardón, y hasta el diario ABC tampoco se libra de él, si no hay satisfacción. Pica y pica, y ya es el colmo, al mismísimo del Olmo, el patriarca de la antena, y hasta a Iñaqui Gabilondo, colega de otra cadena conocida como SER, que le han dado de comer muy ricas sopas con ondas, y ahora zahiere y condena sin cejar de arremeter desde su micro-patena.
Cuando zurra la badana, blande pico y espolón, y antes de que asome el sol canta todas las mañanas con aire de desafío, molto presto en mi bemol: Qui il gallo sono io , la canción napolitana dicha en lenguaje español: «Aquí el que canta soy yo».Y este gallo, a lo play-boy, almuecín de la mañana, a todo enmienda la plana, no escapándose Rajoy, gallego de vengo y voy, pero salvando a Zaplana, che de cuna valenciana, que, si bien se aparte hoy, nadie duda que mañana será el que carde la lana dentro de la oposición. A menos que Gallardón no le haga blanda cama, con buena manta y colchón.
Al alba de los maitines de la radio-comunión, llama «maricomplejines» a quien renuncie a la acción o no secunde sus fines, si ordena concentración o en la calle exhibición de banderas y pasquines. Picajoso y picatero, a quien pica sin piedad, a despecho y por capricho, es a un pobre zapatero abreviado en ZP, al que pone como un Cristo por haber echado a un mico bigotudo del poder, esposado a una Botella, a George Bush y Tony Blair.
Y también si hay que picar, como leña se da al mono, le dio pico a Pepe Bono, cuando era mandamás de la cúpula marcial, por no dejarse atizar con la bandera de España, al grito de ¡dadle caña!, en la Puerta de Alcalá. ¿A qué viene tanto armar del manchego si, en verdad, ese golpe nunca entraña ofensa a la dignidad? ¡Dichoso aquel que tuviera un chichón en la sesera por la leche que le dieran con la enseña nacional! Volvería a la verdad, cual Federico en Oriente, si se hubiera torpemente desatado del ronzal.
Tampoco la monarquía, su corte y feligresía se libran de tu espolón, puyazo y antipatía, cantando con alegría, bandurrias y acordeón, esta singular jotica de ofrenda a La Pilarica, dedicada al rey Borbón: « Ay, Juan Carlos, si no abdicas y partes con viento fresco en tu velero Bribón, por bien de la institución seguiré pica que pica en honor de mi nación, de tu suegra Federica, por llamarse como yo, y de tu hermosa nietica porque se llama Leonor».
En hablando del pasado de nuestra gloriosa España, Federico imparte saña con el pico muy afilado, horadando en las entrañas de quien salió derrotado de aquella incivil campaña. ¿Quién fue el tipo que predijo esta blasfemia tamaña: «Yo quitaré el crucifijo de las escuelas de España», siendo el hombre más «negao» por haber «sembrao» cacao, cardos, zarzas y cizaña? Azaña. ¿Y quién miserable y ruin se llevó el oro de España a la Rusia de Lenín? Negrín ¿Y el demagogo más fiero que sentía gran desprecio por el mundo del dinero y por contra más aprecio hacia el pobre jornalero? Pues un Largo Caballero. ¿Y de todos el más necio? ¡Quién iba a ser, Indalecio! ¿Quién le dio lustre al gatillo, en tierra de Paracuellos, llenando de sangre aquello bajo la hoz y el martillo? Carrillo. ¿Y quién, inmediatamente, les echó de España a todos, siendo, no obstante, indulgente y dulce como el membrillo? El Caudillo. ¡Bendita tu rebelión, gloria a ti, Generalísimo!, por salvar a la nación de las garras del marxismo, anarquía y desunión. Viendo a la patria maltrecha, perdida sin remisión, la orientaste cara al sol bajo un yugo y unas flechas sin miedo a la insolación. En deseos yo me ardo llegue inminente la fecha de elevar a los altares a Su Excelencia de El Pardo y juntito, a su derecha, doña Carmen, con un nardo, ataviada de collares, sonriente y satisfecha cual Gioconda de Leonardo».
Federico, Federico, oye rico, templa el pico, descansa un poco, no más, que ese pico, Federico, se te puede lastimar. Por picar en Cataluña, te quebraron la pezuña, que por ello cojo vas. Y si picas sin parar, ese pico, Federico, pronto muy romo será. De tal modo que, mañico, puedes quedarte sin pico, y ya no podrás echar a la siniestra el hocico, ni tampoco a la derecha, si ella a tu gusto no está. Desbrava los espolones, deja de tanto picar, ni cantes al gallear de otros sus restricciones y nada de tus excesos, más propios de contriciones, maldiciente caporal. No siendo así, Federico, sin continencia a largar veneno por ese pico todo el día sin cesar, poniendo acaso en peligro la concordia nacional, te digo, cantamañanas, si crees en Dios, Federico, él te habrá de castigar, con la Cope, sacro aprisco y tu corte terrenal.
Agudo picador de rompe y rasga, agraz cultivador de la matraca, del insulto y del denuesto, preclaro voceador de ofensa experto, temprano agitador aún somnoliento; y activo capiscol en sacro huerto, de darte un repelón no me arrepiento. Con varapalo y puñal, mas siendo leve la pulla que no me gusta sangrar pues la herida me repugna, ni cosa que más me irrite que la «fiesta nacional» , te lo digo de verdad, esa verdad que no es tuya, la tuya, guárdatela, nos la oficies con casulla, coro, campana, aleluya y anuencia episcopal.
José Luis Gavilanes Laso (Diario de León)
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